Esperanzadora diversidad en una Sevilla setentera
Por José Luis Vázquez
Con motivo de su estreno creo haber leído a algún colega que considera “Te estoy amando locamente” como el equivalente hispano a la estupenda “Pride (Orgullo)”. No llega a la excelente calidad de la producción británica, pero me parece una referencia adecuada, de lo más oportuna.
Desde luego, el debut en el largometraje del malagueño Ricardo Marín (firmante de la atractiva serie “Maricón perdido”) supone una pequeña bocanada de aire fresco, aunque no innove nada ni mucho menos.
Transcurre en los inicios del movimiento LGTBI andaluz en plena Transición. Y cuenta como este movimiento fue auspiciado por personas y representaciones sociales de diferentes pelajes: madres piadosas y tradicionales, sindicalistas, “curas rojos” o simplemente seres humanos con ansias de libertad y de decidir sobre sus vidas y a quien querer.
Se centra en los desvelos de un todavía cándido chaval de 17 años, que acaba de finalizar el bachillerato y cuya máxima ilusión es participar en el popular programa musical “Gente Joven” de Televisión Española. Y, fundamentalmente, en la asunción de su propia condición homosexual, en una época la que ser gay era un delito por las leyes todavía existentes del período franquista.
Llegado a este punto, y sin descuidar en ningún momento su obvio carácter de denuncia, uno de los aciertos y algo que agradezco a título personal, es que sitúe el foco en los aspectos más humanos -sin descuidar en ningún momento los críticos o los reivindicativos- y que atienda con mimo y calidez a sus entrañables personajes. Que deje a un lado los aspectos más crueles o truculentos, no me parece mal. Pues sin tener que caer en buenismos, me parece positivo no tener por qué recurrir como otras ocasiones a trazos gruesos.
Por momentos muestra un tonillo a lo “Cuéntame cómo pasó”. No hay especial acritud -sí rabia y, en alguna ocasión, emoción- sino amabilidad, simpatía, sin que por ello se le reste verdadero dramatismo a lo narrado.
Bascula entre sombras y luces, es divertida y discretamente punzante y adquiere unas cotas de entretenimiento respetable. Gasta un costumbrismo modesto, pero resultón. Y apura francamente bien su dirección artística y vestuario, teniendo sobre todo en cuenta que no es una producción precisamente cara. Mérito también en el haber de su ameno director.
Y, por supuesto, lo que emerge como una de sus máximas cualidades, es algo que salta a la vista a las primeras de cambio, tal como es su entusiasta reparto, comenzando por esa madre luchadora que tiene que vencer sus propios prejuicios. Este personaje lleva a cabo todo un proceso, un viaje de descubrimiento y de inmersión en lo mejor de sí misma. Le da encarnadura la estupenda Ana Wagener, actriz de dilatada y brillante trayectoria.
A su alrededor y dicho con afecto, mariposean jóvenes intérpretes del desparpajo y la desenvoltura de Alba Flores (nieta de la mismísima Faraona), Omar Banana, Lola Buzón o el ya curtido Jesús Carroza.
Como guinda, el hecho de que evoque el referencial tema de las Grecas que da título a la película o a la mismísima y -tratando de lo que trata- emblemática Mari Trini, algo que supone un plus nostálgico y emocional.
Me acaba dejando una sensación optimista, luminosa.