Cansinas relaciones materno filiales
Por José Luis Vázquez
No participo del entusiasmo que los de mi gremio manifiestan por la escasa obra de la barcelonesa Belén Funes. Lo mismo me pasa con la aburridísima de Isaki Lacuesta, el de la reciente y agotadora “Segundo premio” (ni comparación con la extraordinaria “La estrella azul”).
No entro en los mundos de ninguno de los dos. Se me hacen pesadísimos, plomizos, aunque prefiera a la primera. Comienzo a ver sus películas, y aseguro que me pasa con absolutamente todas, a la media hora estoy deseando que pasen rápido o acaben cuanto antes. No lo puedo evitar, qué le voy a hacer. Ya me gustaría, ya, poder decir otra cosa, con lo que ello supondría de proclamar que me lo paso bien, pero no es así.
Alguna de esas mismas colegas -véase Beatriz Martínez- dicen que Belén Funes hace un cine social “alejado de clichés y estereotipos”. Lamento no compartir tal fragancia. Ya su aclamado debut (el que ahora me ocupa es su segundo largometraje), “La hija de un ladrón”, prestigiado por tantos, se me hizo bola.
En el caso de “Los Tortuga”, denominada de esa manera por aquellos inmigrantes jiennenses que partían en los 90 a Cataluña llevando todo a cuestas en busca de una vida mejor, no es que me moleste especialmente lo que veo, incluso lo que escucho, pero no me acaba de apasionar ni enganchar, ni tan siquiera me gana en momento alguno para su causa. Lo cual no quiere decir que sea del todo desechable, tampoco es eso.
Reconozco, eso sí, que las actrices están francamente bien mostrando su rabia contenida por diferentes motivos, resultan creíbles, tanto la joven y desconocida Elvira Lara expresando desarraigo, como la veterana chilena Antonia Zegers (estamos ante una coproducción con el país latinoamericano) Antonia Zegers transmitiendo un taladrador duelo no asumido. Puedo advertir sus buenas intenciones, no me irrita, pero todo me acaba resultando soso, desabrido, sin chispa.
Algunos personajes episódicos, como ese hermano otrora el Atlántico de un par de vídeo llamadas, las compis de rodaje, la amiga rumana y su madre, entran en escena sin que entienda verdaderamente la razón. No aportan absolutamente nada.
Y en cuanto a la relación materno filial que ocupa el meollo argumental principal peca de una laxitud que no me acaba de enojar, aunque definitivamente me impida abrazar esta obra que, por otra parte, tan buena respuesta crítica y popular tuvo en el reciente Festival del Cine Español de Málaga.
Dentro de parámetros parecidos, pero sin tener que ver en exceso, me gustó mucho más “Alcarràs” (su talentosa directora, Carla Simón, acaba de presentar en Cannes con buena acogida su último trabajo, “Romería”, una inmersión en los paisajes y familiares galaicos de su fallecido padre), que no dejaba de ser igualmente cine social en torno a la preservación de las raíces, pero de mayor calado.
Y, por supuesto, dentro del mismo género, recomiendo encarecidamente a quien no conozca esa obra maestra del cine español de 1951 titulada “Surcos” y parida por falangistas, el guionista y director José Antonio Nieves Conde y el también guionista y monumental escritor Gonzalo Torrente Ballester. José Luis Garci la considera nuestra particular “Ladrón de bicicletas” y, una vez más, no seré yo quien le enmiende la mayor.
Cada vez tengo más claro, en realidad siempre lo tuve casi desde mi más tierna infancia (es en lo único que me reconozco precoz, en tantas otras cuestiones admito cierta pavería), que esto del cine o la literatura es de lo más personal. Y a ello no hay que darle más vueltas, pues es como debe ser, pues de lo contrario, menudo coñazo que todo el personal estuviera clonado, que a este paso es a lo que va el mundo. Aunque claro, a condición de que las opiniones expuestas, la que sea, surjan desde la sinceridad, la verdad de cada uno y no desde el postureo, la pose o la condescendencia, que se suele dar más de lo que estamos dispuestos a reconocer.
Tendrá su público, sin duda, es más me atrevo a afirmar que no será escaso entre los más veteranos, pero en lo que a mí se refiere no es de las que crea -salvo que fuera por motivos profesionales- que vaya a volver a repetir por propia elección.