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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Siempre nos quedará mañana"
Ramón Vidal
Siempre nos quedará mañana (C'è ancora domani)

El amanecer de las acalladas

Por José Luis Vázquez

No era fácil, nada fácil, contender con el tono y el equilibrio en el alambre empleados en esta producción que supone el debut tras las cámaras de la guionista y actriz Paola Cortellesi. Una estupenda comedianta, por cierto. Ahí están para corroborarlo entre otros numerosos trabajos, los llevados a cabo para “Como pez fuera del agua”, “Figli”, “Ma cosa ci dice il cervello”, el remake de “Mamá o papá”, “Algo novedoso”, “Nadie me puede juzgar”, “Perdón por existir”. Unos más logrados, otros no tanto, pero todos ellos merecedores de que les concedan una oportunidad.

Temáticamente aborda varios, delicados e importantes asuntos, que van desde la violencia de género hasta la conquista de derechos femeninos. Y todo ello contrapunteado y empaquetado mediante una corteza de comedia puntualmente musical, más bien cantable (son cuatro o cinco los atractivos temas/números puestos en lid… que pespuntean adecuadamente lo narrado), y un registro aparentemente liviano, y remacho lo de liviano porque su carga de profundidad resulta evidente.

Y es que son varios los colegas que hablan de un homenaje o resurgir del neorrealismo italiano. Aquello tuvo su tiempo y su momento, y por muchos guiños que se le quieran hacer, ya no es lo mismo. Es posible que por la utilización del blanco y negro y la época en la que transcurre, la posguerra, pueda entenderse la tentación por parte de muchos de emparentarla con aquel importantísimo movimiento de antaño, pero creo sinceramente que en donde hinca principalmente sus fauces es en la todavía más fecunda y atemporal tradición de la tragicomedia a la italiana. Aquella que determinaran los grandes maestros del pasado como Monicelli, Risi y tantos otros o referentes tan populares como “Matrimonio a la italiana” o su consecuencia, sin tener por ello nada que ver una con otra, “Divorcio a la italiana”, ambas formidables e inequívocos emblemas.

Y, de acuerdo, puede que no cuente nada nuevo, pero nunca está de más seguir insistiendo en lo evidente, y hacerlo con la gracia, la donosura, el encanto aquí desplegado. Por otra parte, es probable que alguna acústica rockera o tendencia videoclipera chirríen un tanto, pero he de reconocer que no me molestan en modo alguno.

 

Al final con lo que me quedo es con una puesta en escena brillante, reluciente, de carcasa y contenido francamente espléndido, de ahí que no me extrañen esos seis millones de espectadores que han pasado por taquilla en el país transalpino para disfrutarla.

También me quedo con una historia primorosamente contada que comienza con un elocuente bofetón y concluye con un hito histórico, que no deja de ser un “bofetón” necesario, o mejor, un golpe encima de la mesa. Bello, necesario reivindicativo y emotivo colofón, que parece ser ha aplaudido la mismísima Meloni.

No quiero dejar de destacar la originalidad mostrada -formalmente, sobre todo- en varios de sus tramos. O el hecho de que el tratamiento de la violencia física por parte del marido sea más intuida que gráfica, algo que probablemente le confiera más atrocidad. O la emoción que me traslada esa sensible relación materno filial, en la que esa progenitora tratada como felpudo intenta hacerle ver a su joven hija que está a tiempo de cambiar, llevando a cabo una curiosa estrategia, pues hablamos de uno de los enésimos casos de mujer inteligente y resolutiva, de mujer a secas sin calificativos de ningún tipo, ahogada por el entorno circundante, en este caso una sociedad patriarcal fuertemente arraigada. Me ganan las dos, tanto Delia, esa mujer que se supera a sí misma con gran valentía ella, como su vástago Marcella, una excelente y bellísima Romana Maggiora Vergano, que bien pudiera ser erigida como un símbolo del nuevo tiempo que está por venir.

Hay otro aspecto a tener en cuenta y que podría haber conllevado un patinazo, pero que acaba siendo superado con notaza. Su sentido del humor, patente sobre todo en el personaje del suegro (un genial y divertidísimo Giorgio Colangeli, aprovecho para elogiar a Valerio Mastandrea como el páter familia), cuyas humoradas acaban dejándole en evidencia y potenciando el espíritu denunciador.

En lo que sí no parece que haya transcurrido el tiempo es en cuanto al considerable nivel de este melodrama dotado con ese citado barniz humorístico en el más puro estilo y la más genuina escuela de una cinematografía que nos ha regalado montones de joyas de esta misma tendencia, las que van desde “Rufufú” a “Habitación para cuatro” o la más reciente “Si Dios quiere”, hasta “Los camaradas”, “Todos a casa”, “La chica con la maleta”, “Guardias y ladrones”, “Habitación para cuatro”, “Una jornada particular” y cientos y cientos más.

Una felicísima aportación más, con sus necesarios instantes sombríos para poner en solfa lo que quiere poner en solfa, y respecto a ello me remito al subtítulo de esta reseña, que no es plan de chafarles más cuestiones.

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