Memorable epopeya westerniana femenina
Por José Luis Vázquez
Para quienes todavía consideren que el western es un género exclusivamente masculino, les aseguro que esta película puede provocar que cambien radicalmente de opinión. Podría citar también “Johnny Guitar” de Nicholas Ray. O “Encubridora” de Fritz Lang. Y otros varios ejemplos más, ello tan solo refiriéndome a la Edad Dorada, esa que abarca desde finales del mudo hasta la década de los 70.
“Caravana de mujeres” supone al respecto uno de sus emblemas más resplandecientes y de lo más pegado a tierra. Constituye todo un canto a la heroicidad, al tesón, a la voluntad, a la brega, a las enormes capacidades, al esfuerzo de las mujeres pioneras de Estados Unidos, sin las que obviamente el Lejano Oeste no hubiera sido posible.
Para quien esto escribe es cine feminista de la mejor ley. Sin coartadas, sin proclamas, consignas o etiquetajes. Por la propia fuerza de los hechos. Pero esto ya daría para una tertulia o debate, que ahora no es el caso.
Curiosamente, su director, William “Wid/Salvaje” Wellman (igualmente responsable de otros magistrales exponentes como “Más allá del Missouri”, “Cielo amarillo”, “Las aventuras de Buffalo Bill” o “Incidente en Ox-Bow”, este último supone la película favorita de siempre de Clint Eastwood junto a “Breve encuentro”), no se solía caracterizar por tener buenas relaciones con sus actrices, o si lo prefieren, se sentía mucho más cómodo con los actores. Se refería a muchas de ellas como demasiado divas o prima donnas. Por eso, cuando este proyecto de Frank Capra llegó hasta sus manos, sus reticencias fueron considerables. No era para menos, un rodaje casi exclusivo con más de 100 mujeres. Finalmente, continúo adelante para beneficio de los amantes del Séptimo Arte, o si lo prefieren para no hablar en nombre de otros, de quien esto que les escribe. El yo en estos casos, en cuestiones artísticas, es la única manera de no traicionarse uno a sí mismo.
Inicialmente la historia tiene su origen en un episodio real vivido por unas mujeres sudamericanas que habían formado un convoy para trasladarse a un asentamiento minero formado exclusivamente por hombres. La intención primera y prácticamente única, era la de constituir parejas, con vistas a que la mayoría de ellas repoblaran el lugar. Trasladen este argumento a las praderas estadounidenses, cuando se estaba forjando la creación de un país, de un imperio y tienen ya la corteza fundamental de ese relato titulado en su origen “Pioner Woman”, rebautizado para la gran pantalla como “Westward the Women”.
En España tuvo una relevancia especial, pues tras uno de los pases emitidos en Televisión Española, concretamente en 1985, cuando los hombres solteros de la localidad oscense de Plan la contemplaron en la única cadena existente en ese momento (bueno y la antigua UHF también de TVE), decidieron organizar una moderna caravana de mujeres que acabaría saldándose con un más que respetable éxito. Intentonas posteriores no alcanzarían idénticos resultados.
Por tanto, bien puede ser considerarla como una “road movie” rebosante de carretas. Son cinco mil kilómetros de ruta plagados de peligros de todo tipo y en los que la muerte acaba erigiéndose en una compañera habitual, a veces brutalmente sorprendente. Lluvia, polvo, arena, vientos cactus, los elementos climatológicos y naturales acaban constituyendo un elemento fundamental de este itinerario no solamente físico sino emocional. Y tareas como sacudirse la suciedad del camino, manejar mulas, remontar parajes de lo más agrestes, superar las pérdidas de seres queridos o manejar el revólver acaban resultando hábitos cotidianos del día a día.
Ese grupo de mujeres decidas y valientes, de temperamentos diversos, son conducidas por un guía de lo más duro y un tanto misógino. Entre las primeras pueden encontrarse a la bella Denise Darcel, a Julie Bishop, Lenore Lonergan o la fornida Hope Emerson, la cual había puesto en serios aprietos a Spencer Tracy alzándolo a pulso un par de años antes en la memorable comedia “La costilla de Adán”.
El segundo lleva la piel rocosa y el “perfil perfecto” de ese inmenso actor y galán llamado Robert Taylor, una de las indiscutibles estrellas hollywoodenses de los años 30, 40 y 50. Aquí se lo van a encontrar con 41 años, en plenitud de facultades de todo tipo.
Wellman dirige a todos con la imponente energía que era habitual en él. Ha sido otro de los grandes narradores con los que ha contado la Historia del Cine. Va al grano cuando tiene que ir, resulta sintético, tira de elipsis si es necesario y despliega un ritmo vigoroso para contar pasajes de todo tipo, muestra igualmente un saludable sentido del humor y transmite emoción… pues podrán comprobar que contiene mucha, pero a veces de la queda, de la que no resulta vocinglera o necesita hacer ostentación, de la que no tiene que recurrir a innecesarias sensiblerías. Como muestra, la manera con la que teje la relación entre Taylor-Darcel, de lo más agresiva inicialmente y, paulatinamente, confeccionada a base de pequeños gestos que derivarán en lo que acabará resultando inevitable.
Una libre, particular y moderna -ahora que Christopher Nolan promete hacer la versión definitiva- traslación de “La Odisea” homérica extrapolada a paisajes que han sido los mantenedores de la verdadera épica del siglo XX. Indispensable para los adictos a estas cuestiones. Y una obra maestra en toda regla por encima de cualquier otra consideración.