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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Tres mil años esperándote"
Ramón Vidal
Tres mil años esperándote (Three Thousand Years of Longing)

Realidad versus fantasía

Por José Luis Vázquez

En la actualidad (y diría que de siempre… desde que comenzaran sus carreras, claro) tres son para el que esto firma los más grandes cineastas del país de los canguros… y de Cocodrilo Dundee, no se olvide a este icónico individuo de ficción tampoco. Me refiero a Peter Weir (a la cabeza de ellos… inmenso su talento), Baz Luhrmann y George Miller. Casi estaba predestinado, ninguno se libraba, de que acabarían formando parte de la todopoderosa industria hollywoodiense, a la que como en tiempos mucho más remotos los alemanes expresionistas, han contribuido confiriéndole fuste, creatividad, esplendor y singularidad.

El tercero de ellos, Miller, 77 años en la actualidad, es el firmante de esta inclasificable, extraña, extravagante, ensoñadora y fascinante coproducción. Y justo siete años después de su anterior trabajo, ese epílogo y portento que nos regalara a muchos aficionados al CINE con “Mad Max: Furia en la carretera”, rugiente, estruendoso, subversivo y felizmente irrefrenable alegato feminista camuflado como cine de acción felizmente extenuante. Nada de extrañar, por otra parte, estos volantazos y bamboleos de quien ha firmado obras maestras tan dispares, diversas y geniales como la trilogía del ya citado Mad Max (ésta en su Australia natal), “El aceite de la vida”, “Babe, el cerdito en la ciudad”, “Happy feet (Rompiendo el hielo” I y II o “Las brujas de Eastwick”.

Su obra bien se podría resumir en el arte de fabular, de narrar y esta “Tres mil años esperándote” es el más adecuado colofón de ello, pues su propia estructura argumental bebe sin recato alguno por el referente por excelencia de estas cuestiones, “Las mil y una noches”.

También entronca con su obra porque vuelve a abordar asuntos como el deseo y varias cuestiones en torno al mismo, desde su desembocadura o no en el amor y la diferencia respecto a la necesidad. Y lo bueno de todo esto, entre otras muchas virtudes es que, aunque podamos tildar este trabajo de discursivo, no resulta moralizante, no resulta moralinoso en modo alguno, todo lo contrario, es muy abierto de miras mentales y deja vía libre a la mente del espectador.

Eso sí, en todo momento, esa profesora protagonista experta en narratología (impecable como siempre Tilda Swinto, reciente todavía ese “tour de force” que supuso el mediometraje almodovariano “La voz humana”) pone sobre el tapete un debate que no voy a decir que se venga produciendo desde el origen de los tiempos, pues en aquel entonces supongo que se imponían aplastantemente el mito y la superstición, pero sí que ocupa cada vez más espacio en las tribunas intelectuales o de opinión, me refiero a esa lucha entre lógica, ciencia y fantasía, mito (lo hemos comprobado recientemente con la irrupción del covid). Por supuesto, esta propuesta vuelve a meter en el dedo en la llaga y allá cada cual las conclusiones que quiera sacar. Sí parece claro que su último demarraje más sereno podría despejar dudas.

Claro que lo que me resulta verdaderamente fantástico es la manera con la que el directo consigue envolverme, mediante una estética oriental, que bebe en múltiples tradiciones orales y narrativas, y también visuales, terreno éste en el que se producen algunos de sus más destacables logros, y no son pocos.

Entiendo perfectamente su fracaso en todo el mundo. Navega contracorriente, aboga por un cine a la antigua usanza en el que la palabra y lo artesanal tienen mucho que decir (sin descuido en puntuales momentos de efectos de CGI, efectos digitales para quien no se encuentre al tanto de estas jergas cinéfilas). Y, encima, le da un tanto la vuelta al calcetín a los cuentos de genios (aquí denominados djinn… menudo Idris Elba, casi no podrían haber elegido otro mejor, en cartelera todavía “La bestia”).

Si se dejan envolver en la bruma de las mejores engañifas cuentacuentos nada chinos, o en los laberintos y meandros de lo evocado, es posible -así lo desearía- que puedan disfrutar como yo lo he hecho con estas serpenteantes historias de concede sueños, sultanes, príncipes, odaliscas, máscaras tribales, mujeres racionales y, finalmente, gente corriente y moliente.

Todo un atrevimiento en tiempos en que la fórmula y el adocenamiento se imponen más de lo que sería deseable, pero conste que defiendo un buen porcentaje del cine actual, en parte por títulos nada acomodaticios y que navegan fuera de corriente como éste (y hay un buen número de los denominados “convencionales” que también los asumo). Si cada temporada hurgan bien hurgado en la cartelera se pueden encontrar con un buen puñado de todos ellos (puedo demostrarlo… aunque los gustos de cada cual son los gustos de cada cual, claro). Y si no al tiempo, fíjense lo que está ocurriendo con ese cine tan denostado y que muchos defendimos con ardor guerrero, tal como fue el ochentero. Seguramente no sea para grandes públicos… ni falta que hace, y no se colija de ello una actitud elitista o superior por mi parte, sino precisamente todo lo contrario, como acicate.

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