Continúa el buen rollito juvenil noventero
Por José Luis Vázquez
Prácticamente tres años después de la primera entrega de “Voy a pasármelo bien” (estrenada el 12 de agosto de 2022) llega a las pantallas su secuela, “Voy a pasármelo mejor” (aterrizada el 18 de julio de este 2025) que mantiene el buen tono fiestero y la simpatía de aquella, algo que considero ya de por sí meritorio. Y, además, no cae en la complaciente rutina por la que sería fácil haberse dejado llevar.
Ambientada en esta ocasión en un campamento de verano, los tres principales chavales de aquella (David, Paco y Luis), los que conforman en compañía de algún otro miembro más la pandilla de los Pitus, continúan deambulando por esa España noventera -en realidad la anterior se iniciaba en 1989, ésta ya está ubicada en 1991, han transcurrido un par de años- puede que más inocente, pero también mucho más identificable. En paralelo se mostraba a los personajes de adultos encarnados en lo que se refiere a la pareja protagonista por Ernesto Alterio y Karla Souza.
Si vieron aquel primer desembarco y no les desagradó (yo me lo pasé francamente bien, me gustó bastante) recordarán que se centraba en las andanzas de este grupo de chicos, pero especialmente en la relación que mantenían David y Layla, que acababan de comenzar octavo de E.G.B. y que eran grandes fans de uno de los grupos de moda de aquel momento, los Hombres G, esos a los que adjudicaban con criterios probablemente objetivos, pero también innecesarios ser los representantes del pijerío. Lo de las etiquetas según voy cumpliendo años cada vez me molesta más, debería prevalecer por encima de cualquier otra consideración, y en este tipo de manifestaciones -pero en todas, eh- con mayor motivo lo estrictamente profesional.
El caso es que supuso toda una grata sorpresa esa comedia musical dirigida por el buen guionista David Serrano, que aquí vuelve a repetir en este cometido (de nuevo en colaboración con Luz Cipriota, actriz, bailarina y modelo argentina), pero ya no tras las cámaras, siendo sustituido por la primeriza Ana de Alva. Que se deja de tonterías y lleva a cabo un buen y eficaz trabajo siguiendo patrones preestablecidos tanto por su antecesor como por el propio género.
Y acierta plenamente al dar de nuevo cancha a un casting de chavales muy bien elegidos, cada uno de ellos representando un arquetipo que no cae en ningún momento en la gazmoñería. Entre todos ellos vuelve a destacar Rodrigo Gibaja como el graciosete del grupo, pero es que es gracioso de verdad sin imposturas ni excesos de ningún tipo. Posee salero natural y sabe transmitirlo.
Los que vuelven a repetir son los mayores (solo ellos dos), Alterio y Souza, aunque esta vez en cometidos mucho más secundarios. Eso sí, su final no me parece tan bonito como el primero, pues se desencadena de manera más “abrupta” tras otro “sencillita” y agradable coreografía.
También me da la impresión de que contiene menos canciones y números, igual tan solo es una impresión, pero ello no va en detrimento de la frescura y naturalidad que vuelve a destilar esta secuela. Y es que el cine español, al igual que lleva haciendo inveteradamente el cine norteamericano se está apuntando desde hace un tiempo a esto de las continuaciones, ahí está el incombustible y rompe taquillas Santiago Segura con esa quinta parte de “Padre no hay más que uno” o a la vuelta de la esquina se encuentra la segunda de “Los futbolísimos”.
Parece que el personal en esta época de estío demanda aquello que no les complique en exceso las neuronas y prefiere ir sobre seguro, con personajes y ambientes ya conocidos. No es menos cierto, que detrás hay mucho mercantilismo, pero el cine es también eso.
Por último, constatar que vuelve a tirar de una reconfortante alegría, algo que me supone un plus en cualquier obra artística, sea cine, literatura, música o pintura (me reafirmo como un sorollista empedernido, qué bonito homenaje le hacía la última y espléndida versión de “Mujercitas” al maestro valenciano de la luz).
De lo más apropiada para estas fechas veraniegas.