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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Vivir el momento"
Ramón Vidal
Vivir el momento

Insípida

Por José Luis Vázquez

La insipidez y el aburrimiento en cine suelo asociarlas en muchas ocasiones a películas que reniegan de su carga dulzona o sentimental. Pero, quede clara, que ni mucho menos es una regla inamovible, pues cada obra posee un registro o carácter propio. Suele ocurrir que el “populacho” suele abrazar habitualmente estas características y la intelectualidad más bien lo contrario (literariamente Corín Tellado podría ser un buen ejemplo, aparte la ironía cotiza más), pero tampoco en esto quiero caer en excesivas generalizaciones.

En este caso me estoy refiriendo concretamente a comedias o dramas románticos como lo es “Vivir el momento”, que aborda algo tan recurrente como el comportamiento con las personas que más queremos y el enfrentamiento a las adversidades que la vida se encarga de poner en el camino, a veces antes de tiempo.

No deja de ser curioso lo anteriormente expuesto. A ello debo añadir y precisar que a mí casi siempre me suelen gustar o encantar más (existe igualmente una respetable cantidad insoportable) esas que son un tanto “edulcoradas” y “azucaradas” del Hollywood de cualquier época, aunque por supuesto, haya de todo como en botica. La que aquí me ocupa no lo es, es una producción británica con aportaciones francesas. Y, por cierto, no confundir porque pudieran creer que guarde vínculo alguno con un desechable título setentero protagonizado por el gran Travolta.

Parte de esquemas, asuntos y estándares propios de este tipo de relatos, referidos a abordar diferentes momentos de la vida de una pareja en los que cabe de todo, desde el amor o la maternidad hasta la enfermedad o la muerte. 

En producciones de cierta solvencia, como esta, suelen estar protagonizada por estrellas carismáticas, como el “arácnido” Andrew Garfield y la emergente o, mejor dicho, la ya consolidada Florence Pugh. Acaban erigiéndose en lo más destacable. Y no recurriré al socorrido término de la química con la que solemos despachar estas cuestiones, pero es cierto que dan bien en pantalla, por separado o conjuntamente. Tiran de una naturalidad que es la vitola con la que está envuelta la narración.

Pero probablemente sea el guion de Nick Payne lo que más me descoloca y atasca. Sus constantes saltos en el tiempo me acaban fatigando bastante, además desparrama las emociones a golpe de efecto mediante una serie de viñetas que parecen inspiradas en esta cultura Tik Tok que estamos viviendo, a excepción de una secuencia tan brillante como la del parto. Y conste que en un clásico indiscutible sesentero como “Dos en la carretera” careciendo de la definitiva tragedia de fondo que envuelve esta propuesta, se venía a hacer algo parecido, pero claro, de forma magistral (detrás se encontraba un genio, Stanley Donen, y delante mí divina Audrey), mostrándose ocurrente e imaginativo en todo momento.

Lo expuesto me resulta insustancial, subrayado y repetitivo. Y encima dirigido átonamente por un originario de la Isla Esmeralda -del bellísimo condado de Cork- que hace justamente una década nos regaló -a mí al menos- una preciosa historia de inmigrantes titulada “Brooklyn” protagonizada por Saoirse Ronan. Precisamente esta mucho más “edulcorada” como decía antes, positiva pese al asunto tratado y amable.

Otro gran inconveniente es que no encuentro verdadera chispa en sus diálogos, ni se ofrecen situaciones lo suficientemente cercanas, conmovedoras o atractivas para que se me gane para la causa, salvo el pasaje natal anteriormente mencionado.

Aunque ya saben de sobra y tal como suelo decir tantas veces respecto a cualquier película, libro, canción, cuadro o la vida misma, todo es cuestión de impresiones, de personalísimos e intransferibles gustos. También lo generacional cuenta lo suyo, pues a bastante gente joven sí les está convenciendo, se conoce que conecta con puntos o claves que a mí se me escapan. Sin ir más lejos, el día que asistí a su estreno, había varias chicas jóvenes que parecían derretirse con lo expuesto que a mí me provocaba algún bostezo, algo de tedio, frialdad y desconexión por momentos (y garantizo que no debido a déficit de atención).

Eso sí, por aquello rubricar con esa marca de la casa que suelo gastar y que me consta que a algunos incomoda, resaltaré algún aspecto positivo pese a no convencerme su conjunto. Esta vez valoro el que destile una discreta elegancia en sus formas y maneras de contar. Poco más da de sí.

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