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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Smile"
Ramón Vidal
Smile

Un tratado fastuoso y hollywoodiense sobre la condición humana

Por José Luis Vázquez

Me resulta inevitable, es un ritual al que procedo, prácticamente año tras año, desde hace cuarenta. Se trata de ver el día de Nochebuena, o el de Navidad, según cuando sea más oportuno o disponible, la película por excelencia en torno a estas fechas, “¡Qué bello es vivir!” (“It´s a wonderful life”). Creo que deben ser muy poquitos, creyentes o no y más o menos cinéfilos, los que todavía la desconozcan. Y eso que cuando se estrenó, finalizada la Segunda Guerra Mundial, constituyó un sonoro fracaso. Su posterior emisión televisiva constituiría todo un revulsivo de calado y proyección estratosférica.

Sin ni un solo ápice de duda, es la que con más intensidad, emotividad y hondura refleja el llamado espíritu navideño, ese que dinamitara hace un par de siglos, pero tan solo en su fase inicial Mr. Scrooge, pues al final acabó quedando también como emblema, en este caso literario (y posteriormente cinematográfico).

Creo que jamás se ha expresado mejor en una pantalla ese estado abstracto, intangible (¿o sí?), que supone la FELICIDAD, así, en mayúsculas, en su acepción más absoluta, en estado puro. La prueba del algodón de tan rotunda afirmación es ese plano final, con James Stewart corriendo a toda velocidad por las calles adornadas y nevadas de su ciudad, una vez recuperadas las ganas de vivir gracias a la intermediación del “querubinesco” Clarence, necesitado de ganarse sus alas mediante la salvación de la vida de aquel.

Es fundamentalmente la historia de un hombre bueno. Y supone la certificación de que nadie es jamás un fracasado si cuenta al menos con un amigo. Y trata sobre lo fundamentales que podemos llegar a ser en la vida de los otros. Como dice el entrañable mensajero de la guarda “la vida de cada hombre afecta muchas vidas y si él no está deja un hueco terrible”. También de que los poderosos no tienen nada que hacer si todos los demás están unidos.

Un magnífico guion, un reparto irrepetible, en ebullición, en el que todos –hasta el último figurante- están sublimes,  y una dirección prodigiosa, repleta de sabiduría celestial, de Frank Capra, impermeable al paso de los años, de irreductible humanismo y optimismo en lo social, daría como resultado esta obra maestra indiscutible, capital, pareciera que cincelada por el mismísimo Hacedor, sobre el que no creo ni dejo de creer, pero que sí realmente existiera algo en el más allá me encantaría que se aproximara a lo aquí dispuesto vía lucecita parpadeante.

Ejemplar su puesta en escena, en la que posiblemente sea su obra más representativa, revalorizada con el paso del tiempo hasta límites impensables, hasta llegar a convertirse en emblemática, ineludible, obligado punto referencial en las televisiones de casi todo el mundo cuando llegan las fechas navideñas. Aunque he de subrayar que nada de su prodigiosa filmografía tiene desperdicio alguno y que cualquiera de ellas bien pudiera ser también representativa, sobre todo de ese período que va desde mitad de los 30 a mitad de los 40 del pasado siglo.

Está repleta de secuencias memorables, como la descrita anteriormente sobre ese travelling casi final, la del tarro del veneno, la del baile, cada una de sus secuencias es una pieza de oro en sí misma.

De mi “top ten”, de mis imprescindibles de siempre. Y ya saben, cada vez que escuchen tocar unas campanillas, es que un ángel ha obtenido sus alas. Ni lo duden. E imaginen, claro, la sonrisa seráfica de Clarence

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