Por José Luis Vázquez
Memorable recreación dickensiana
Es un verdadero lujo, en todos los sentidos, esta versión cinematográfica de la novela de Charles Dickens auspiciada por el rutilante Hollywood de 1935.
El material literario le supuso dos años de preparación al escritor inglés, desde 1848 a 1850, publicándolo por primera vez por entregas en 1849 y ya como libro al año siguiente. Planificaría con mucho mimo y escrupulosidad su trama y estructura. Su título original es “La historia personal, aventuras, experiencia y observación del joven David Copperfield”.
Seguramente es de toda su bibliografía, la obra que contiene más elementos autobiográficos. Y dadas propias manifestaciones suyas, su criatura preferida… y eso que tenía donde elegir por abundancia y calidad. Prácticamente durante toda mi existencia sexagenaria ha sido mi autor favorito junto a Somerset Maugham, ambos de las Islas. Desde que comenzara a leerle en aquellas maravillosas colecciones de tebeos de Bruguera.
Y aunque no suelo entrar al trapo en cuestiones de adaptaciones a la gran pantalla por una serie de principios o reglas que siempre me he impuesto, entre tantas otras virtudes resulta admirable la poda sintética a la que fue sometido el original por parte de los excelentes guionistas Hugh Walpole y Howard Eastbrook. Cierto que en el camino se dejaron u omitieron –inevitable por otra parte, estamos ante un considerable tocho- algún que otro episodio relevante, como el tiempo que David pasa en el internado de Salem House, pero en cualquier caso no merma en modo alguno su alcance y grandeza. Y ya digo, no reparo en comparativas tan estériles de facto.
Lo que sí continuó respetándose es la narración en primera persona del relato. E igualmente el tratar con tacto el aprendizaje vital, la vida emocional y moral del protagonista, del héroe o anti héroe, todo un exponente, un ejemplo de generosidad, educación, humanidad y benignidad.
En lo que a producción se refiere volvió a suponer una aparatosa y generosa producción Metro Goldwyn Mayer a la que tan habituados estaban los espectadores, bendecida de nuevo por el mítico David O´Selznick, cuyo padre, Lewis J. Selznick había aprendido inglés gracias a esta obra que les leía todas las noches a sus hijos. Así que en esta ocasión supuso por su parte algo más que un ambicioso empeño profesional.
La verdad es que se echaron los restos en esta empresa, comenzando por un reparto, que contemplado con la perspectiva que otorga el mucho tiempo transcurrido –noventa años cuando escribo esta reseña- tal vez podríamos estar hablando de uno de los más señeros de la historia, como lo es la propia película, elegida entre las 100 mejores de todos los tiempos en una encuesta llevada a cabo por The New York Times.
Así, se pueden encontrar con un debutante niño prodigio Freddie Bartholomew, seleccionado en lugar del inicialmente previsto Jackie Cooper, y descubierto al ir a rodar una serie de planos generales en Londres. Continuando por el singular y formidable cómico norteamericano W. C. Fields como el excéntrico y amistoso Wilkins Micawber (en un papel destinado inicialmente a Charles Laughton, nominado al Oscar ese mismo año por su memorable rol del Capitán Bligh en “La tragedia de la Bounty”), siempre optimista respecto a lo que trae cada día. Resulta característica e icónica su imagen con sombrero y gesticulante, algo extensivo a buena parte del elenco, pues no olvidemos que el cine sonoro todavía era deudor del mudo, tras tan solo ocho años de existencia. Si la escuchan en su versión original presten atención a su acentazo yanqui que tira para atrás, pues no hubo forma alguna de que enmendara la plana al respecto.
Por no hacerles más exhaustiva la relación, ya tan solo indicar que también pueden encontrarse con la que ya se había estrenado como Jane en las películas de Tarzán, la guapísima Maureen O´Sullivan, madre de Mia Farrow. Y con el malvado de malvados por excelencia, Basil Rathbone (el padrastro de David), a punto de batirse en duelo tres años después con el mismísimo Robín de los Bosques/Errol Flynn. También las inefables y sensacionales características Ednay May Oliver, Elsa Lanchester (para las antologías “la novia de Frankenstein”) o Lionel Barrymore entre tantos otros.
Al mando de las operaciones uno de los directores más exquisitos que haya habido jamás, George Cukor, ya cotizadísimo en aquel momento y considerado un profesional de lo más sofisticado y especialista en papeles femeninos, aunque aquí los preponderantes sean más bien masculinos.
Sí es conveniente destacar que obtuvo un resultado impecable en su recreación de la Inglaterra ferozmente industrializada de mediados del siglo XIX, trufada de injusticias, explotaciones, miserias, maltratos infantiles, mezquindades e hipocresías (estas previas y extendidas en el tiempo, es una de las características de nuestra especie). Como contraposición, de esperanza y bondad, tienen al personaje del señor Pegotty en que se encuentran plasmadas.
No deja de resultar una “foto finish”, un fascinante y atmosférico retrato de un momento tan transformador en la sociedad británica de la época, expuesto mediante primorosas composiciones fotográficas de Oliver T. Marsh y la extraordinaria dirección artística del indispensable Cedric Gibbons (¿recuerdan la exquisita “My Fair Lady”?). Y que muestra de manera plausible el pálpito de la sociedad del período que refleja.
Algunos exteriores se rodarían en Inglaterra, en concreto el exterior de la Catedral de Canterbury, un metraje que en pantalla no rebasa el minuto. Por otra parte, la casa de la tía Betsey y los elevados acantilados blancos de Dover (¿recuerdan esa otra obra maestra de una década después titulada “Las rocas blancas de Dover”?) fueron filmadas en Malibú.
Desde luego pocas versiones como esta han reflejado mejor el espíritu y la esencia “dickensiana”. Tan solo son comparables, e incluso superables esas dos magistrales aportaciones del genial David Lean firmadas en la década de los 40, “Cadenas rotas” (basada en “Grandes esperanzas”, es, sencillamente, sublime) y “Oliver Twist” (prácticamente comparable es la versión musical de Carol Reed y está francamente bien la de Roman Polanski).
Al novelista rendiría merecido homenaje Clint Eastwood en 2010 con su subvalorada “Más allá de la vida”.
Tuvo 3 nominaciones al Oscar, entre ellas a mejor película, estatuilla que acabó obteniendo la primera versión de “Rebelión a bordo”, la anteriormente citada “La tragedia de la Bounty”.
De las más taquilleras y prestigiadas de 1935. Una verdadera gozada.
Apostilla: “David Copperfield” es en realidad -como ya lo es el material literario de partida- una película sobre la BONDAD.