Amorosos, coloridos y radiantes tecleados
Por José Luis Vázquez
Predecible, tópica, convencional, rosa, blandengue, superficial, ligera, irrelevante fueron algunos de los calificativos que mis colegas soltaron en su momento con motivo del estreno de “Populaire”, cuyo nombre alude a la célebre marca de una máquina de escribir precisamente muy “populaire” en la Francia de 1958. Pues bien, siendo todos ellos acertados en buena parte, en esta ocasión me parecen un valor al alza.
Lo cual me lleva a la reflexión de por qué para lograr el reconocimiento artístico por parte de muchos hay que ser cínico, satírico o estar de vuelta de todo. ¿Por qué lo jovial, lo optimista, lo positivo, lo buenista en su mejor expresión no cotizan en bolsa? ¿Por qué esta historia tenía que ser una dura crítica social y no de la bonita y reconfortante manera que es? Pues bien, una vez más me planto, aunque en realidad creo que lo vengo haciendo desde mi más tierna infancia, desde la lactancia materna. A mí este cine alegre, jovial y feliz, el que representa “Populaire”, si está tan primorosamente bien concebido como es el caso, me encanta y arrebata. Y en lo que a mí respecta nunca ha habido polémica posible, pues ya saben algunos esa frase mía tan socorrida de que los gustos son personales e intransferibles.
Con estos y otros colegas de ellos a Boston y yo a California, me ha sucedido en otras ocasiones al revés, rechazar lo que ellos reverencias… Y ustedes hagan lo de siempre, sean sinceros consigo mismo. Y si al acabar de contemplarla les ha enganchado, no se retraigan en proclamarlo o se sientan obligados a justificarse.
Además, para eso está el cine, el arte y la vida. Para que cada uno tengamos nuestro propio criterio y valoración de las obras de los creadores, sea en el terreno que sea. En caso contrario, menudo aburrimiento y panorama orwelliano. Tan sólo pido una condición, lo que sugería anteriormente, que cada uno proclame y se manifieste como verdaderamente siente, que no sea motivado por la pose, la impostura o el seguidismo (o bueno, lo que sea su propio deseo) lo que tengan a bien. Creo que, si es así, todos tan campantes en nuestras discrepancias.
Y voy al grano. Un documental que contemplara el director de esta “delicieux”, el joven, cortometrajista y debutante Régis Ronsard, en 2004, acerca de la historia de las máquinas de escribir, que incluía una pequeña secuencia mostrando concursos de mecanografía, fue la fuente de inspiración de esta producción francesa de hace relativamente poco, de 2012 para ser más exacto. Esos 30 segundos supusieron el detonante y fuente de inspiración.
Ello le sirvió a Ronsard para pergeñar un fresco cotidiano, o un gran spot publicitario a la manera de la época que retrata, el final de la década de los 50 en el país galo. De hecho, es patente la inspiración fotográfica en aquellos refulgentes anuncios, sobre todo los de origen norteamericano (la influencia de esta cultura es patente en todo momento). La luz aportada por Guillaume Schiffman es definitiva en el gran resultado final.
Igualmente bebe en la estética de las comedias románticas hollywoodenses, desde las protagonizadas por Audrey Hepburn, con “Sabrina” a la cabeza (aquí de nuevo la heroína tiene que acabar poniendo a prueba su corazón con un jefe duro de pelar y “pigmalionesco”) hasta las de Doris Day-Rock Hudson (los créditos iniciales remiten a ellas), pasando por los musicales del compatriota Jacques Démy. En esos embriagadores colores pastel, en los que verdes, rojos y azules acaban resultando los predominantes.
Como la película respira cinefilia por todos sus costados, aplastantemente de la Meca del Cine, estén atentos y si no me encuentro errado, advertirán un monumental y precioso homenaje a “Vértigo (De entre los muertos)” y ese maravilloso travelling circular, a partir del cual acaban yendo un poco más allá en lo tratante a la consumación sentimental. Me refiero al momento en que la protagonista aparece rutilante en la habitación, casi literalmente desmelenada.
Llegado a este punto, me encuentro ante una declarada y encendida historia de amor a la usanza de siempre. En la que sus dos protagonistas, sobre todo él, albergan torturas interiores que hacen que la relación se torne más compleja. Pero que describe ejemplarmente la paulatina aproximación de ambos. Ya sabrán que un “te quiero” se comprende en todos los idiomas, pero mucho más en francés, pues son los grandes publicistas de estas cuestiones y su vocalización se presta a ello.
Sin necesidad de entrar con el bisturí destructor, pues tampoco es uno de sus objetivos fundamentales, también refleja de manera nítida y clara la emancipación que estaban comenzando a experimentar las mujeres en aquel período. Sin que para ello haga falta cargar las tintas, desde una agradecible suavidad expositiva, ya que la acotación es lo suficientemente diáfana.
En suma, una deliciosa, encantadora, colorista y magistral comedia romántico-deportivo francesa, con una irresistible pareja protagonista, la adorable y muy femenina Déborah François, cuya coleta está inspirada en la de Audrey, motivo suficiente por el que ya le pondría buena cara, pues soy así de obsesivo, y el atractivo y mohíno Romain Duris, el estudiante erasmus que vivía en Barcelona en la divertidísima “Una casa de locos”, comienzo de una destacada trilogía compuesta también por “Nueva vida en Nueva York” y “Las muñecas rusas”.
Su aire ingenuo y saludablemente inocentón, teletransportado de la época que refleja, me gratifica y me provoca una permanente sonrisa y estado de felicidad. Además, se escucha buena música con carácter retrospectivo, sobre todo la francamente bonita “El tango de las ilusiones” interpretado por la ganadora de Eurovisión Jacqueline Boyer. Y eso en resumidas cuentas es esta producción, pura ilusión hecha celuloide.
¡Cuánto me gusta un cine tan bien hecho, luminoso y optimista como éste! Un cine de ritmo ágil, vivaz y con un fabuloso trabajo en lo a que a su dirección artística se refiere. Ah, no esperen grandes mensajes o parrafadas. Ni falta que hace, aunque habla de cositas tan “intrascendentes” como la superación de uno mismo o esas cuestiones del corazón que tanto nos alteran.