¿Y quién no lo haría con el impagable tándem Hitchcock-Clift?
Por José Luis Vázquez
(Se puede ver este martes, 1 de julio en la terraza de la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real a partir de las 10 de la noche. Es una actividad de cine de verano organizada en colaboración con Solman)
Tal vez “Yo confieso (I Confess)” sea uno de mis trabajos favoritos del irrepetible Alfred Hitchcock, aunque prácticamente todos los suyos lo son, incluyendo varios de su inicial etapa inglesa (la norteamericana es prácticamente insuperable), por lo cual mi criterio al respecto puede ser cambiante cada cierto tiempo, con la única excepción de tres inamovibles, “Vértigo”, “Psicosis” y “La ventana indiscreta”. Pero cada vez que la reviso no flaquean ni menguan mi apreciación ni sus innumerables virtudes. Me pasa igual con la excepcional “La sombra de una duda” y ese impagable tío Charlie encarnado por un no menos impagable Joseph Cotten, uno de los actores que mejor ha llevado en una gran pantalla los sombreros de ala ancha y los abrigos.
La que aquí me ocupa parece ser que era el título preferido de otro grande y apasionado del cine donde los haya, el no hace tanto desaparecido Peter Bogdanovich. Y el de otros muchos críticos/directores de la Nouvelle Vague que reivindicaron -probablemente fueran los primeros de manera periodística y masiva- entusiásticamente su obra y figura, especialmente François Truffaut, que escribiría un libro entrevista “El cine según Hitchcock”- que resulta de lectura obligada y referencial para quien quiera aproximarse lo más profunda y lúcidamente posible a la genial obra del “mago del suspense”, todo un legado impagable para gozo y disfrute de tantas generaciones de cinéfilos o simples aficionados.
De nuevo, el “leiv motiv” principal, aunque Hitch siempre fue un maestro de los señuelos, vuelven a ser el de falso culpable, el sentimiento de culpabilidad en sus más amplios registros, algo que le acompañaría y vendría a suponer una constante en buena parte de su filmografía, algo que como llegaría a reconocer en varias entrevistas, tal obsesión procedía de su época estudiantil y su educación con los jesuitas. Aquí ello vuelve a ser llevado casi al paroxismo, algo a lo que contribuye decisivamente la afligida, doliente interpretación de Montgomery Clift, un sacerdote obligado a no revelar el secreto de confesión de un asesino. Constituiría la única y gloriosa (por aquello de tocar temas supuestamente celestiales que son dolorosamente temas demasiado terrenales) colaboración entre ambos.
Junto a él, como detonante del conflicto, una teñida Anne Baxter (atrás ya había quedado su rutilante aparición en la memorable “Eva al desnudo”), impecable como siempre. Y actores de carácter del fuste del “narizotas” (tan solo encontró contrincante en este apartado en la gran pantalla con Jimmy Durante) como el policía investigador, el elegante Brian Aherne como fiscal del distrito y O. E. Hasse como el inmigrante alemán de conducta criminal.
Además, me gustan mucho los planos interiores inclinados de iglesias y sus exteriores, rodados todos ellos en la ciudad canadiense de Quebec.
Supone igualmente un lujazo la estupenda banda sonora de Dimitri Tiomkin (“El Álamo”), en concreto el tema de los títulos iniciales.
Curiosamente sufriría la censura de la católica Irlanda (¡cómo ha cambiado el mundo, vean si no la formidable “Calvary!), pese a que la relación mantenida por el sacerdote protagonista con una mujer resulta anterior a su ordenación.
Obra maestra.