Qué grande era y será siempre Hohn Sturges
Por José Luis Vázquez
Un año antes de rodar la imprescindible “Los siete magníficos”, entre su adaptación “hemingwayana” de “El viejo y el mar” y la sólida producción bélica protagonizada por Steve McQueen y Frank Sinatra “Cuando hierve la sangre”, el extraordinario director estadounidense John Sturges firma este mayúsculo western que pondría broche de oro a su prolífica incursión en el género durante la década de los 50.
Temática y hasta estilísticamente emparentada con otro hito por el que siento verdadera devoción, “El tren de las 3:10” de Delmer Daves (su “remake” moderno con Russell Crowe es excelente), supone todo un muestrario de sus mejores características. Tales como una sobriedad narrativa ejemplar, un tono apasionantemente contundente y seco como un buen Dry Martini, una manera de filmar alejada de cualquier veleidad enfática y atenta al aprovechamiento del encuadre en cinemascope o una escritura poderosa y prístina.
Exhibiendo en todo momento una tensión creciente, hasta llegar a su clímax final, ese antológico duelo a la altura de otros tantos que nos ha ofrecido el cine clásico americano, sin ir más lejos varios ofrecidos por el propio Sturges, como los de “Duelo de titanes”, “Desafío en la ciudad muerta”, “Fort Bravo” (este coral luchando entre militares e indios) o “El sexto fugitivo”.
A propósito de esto, de ese enfrentamiento en todos los terrenos, entre un siempre vigoroso Kirk Douglas y un no menos enérgico Anthony Quinn, está plenamente garantizado por parte de dos titanes de la interpretación, ambos pura energía y explosividad.
Entre ambos se cuela una actriz de carrera más o menos efímera que solía mostrar cariz fatalista y que desaparecería prematuramente a los 53 años, Carolyn Jones (“King Creole”, quizás el mejor trabajo de Elvis Presley junto al de “Estrella de fuego”), cuya presencia resulta magnética.
Y lo que vuelvo a reivindicar es su tono antirracista, la forma sugerente y sutil en que están resueltas varias secuencias brutales o la manera tan admirable con el que están expendidas las escenas de acción, una cualidad que siempre fue sello y marca de la casa de Sturges.
Precisamente, una vez más no deja de resultar un gustazo no menor la concisión con la que están expuestos sus diálogos, su laconismo, su aspereza, su enorme calidad literaria. Mérito todo ello fundamentalmente de James Poe.
A todo lo expuesto, añadan la música siempre clásica y vibrante del especialista Dimitri Tiomkin (“Solo ante el peligro”, “El Álamo”).
Una soberbia aportación al género, de las muchas que contribuyeron a que el que esto escribe lo haya llegado a amar hasta límites siderales.
De una intensidad dramática apabullante. De lo más emocionante.
Concluyo con una pequeña demostración de esos diálogos anteriormente ensalzados:
- Busco a Rick Belden. ¿Le conoces?
- No. Tal vez se ha equivocado usted de ciudad.
- No me he equivocado de ciudad. Tal vez de informador.
- Aquí todos somos iguales, sheriff.
- ¿Sí? En este caso será un placer suprimir a unos cuantos.
- Yo no le diría a usted dónde está Rick Belden ni aunque estuviera a su espalda.
- Ya veo que Belden tiene buenos amigos aquí.
- Los tiene.
- ¿Y ningún enemigo?
- Sí. ¡Muchos!
- ¿Y dónde están?
- A las afueras del pueblo, en el cementerio.