Chistes, vasos de tubo, cigarrillos, taburete y… amor del bueno
Por José Luis Vázquez
Acudí a la proyección de “Saben aquell” con ganas, y no solamente por cuestiones específicamente cinematográficas sino por la época y momento reflejados, especiales para mí (transcurre en mi adolescencia), pero ni mucho menos las mismas eran excesivas o desbordantes. De ahí que la sorpresa tan positiva resulte aún más grata.
Y es que conviene matizar que al hermano “pequeño” del notable director Fernando Trueba, de nombre David, le sucede lo mismo que pasaba con los Scott. Que Ridley ha sido siempre por su obra el aclamado y grandioso -mi favorito desde hace tiempo tras los imbatibles e incombustibles Clint Eastwood y Steven Spielberg- y Tony quedaba relegado, siendo también la suyha excelente en tantas ocasiones.
Recapitulo brevísimamente respecto a su filmografía, pues lo considero conveniente. Debutaría tras las cámaras -y no se olvide su extenso recorrido como guionista y escritor- en 1996 con ese bonito y agridulce relato de adolescencia que es “La buena vida”. Y a partir de entonces, pese a no contar en este apartado con una trayectoria muy amplia en cuanto a cantidad (una docena de largometrajes de lo más variopintos, que tampoco está mal), cuenta al menos con otras tres propuestas verdaderamente destacables, tal como son “Soldados de Salamina”, “Madrid 1987” y la verdaderamente encantadora, tierna y sentimental “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, merecidísimo Goya mayor a propósito de una anécdota cierta entre un profesor y un componente de The Beatles en una playa de Almería. No me quisiera olvidar tampoco del extraordinario documental de plano fijo e impagable hablar en torrentera “La silla de Fernando”.
Una vez trasladada mi consideración respecto al firmante de esta crónica evocadora y nostálgica, me resulta obligado apostillar que este trabajo está a la altura, que es considerable, de los anteriormente los mencionados. Y ello moviéndose en unos parámetros relativamente humildes, alejado de grandes presupuestos y centrándose en seres humanos corrientes y molientes, aunque lo de corriente en el caso del protagonista, y ya no por su profesión mediática, habría que cogerlo con fórceps.
Porque a quien biografía o, mejor dicho, a quien radiografía es nada más ni nada menos que a uno de los humoristas televisivos, de locales underground o de otro tipo y de cassettes que fueron santo y seña de la por mí siempre -nunca me cansaré de ponderarla- encomiosa Transición. Me refiero al impasible Eugenio, al que fumaba permanentemente como un carretero y que solía estar acompañado al micro por un cigarrillo y un vaso de tubo del que sorbía entre gracieta y gracieta su líquido elemento.
Pero esto no es una biopic al uso, tal como ha señalado el propio David en diversas entrevistas. Y así es, al madrileño lo que más le ha interesado es contar un episodio significativo de la vida de este cuentachistes un tanto oscuro y sombrío en lo personal. Ni más ni menos que su gran historia de amor con la mujer de su vida, Conchita, una andaluza toda vitalidad y humanidad desbordante. Una de esas mujeres de la época -y de anteriores- a las que resulta necesario poner en valor con toda la justicia del mundo mundial. Se centra fundamentalmente en su relación, desde cómo se conocen y forman un dueto musical, en el que ella poseía una considerable voz (llegaron a optar a Eurovisión, pero se les cruzó un verdadero monstruo de la canción) hasta un epílogo que, obviamente, no voy aquí a desvelar, aunque su romance está al alcance de quien haya tenido curiosidad por el mismo o lo siguiera en su momento.
Llegado a este punto, se hace inevitable destacar la que es una de las grandes bazas o virtudes de su autor, la dirección actoral. Y es aquí cuando tengo que asignar un 10 sin paliativos a la pareja protagonista. El para mí relativamente desconocido David Verdaguer clava al “homenajeado”. Y ya no es que se mimetice, es que es el propio Eugenio redivivo, en voz, gestos, en manera de moverse en el escenario, en todo, absolutamente en todo. Y Carolina Yuste, joven actriz en la que reparé desde casi prácticamente desde sus inicios y con gran parecido físico con Alba Flores, sencillamente lo borda como la pareja del singular showman. Desprende una fuerza y naturalidad que me ganan desde el primer instante, ese mismo en el que cómico repara en ella y rompe de facto su compromiso previo para pasar por el altar.
En el mejor estilo “truebiano” es una película pequeña, sencilla, íntima, como suele ser norma en lo ofrecido hasta la fecha. Pero lo es en grado sumo, tirando de muchos quilates de talento y autenticidad. Despliega otros muchos aspectos positivos, pero creo que con lo expuesto espero dejarles con la suficiente miel en los labios para que acudan a verla… si esa es su disposición.
Y es que todavía con mes y medio por delante para finalizar este pródigo y fértil en estrenos 2023 -¿el del despegue de nuevo de la asistencia a las salas?-, considero esta película como una de las tres mejores españolas del año junto a “20.000 especies de abejas” y “Cerrar a los ojos”. Y ello a falta del esperadísimo “La sociedad de la nieve” de Juan Antonio Bayona, la candidata española a los Oscar.
PD: Resulta de lo más oportuno e ilustrativo el cartel inicial en torno al hecho de fumar asociado a la época retratada.