Ejemplar Argo a la francesa en tierras afganas
Por José Luis Vázquez
A lo largo de mi ya dilatada vida cinéfila la palabra Hollywood es la que más he pronunciado y continúo pronunciando asociada a la misma, pero en los últimos tiempos acudo a otra, o mejor a dos, me refiero a… cine francés. Y es que, si son seguidores habituales de mis reseñas o socios del cine club Mancha, habrán sido varias las veces que me habrán leído o escuchado lo de que dicha cinematografía me lleva dando desde hace tiempo muchas gratas sorpresas. En realidad, desde siempre, constituyendo mi tercera favorita tras la estadounidense y la británica.
“13 días, 13 noches” es la penúltima -la última es “La primera escuela”- alegría procedente de tan cercanas latitudes. Y no precisamente porque su historia de fondo lo sea, que es más bien todo lo contrario, terrible.
Se centra en la caída de Kabul en agosto de 2021, cuando las tropas estadounidenses la abandonan precipitadamente tras haber firmado Trump con los talibanes su retirada, refrendada por Joe Biden. Es prolijo explicar todo esto y yo no soy quién para ello, pero supongo que entendían que su principal objetivo al invadir Afganistán ya se había cumplido, eliminar al cerebro (y lugartenientes) del 11S, Bin Laden, aunque finalmente sería abatido en la vecina Pakistán donde acabó refugiándose.
Pues bien, el muy buen cineasta galo (cuántos valiosos profesionales sin necesidad de refrendar su autoría están confluyendo en esa industria) Martin Bourboulon me sorprende ahora al abordar admirablemente el pasaje de la apresurada marcha de los empleados de la embajada de su país y de numerosos civiles a través del aeropuerto (casi la única salida posible, aunque a través de la frontera huirían otros muchos), mediante un ejercicio que aparenta rigor, verosimilitud, que desde luego despliega sobriedad, solidez, la misma que la mostrada por los soldados de la misión, y es capaz de emocionar en algún lance puntual. Les remito, por ejemplo, a esas dos emotivas escenas con una soldado estadounidense. Y es que al contrario que estos, los franceses son más comedidos a la hora de las exaltaciones o las épicas, lo cual no necesariamente me instan a optar por ninguna de ellas en especial, ya que ambas pueden ser complementarias, aunque he de confesarles que las gestas del país de Robert Redford me suelen ganarme para su causa. Es lo que tiene haberme criado a los pechos literarios de Jack London, Fenimore Cooper, Robert E. Howard, Edgar Rice Burroughs o Herman Melville. Y de “Fort Apache”, “Centauros del desierto”, “Eran cinco hermanos”, “El Álamo”, “Robín de los Bosques”, “Los vikingos” o “El halcón y la flecha”
Cabe destacar el preciso ritmo, el pulso firme señalado por algún otro colega, que imprime al relato, ayudado por un equipo técnico de primera, desde el fotógrafo al montador, y una tensión creciente que me provoca estar agitado en la butaca. Hay un momento, aquel en el que los -y soy muy suave con el calificativo- despreciables talibanes en que paran a la caravana, que me corta la respiración, digno del mismísimo Hitchcock.
No quiero desaprovechar la ocasión para indicar que a Bourboulon le debo un excelente díptico en una línea pareja de estilo sobre una nueva e inagotable adaptación de la inmortal obra de Alejandro Dumas, “Los tres mosqueteros” con los subtítulos de “D´Artagnan” y “Milady”. Y la agradable “Eiffel”, sobre los primeros pasos que llevarían a construir el no menos inmortal emblema parisino, aunque la Ciudad de la Luz cuenta con otros varios más.
E indistintamente de su taquillaje es cine popular en el mejor sentido, de la mejor estirpe, que no hace concesiones gratuitas de ningún tipo y trata con enorme respeto al espectador.
También quienes entienden de la materia, historiadores principalmente, han valorado que es una más que satisfactoria reconstrucción de hechos, lo cual supone otro galón en su haber.
Pero, sin duda, uno de sus puntos fuertes son las formidables interpretaciones de cuantos intervienen, pese a que algunos de los varios personajes característicos que salen padezcan de cierta dispersión. Algo que no sucede con su protagonista, en quien se centra el foco permanentemente, el comandante de origen argelino (tiene un diálogo maravilloso en torno a comprometerse, a ayudar a los demás en conflictos) Mohamed Bida, en cuyo libro autobiográfico está basada esta producción. Está espléndido quien lo encarna, Reschdy Zem, sobrio, contenido, creíble. Al igual que las dos corajudas y bravas mujeres con peso específico (la intérprete y la periodista), encarnadas inmaculada y dramáticamente por, respectivamente, Lyna Khoudri y la danesa Sidse Babett Knudsen. Añadan a la veterana Fatima Adoum como la madre de la primera.
Me resulta apasionante de principio a fin. Es un “blockbuster” de una calidad considerable, que no necesita tirar de efectos digitales y que, aunque en esencia sea un thriller psicológico, sus escenas de acción y, fundamentalmente, de masas, son de lo más plausibles.
Si quieren emparentarla con algún ilustre antecedente, aunque en el fondo no tengan nada que ver, no me parece descabalado traer a colación esa obra maestra oscarizada de Ben Affleck que es “Argo” (podría citar igualmente las excepcionales “Los gritos del silencio” o “El año que vivimos peligrosamente”), en este caso a propósito de otros regímenes infectos, los referidos al no menos atroz y teocrático de los ayatollah de Irán. No creo que resulte tampoco disparatado evocar a esa buena serie de Movistar titulada “La Unidad: Kabul”.