Lo repulsivo como supuesta obra de arte
Por José Luis Vázquez
Debo reconocer al cine (CRUDO y TITANE) de la parisina Julia Ducornau, la primera mujer en ganar en solitario la Palma de Oro del Festival de Cannes (la neozelandesa Jane Campion con EL PIANO lo había obtenido 28 años antes, pero al alimón con el chino Chen Kaige de ADIÓS A MI CONCUBINA) por la propuesta que aquí me ocupa, algo que me perturba e inquieta dentro siempre de una explicitud perfectamente adscribible al gore con ribetes supuestamente originales.
También le reconozco brillantez técnica, formal e indudable talento visual. Todo eso no lo cuestiono. Pero no me basta con ello, pues según al servicio de lo que sea puesto puede ser cargante o agotador, tal es justo lo que me provoca en esta ocasión. Y, además, con el añadido de resultarme lo expuesto repulsivo en todos los sentidos del término, haciendo de esto poco menos que identidad artística. No negaré tampoco que argumentalmente me desconcierta en numerosas ocasiones porque esa brillantez mencionada no va asociada necesariamente a capacidad narrativa, aunque tenga en cuenta y me dé igual que sus intenciones o prioridades no sean precisamente esas, las de no adscribirse a lo que mal se entiende como convencional… término que siempre me ha chirriado un tanto.
Me hago mayor y cada vez prefiero ante todo la buena letra y la comida bien masticada, lo cual no tiene porqué ser asociado a menor exigencia, ni mucho menos. Es más, afirmo que al cabo de los años continúo pensando que, en general, la sencillez es tantas veces lo más difícil de ejecutar. No menos cierto es que me noto cada vez menos receptivo para interpretaciones alambicadas, estérilmente bizarras, presuntamente rupturistas o intensas. Y catarsis y moderneces como las aquí desplegadas no acaban de conectar con mis fibras sensibles, pues me hago la cábala más esclarecedora, la de si desearía volver a repetirla en alguna otra ocasión. Y definitiva, automáticamente la respuesta es un rotundo no. Algo que jamás me pasará con EL APARTAMENTO o MATAR A UN RUISEÑOR.
Inevitablemente establezco una comparativa, aunque estas no suelan ser justas. Actualmente sigue en cartel CRY MACHO de mi venerado Clint y no puedo evitar sentirme conmovido por la humildad franciscana de esta aparentemente obra menor del genio californiano, modelo de transparencia e inmaculada escritura.
Y aunque sea consciente de que los repertorios cinematográficos puedan ser infinitos, todos perfectamente válidos, cada vez me irrita más cierto cine feísta, estridente, al servicio de retratar lo peor de nosotros mismos. Admito estar felizmente embrutecido por el más maravilloso y -incluso en la diatriba más feroz- positivo cine clásico norteamericano, y siento que no estoy ya para descubrir nuevas piedras filosofales que ensombrezcan cientos de referentes alojados en mi memoria. Y quiero creer que mi posicionamiento no es tanto el de una cuestión moral como estética. La belleza y transparencia de esos modelos de antaño y de todavía varios actuales, de los de ahora mismo, han quedado definitivamente alojadas en mis retinas y prolongadas en el tiempo por genios que no van de nada como Clint, y esto incluso aunque algunos de aquellos títulos abordaran las mayores y más tremebundas de las tragedias o asuntos más o tan escabrosos como los mostrados en TITANE. A estas alturas de mí vida ya ni puedo ni quiero evitar este posicionamiento. Me ha ido perfectamente así y ello fue el generador de mi adicción sin remedio al Séptimo Arte desde mi más tierna infancia. Ya saben, cada uno cuenta la misa cómo le ha ido o le va.
Pero es que, además, tal como me sucedió en otro registro con la reciente TENET, película de la que salí de su proyección sin enterarme qué me habían pretendido contar por muy loable que fuera su pirotecnia técnica, tampoco TITANE me genera ninguna adhesión, y me da exactamente igual todos los fuegos de artificio de los que se haya adornado tan asquerosilla guarnición.
No acabo de cogerle en ningún momento el punto a su desatinado argumento, me parece un puro dislate en el que todo vale con tal de epatar. No me gusta este tipo de cine gritón que trata de requerir atención a cualquier precio. Y no tengo cargo de conciencia alguna por reconocerlo. Me quedo tan ancho por mucho que mis colegas aúpen a los altares a este según ellos no va más de creatividad.
Y lo que siempre digo, no voy a poner en duda las capacitaciones profesionales de quienes la han parido (pues lo de los jurados de los festivales europeos permítaseme que lo ponga en permanente cuarentena) ya que esto del cine al fin y al cabo se reduce a una mera cuestión casi siempre de gustos y opciones, obviando producciones que sean realizadas en condiciones cutres o infectas, pero que hoy en día con tantos avances de todo tipo raramente se da en los circuitos comerciales.
El quid se centra en cómo me expenden las cosas y también en cómo vamos hacia opciones o tendencias en los que el cine se empeña en mostrar todo lo peor de nosotros mismos de manera vocinglera, ruidosa. No conecto en ningún momento, aunque no negaré que en algunos momentos esa misma potencia visual de la que hace gala me provoque cierta desazón… y asco también.
Inevitablemente algunos momentos es inevitable que me traigan la evocación de CRASH del habitualmente excelente David Cronenberg -he aquí un director igualmente de lo supurante, pero prístino- en el que supone para mí uno de sus trabajos más olvidables pese a lo igualmente impactante de su premisa. Ente otras razones, por hacer de un automóvil un elemento sexual. Pero esto es mera anécdota para ponerles en antecedentes.
Deseando estoy que estrenen EL ÚLTIMO DUELO de Ridley Scott o el WEST SIDE STORY de Steve Spielberg, y no será porque ambas no alberguen argumentos tremebundos en otra onda vaselina, claro. Pero me da en la nariz que la actitud, el punto de vista, la resolución desprenderá algo que seguramente posibilite que las vuelva a repetir en otras ocasiones, algo que ni por lo más remoto me entran ganas con esta supuestamente transgresora, controvertida, ostentosa, desprejuiciada y exhaustiva muestra de lo que dicen los muy expertos es a lo que tiende el nuevo cine. Y esa cuestionable osadía a la que ha aludido alguno de mis colegas a mí más bien me recuerda a esos niños o mayores que tratan de que se les preste atención al precio que sea. Que no cuenten con mi complicidad para jalearla, pues el tiempo es lo más valioso de lo que disponemos tras la salud. Y cuando uno se va haciendo, es mayor, ni les cuento.