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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "La primera escuela"
Ramón Vidal
La primera escuela

La educación es la clave de la libertad

Por José Luis Vázquez

“La primera escuela” es una preciosa película, que digo preciosa, primorosa, de un director, Éric Besnard, que suele lidiar con empeños de estas características, preciosos precisamente, bonitos de verdad de la buena y “educativos” trabajos tales como “Pastel de pera con lavanda” o “Delicioso”.

Gira en torno a una admirable y doliente sin lamentaciones mujer, que se intuye (y se llega a insinuar en un momento dado) que ha debido sufrir mucho, muchísimo, pero que todavía arrastra su dignidad como bandera con la que no restriega a nadie.

Se trata de una jacobina, una comunera, empeñada en causas tan nobles como proporcionar educación a cualquier hijo de vecino. El apartado lugar rural, la época y el momento histórico en el que se desenvuelve resultan de lo más esclarecedores y fundamentales. Me refiero a la Francia de 1889, al poco tiempo de la obligatoriedad de la enseñanza pública y laica en la educación primaria para niños de 6 a 13 años. Justo siete años después de haber sido decretada la misma y solo uno más de ser considerada también gratuita. Las que serían conocidas como las leyes de Jules Ferry. Disculpen este pequeño aparte histórico, pero lo consideraba necesario para ubicarles en su contexto. 

Me resulta igualmente obligado destacar y hacer una mención especial al portentoso trabajo de su protagonista femenina en uno de los primeros papeles dramáticos de su carrera, pues habitualmente suele desenvolverse como una comedianta de quilates. Me refiero a la ya veterana (tan solo 53 años, eh) Alexandra Lamy, a la que bien pudieran recordar por alguna de sus apariciones en las simpáticas o resultonas “Sobre ruedas”, “¿Y esto… de quién es?”, “Vuelta a casa de mi madre”, “Historias de una indecisa”, “Sin filtros”, “Necesitamos tu voto” o “Ricky”. La suya es una interpretación profunda sin melindres, hondamente queda en el más auténtico y amplio sentido del término. De las que no se olvidan fácilmente.

Y si hago especial mención de ella, como no hacerla de él, de su “antagonista”. De ese aparentemente tarugo alcalde que está encarnado por ese gran, grandísimo actor que indeleblemente va asociado al director de orquesta de esto, el que bien pudiera ser designado a fecha de hoy -comienzos de octubre de 2025 que es cuando estoy redactando esto- como su actor fetiche. Hablo de Grégory Gadebois, el mismo que encarnara a ese tenaz, perseverante y singular chef de los previos de la Revolución Francesa en la anteriormente mencionada “Delicioso”, el que abriera el primer restaurante de la historia (Madrid tiene algo que decir al respecto, y no es chauvinismo español) en plena naturaleza. 

Ambos lo hacen bajo la batuta de un director que les saca máximo rendimiento, que tira de un ritmo acertadamente pausado y de un tono sobriamente poético, concediendo adecuado protagonismo a unos paisajes de campiña ciertamente bucólicos y a través de unos encuadres bellísimos, de estética en absoluto vacua o gratuita. Y mostrándose añejo en su acepción más laudatoria. Sin duda llevando a cabo un trabajo medido, sólido (como el coetáneo de su compatriota Martin Bourboulon en la ejemplar “13 días, 13 noches”), de los que envuelven casi sin que uno se dé cuenta.

Da gusto, a mí desde luego me lo da plenamente, asistir a una propuesta como esta que aúna divulgación, compromiso, sentimentalismo sin añagazas y que transmite tan buenos, tan inmejorables sentimientos.

He de confesar que me arrebata desde su primer hasta su último fotograma, ello sin alzar apenas la voz, regalando imágenes pictóricas con contenido, con fuste, con entendible reivindicación y, vuelvo a insistir, sin resultar vocinglero ni dogmático, apelando a los más nobles empeños del ser humano. Y es que estas cualidades suelen ser signos de identidad cinematográfica de nuestros vecinos del norte que continúan “invadiendo” la cartelera -y las plataformas- con ingentes producciones para enmarcar y recordar.

Para finalizar permítanme que recoja que Blai Morell ha llegado a decir atinadísimamente que es “una de esas películas que te reconcilian con el mundo”. También he leído por ahí que constituye un “canto a la labor social menos reconocida de la historia”, aunque bien es verdad que puede que sean unas cuantas las que puedan ser así catalogadas, aunque la de docente es cierto que resulta vital en el devenir o en el encauzamiento de nuestras existencias. En cualquier caso, amén a lo proclamado por mis colegas. Creo que no deberían perdérsela, pero ustedes mismos.

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Imagen de la película "La primera escuela"
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