Esto es lo que hay
Por José Luis Vázquez
No es fácil abordar “Un amor”, ni tampoco su reseña. Hay que verla y reparar en ella con mucha atención para evitar la confusión. Y no porque sea ininteligible o… críptica, que la novela de partida puede que lo sea relativamente, aunque no voy a entrar en este terreno de comparar medios artísticos diferentes, sino porque está pergeñada con mucho mimo hacia el detalle apenas perceptible.
Lo que sí voy teniendo cada vez más claro es que con el cine de Isabel Coixet no me caben términos medios, o me apasiona o me aburre profundamente. En esta ocasión entra más en la primera catalogación. Y eso que, probablemente, sea su obra más “antipática” y muestre uno de sus personajes más herméticos -convenientemente “dulcificado” respecto al original-, sosainas y escasamente empático. Poco dada al lirismo, por ejemplo, como el sí felizmente esgrimido por la adorable Emily Mortimer de “La librería”.
Y es que el subtítulo de esta reseña, “Esto es lo que hay”, no es gratuito. Es una frase exclamada por su protagonista, una de nueva convincente -y esta vez no era nada fácil salir indemne- Laia Costa, que borda a esa mujer con cicatrices, encerrada en sí misma, en su soledad, en su hermetismo, pero todavía no ajena al deseo… por equívoco que pueda parecer, algo que no deja de ser su opción.
Se refiere y me refiero, claro, al percal masculino que nos es mostrado, una más que suficiente representación de la toxicidad que puede suponer en diferentes registros. Y hasta aquí escribo sobre el asunto, lo mejor es que ustedes mismos vayan identificando o sacando punta a lo señalado. Y a la decisión de Nat respecto a uno de ellos, curiosamente el más claro y rotundo en sus verbalizaciones y manifestaciones, el menos “garrulo” aunque pueda parecer justo lo contrario.
Si uno se fija bien, no deja de suponer otra nueva variante sobre esas cuestiones, tal como lo era, lo es, la francamente apreciable -ahí emergía poderosa Anna Castillo- y reciente “Girasoles silvestres”, pero en un tono más alambicado, o menos obvio si prefieren.
Lo que desde luego tengo claro es que hay dos calificativos leídos por ahí al albur con motivo de su estreno que definen perfectamente este trabajo de Coixet… aspereza y adustez. No hay apenas concesiones para la sentimentalidad, o no al menos como la entendemos más convencionalmente. Hay desarraigo, opresión, asfixia, ambigüedad, mujeres víctimas de sí mismas y una España rural agreste, árida, que se va tornando según avanza la acción todavía más desasosegante y agobiante. Ese intencionadamente rígido cuatro tercios con el que ha sido concebida contribuye a transmitir esas sensaciones.
No es una película asequible precisamente, pues habla de complejidades existenciales y es a su vez compleja en su exposición, pero es descifrable si reparan adecuadamente en ella. Quiero decir, se entiende en su lectura más obvia, pero hay que ir a sus raíces, a sus elaboradas y finas sutilezas. Muy Coixet, vaya. Y lean todo esto en su acepción más positiva.
Uno de sus aspectos que más me impresiona en su explícita dureza verbal es la composición del actor de origen armenio Hovik Keuchkerian, como ese vecino reparador de tantas cosas. Muy bien rodeados de colegas como Hugo Silva, Ingrid García-Jonsson o Luis Bermejo, un muestrario, incluyendo a la propia Nat, nada complaciente de nuestra especie y la realidad circundante.
Y puedo entender su catártico final, o no, pero no deja de desconcertarme. Lo que no invalida el buen mal sabor de boca que me deja esta propuesta tan desapacible como francamente estimable, una obra singular, otra gratamente, dentro del actual y enriquecedor panorama del cine español.