Poderosa, salvaje, pagana, espléndida
Por José Luis Vázquez
Me gusta mucho el género de zombis para cuyo origen hay que remitirse nada más ni nada menos que a 1932 con la fundacional “La legión de los hombres sin alma”, o “White Zombie” en el original. O avanzando una década en el tiempo, a 1943, con la estilizada y poética “Yo anduve con un zombie”. Aunque bien es cierto que su “oficialidad” se la otorgara el gran George A. Romero en 1968 con la canónica “La noche de los muertos vivientes”, rodada en un verdaderamente pesadillesco y asfixiante blanco y negro. Y con mucha carga de fondo en su sustrato, piensen que se vivían los peores años de la guerra de Vietnam.
Les pongo en tan breves como considero que necesarios antecedentes antes de abordar la reseña de la tercera entrega (y parece ser que primera de otra franquicia) de la trilogía de infectados que comenzara su andadura allá por 2002 con la estupenda “28 días después” y prosiguiera con su no menos distinguida secuela de 2007, “28 semanas después”, dirigida con acierto e imaginación por el español Juan Carlos Fresnadillo.
Precisamente fruto de la colaboración de sus iniciales creadores, el tándem formado por el brillantemente espasmódico director Danny Boyle y el guionista y también cineasta Alex Garland, vuelven a demostrar aquí -sucedió con la saga “El padrino y con algunos ejemplos más- que a la tercera… también va a la vencida, sin por ello tener que rebajar expectativas creativas o resultar mimético, acomodaticio o meramente mercantilista.
Porque lo que han logrado con esta “radical” e innovadora propuesta tiene indudable mérito. En primer lugar, por algo tan elemental como el de resultarme entretenidísima (este mandamiento siempre opaca cualquier otro), aunque seguramente no les resulte así para quienes sean alérgicos a este tipo de asuntos de infectados, pues esta es la terminología utilizada en todo el franquiciado en vez de la habitual y popular de zombis, aunque para el vulgo -entre el que me incluyo, claro- viene a ser lo mismo a la hora de referirse a esas criaturas contagiadas que deambulan más allá de la muerte. Es más, diría que entre los afectos a estas cuestiones puede que haya una división tajante, entre quienes la adoren como es mi caso y entre quienes pudieran aborrecerla. Eso al menos es lo que detecto entre amigos o conocidos.
Pero, además, da gusto comprobar como ambos, sus principales artífices, se han arriesgado tanto formal como narrativamente y ofrecen un trabajo drástico y audaz sin que ello resulte caprichoso o molesto. Por ejemplo, la propia manera de estar filmada, íntegramente con iPhone, ya supone un atrevimiento saldado con pleno acierto. A una historia tan oscura y putrefacta le viene de maravilla este formato que siempre luminosamente sobreexpone un tanto cuando hay mucho cielo, pero que ni tan siquiera esto apenas se nota. Es más, estoy convencido de que, si una aplastante mayoría no se informa de este dato antes de verla, ni se da cuenta. En lo que respecta a mí mismo debo reconocer que si no hubiera contado con esta información antes de verla, ni me hubiera dado cuenta de haber sido rodada en dicho formato.
El caso es que consiguen conferirle nuevos bríos y virajes a algo que parecía ya suficientemente explotado. A algunos parece ser que les ha parecido una tomadura de pelo, pero ni mucho menos eso es lo que yo considero, todo lo contrario.
Se nota que detrás están esos dos especialistas del género anteriormente citados, si me apuran especialmente Garland, capaces de imprimir una energía inusual, un ritmo frenético, una brillantez visual de considerables resultados.
Y, efectivamente, abre nuevos caminos a una temática tan explotada en este siglo y que ha cosechado logros tan importantes como las -al igual que ésta- espléndidas “Amanecer de los muertos”, “Guerra mundial Z” o “Tren para Busan” entre otras, dejando a un lado la adictiva serie “The Walking Dead”.
Bien también por la creación del personaje y esa aparición de un imponente Ralph Fiennes, un casi émulo del coronel Kurtz de “Apocalypse Now”. E igualmente de lo más efectivos Aaron Taylor-Johnson, la siempre excelente Jodie Comer (“El último duelo” o “Bikeriders. La ley del asfalto”) y el jovencísimo pero avezado Alfie Williams.
Me encantan igualmente sus invocaciones a ritos de otros tiempos, su atmósfera entre lúgubre y enfermiza o esa naturaleza virgen, salvaje, que sirve de irreprochable telón de fondo. Puede eso sí, que su metáfora política y social sea un tanto obvia, pero ello no reduce un ápice su contundente onda explosiva. Y ese toque iniciático que muestra le sienta francamente bien.
Soy consciente de que es -fascinantemente- rara y de que no es apta para todos los paladares, entre otras cuestiones por lo ya reseñado, el hecho de que dado de lo que va ya eche en principio para atrás a muchos espectadores, pero quienes sean devotos creo que la pueden degustar como un plato de propia y singular elaboración y distinguido.
He de reconocer que la he disfrutado mucho y que la volveré a repetir en breve.