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Enviado por Ramón Vidal el
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Ramón Vidal
F1: La película

Top Gun: Maverick sobre ruedas

Por José Luis Vázquez

Dos consideraciones previas antes de meterme en (relativa) faena. No me gustan los coches. No tengo siquiera el carnet de conducir, debo ser uno de los escasísimos españolitos que no lo tienen (supongo que en buena parte debido a mi inveterada comodidad), por tanto ya ni les digo las carreras de Fórmula 1; sin embargo, oh milagros del Séptimo Arte, me suelen encantar las películas protagonizadas por estos endiablados vehículos, incluso aunque no sean de competición deportiva (véase el caso del “actioner” de atracos sesentero “Un trabajo en Italia” y su moderna secuela, “The Italian Job”).

La filmografía al respecto es amplia y notabilísima, una vez más en su aplastante mayoría de origen hollywoodiense. Algunos de sus títulos más destacados se remontan a pioneros del comienzo del sonido como “Avidez de tragedia” (del portentoso Howard Hawks) y llegan hasta tantos otros muy destacables de hace muy poco, como “Le Mans ´66”, “Ferrari” o “Rush”, pasando por otros más clásicos como “Indianápolis”, “Hombres temerarios”, “Peligro… línea 7000”, “Grand Prix, “Las 24 horas de Le Mans”, toda la saga “Herbie”, “Quinientas millas” o “Días de trueno”. Me dejo varios más. Pero de los citados, les garantizo que todos los he visto y disfrutado.

Esto, por un lado. Lo segundo es a propósito del subtítulo adjunto a la reseña, eso  de “Top Gun: Maverick sobre ruedas”, que no supone por mí parte un enunciado gratuito, o no del todo gratuito. Es fácil de explicar y todavía más de contrastar. Detrás de esta producción de inequívoco sello y marca de su gran y estruendoso productor, Jerry Bruckheimer (“La Roca”, “Armaggedon”, “El rey Arturo”, “Black Hawk derribado”, “Pearl Harbor”, saga “Piratas del Caribe), se encuentran dos de los tres principales artífices de dicha secuela voladora estrenada tras la pandemia y que fuera todo un revulsivo para que las salas de cine pudieran ir volviendo a levantar cabeza. Tan solo faltaría su estrella carismática, sustituida aquí por otra de no menor fuste. Es decir, Pitt sustituye a Cruise, pero ambos implicados hasta en tareas de producción. Son dos referentes del Hollywood actual por méritos propios y de todo tipo.

Pero esos dos excelentes profesionales a los que me refiero son el avezado director Joseph Kosinski (la más que estimulante “Oblivion”, “Héroes en el infierno”) y el brillante guionista Ehren Kruger (“Arlington Road”, “Operación Reno”, “La llave del mal”, “Dumbo”, obviaré sus aportaciones a la saga “Transformers” que siempre tanto se me han atragantado). Ninguno de los dos se anda por las ramas, y pese a contar con un metraje de dos horas y media, van al grano, son expeditivos, se dejan de reflexiones metafísicas y muestran lo que tienen que mostrar, pseudo historieta de amor metida con calzador por entendible convención. No me molesta.

Por tanto, podrán comprobar que su estructura narrativa es pareja, intercambiando aquellos aviones de ultimísima generación por estos bólidos relampagueantes. Y su misión sagrada en los dos casos es la de tener clavado al espectador a base de epinefrina inyectada en celuloide. Conmigo lo consiguen.

El caso es que ambos se vuelven a coordinar muy bien respecto a diseño, ensamblaje y carpintería cinematográfica, tirando precisamente de adrenalina adscrita en esta ocasión a mortales pistas de carreras, curvas de infarto, atronadores rugidos de motor y llantas que echan literalmente fuego.

Por supuesto quienes la han gestado son conscientes de no buscar la novedad, ni el exceso de profundidad tanto en la historia como en los personajes, sino el espectáculo a toda costa, algo que se logra plenamente, y el entretenimiento por el entretenimiento, algo de lo que también doy fe y agradezco en lo que a mí respecta. Dadas sobre todo estas fechas veraniegas de calor infernal en el que entrar a ver en un cine algo existencialista o excesivamente reflexiva parece que cuesta algo más, me parece un acierto su toma de posición.

Todo ello con un líder interpretativo del mayúsculo carisma de Brad Pitt que, a sus 62 años, ha hecho un pacto con el diablo y se muestra tan en magnífica forma como su colega ya citado Tom Cruise (misma edad, bueno acaba de cumplir 63 este pasado 3 de julio). Hasta el punto de que da perfectamente el pego como un piloto de mucha menor edad.

Aparte de estas virtudes expuestas, he de destacar que en este tiempo de tanta confusión cinematográfica (y de otros tipos más graves) qué gusto da asistir a ver un “blockbuster” tan clarito de entender, que lo explica todo tan bien, que no necesita recurrir a recursos raritos para que todo acabe resultando de lo más asequible. A cambio, cierto es, va sobre pistas ya trilladas y que no aportan nada nuevo. Pero visto lo visto, lo doy por más que bien empleado en aras a una satisfacción general. Por supuesto, me quedo con “Top Gun: Maverick”, mi estreno favorito de 2022, pero ni mucho menos desdeñaré por ello esta aportación.

De esta casi primera mitad del verano del 2025 es de lo que más me ha gustado junto con la pequeña de producción, pero sencilla y emotiva “Un ´like´ para Bob Trevino”, “28 años después” (la mejor y más arriesgada, la que encabezaría el ránking) y la del no del todo conseguida pero apreciable “Superman” de James Gunn. Y esto me lleva a una reflexión a propósito de esta última y de “28 años después”. Cuando en los franquiciados sus directores y guionistas se arriesgan y no van por caminos o senderos resobados, el público parece retirarle su confianza, pues supongo quieren ir a lo seguro, a lo ya establecido. En fin, ahí lo dejo por si alguien quisiera darle alguna vuelta.

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