Pesada, prolija, cansina
Por José Luis Vázquez
La primera vez que vi “Oppenheimer” me resultó fatigosa, insustancialmente verborreica, incluso por momentos algo ampulosilla y estática en su puesta en escena. Apreciaciones muy particulares, por supuesto. Pero en vista de que están siendo muchos, varios de ellos nombres justificadamente prestigiosos de la profesión, tales como el gran cineasta y cinéfilo de pro Paul Schrader o el no menos grandísimo Denis Villeneuve (creo que incluso el mismísimo Martin Scorsese, no estoy ahora seguro), los que la consideran como la mejor película del siglo XXI, decidí concederle una segunda oportunidad. Quede constancia que repito al cabo del año abundantes estrenos, por no hablar de los clasicazos incontestables en los que reincido infinitas veces en el salón de mi casa, ante un pantallón como dios manda. Y es que mi definición de excelente o de obra maestra viene determinada por las ganas que pueda tener de volver a ver aquello que me haya podido arrebatar o atraer.
En el segundo visionado apenas me gusta un poquitín más, pues en lo referido a las sensaciones fundamentales me suelo reafirmar con las experimentadas inicialmente, tal como viene siendo norma a lo largo de mi existencia, salvo que ese día asista a la sala un tanto cansado o con un estado de ánimo mermado o no adecuado. Aún en estos casos, siempre trato de aguantar el tipo. Aprovecho la ocasión para confesarles que, salvo en alguna ocasión muy puntual, lo que me pueda deparar su contemplación en la primera media hora (tirando largo), suele ser indicativo de lo que me va a parecer.
El caso es que cada vez que el fastuoso -negarle su capacitación técnica sería absurdo, pero a veces me pregunto al servicio de qué, ya que en dos o tres trabajos de su carrera advierto exceso de pirotecnia- director Christopher Nolan invoca o evoca la física cuántica me echo a temblar. Al menos esta vez es lineal pese a sus saltos temporales y la entiendo, aunque me genere más de un interrogante y su planteamiento sea un tanto disperso. Sus dos únicos trabajos que no soporto, pese a su apabullante carrocería, responden a ello. Al resto de su filmografía no le pongo reproche, es estupenda. Pero ni entendí ni me fascinó la supuestamente deslumbrante y sublime “Origen”, y ya ni cuento la verdaderamente -admito mis enormes carencias- insufrible e ininteligible “Tenet”. Con ésta, tras su proyección se produjo una situación de lo más reveladora. Un chico iba charlando con unos amigos y soltó literalmente este comentario, “no la he entendido y me he aburrido, pero es muy buena, es de Nolan”. Ay las dichosas poses pseudo intelectualoides o de cualquier otro tipo. Para quien esto escribe algo que reúne esas dos características es sencillamente “rechazable”. Pero insisto, al final es una cuestión de gustos o incluso posicionamientos. En mi caso, según voy cumpliendo años tanto en este como en otros aspectos de mi vida, hago lo posible por tratar de no engañarme y así de paso no hacerlo con los demás.
Igualmente hay otro aspecto de este ya tótem sagrado del Séptimo Arte que cada vez está atragantándose más, aunque en “Dunkerque” he de confesar que lo acepté sin reparo alguno. Es el hecho de esos juegos temporales con los que se despacha en tantas ocasiones, ya desde guion, y que a mí me distraen o cansan en ocasiones.
Dicho lo cual, y aunque de manera algo raspada apruebo este insólito y arrasador en taquilla “blockbuster”, pero matizo que salvo que fuera por obligación, no tengo intención alguna de volver a repetirlo.
Y, de acuerdo, el “genio” (me encantan, lo reconozco su “Trilogía del Caballero Oscuro”, “Insomnio”, “Memento”, “Interstellar” o “El truco final” y la citada “Dunkerque”) continúa manteniendo algunas de sus señas de identidad que sí me ganan para su causa, como es una potencia visual inusitada. Aunque, curiosamente al respecto, el desarrollo de la prueba nuclear en Los Álamos, tal como la ha resuelto visualmente me genera decepción. Ya, ya sé que Nolan renunció expresamente a los efectos digitales, pero se podía haber marcado algo más impactante, de mayor fuste o distintivo. Tampoco la crónica pormenorizada, interminable de nombres y situaciones, incluyendo algunos insertos de planos sobre fuego, explosiones, átomos o similares, me interesa demasiado. Aclaro que advierto sus loables intenciones, no siempre acompañadas de resultados, de tratar de trasladarnos los reparos éticos y morales de sus protagonistas y de varios de sus personajes. Eso sí, una secuencia me gusta especialmente referida a estas cuestiones, la breve y contundente entrevista con el presidente Truman, en la que quedan al descubierto las antagónicas actitudes entre científico y político.
Y, vale, está bien ese recurso del blanco y negro y color según el punto de vista del interlocutor (blanco y negro para un irreconocible Robert Downey Jr. como Robert Strauss y color para el protagonista, Cillian Murphy), pero no lo tengo en cuenta como ningún hallazgo especial y, además, la trama a propósito del comunismo, de filiaciones o no, me acaba cansando bastante.
Desde luego su complejidad, turbiedad y decenas de etcéteras más no me atrapan esta vez. Tampoco las desprecio del todo y reconozco su brillantez formal, la recreación de la época o el hecho de que su cuadro de actores sea espléndido, aunque me dejen frías sus interpretaciones por cómo están expuestas. Me llama la atención Matt Damon, que hace el papel del general que en la menos ambiciosa y pretenciosa, pero más eficaz, “Creadores de sombras” (“Fat Man and Little Boy”) llevara a cabo Paul Newman en 1989. En cualquier caso, ambos, extraordinarios actores, sin la menor duda.
“Oppenheimer” me sirve -entre otras varias que dejo en el tintero digital- para una reflexión. Tengo la sensación últimamente de que una porción del gran cine del Hollywood actual, el más alternativo, incluyendo el Oscar a mejor producción de la última edición, es más cerebral y menos narrativo, menos emocional que el clásico, dorado y por mí venerado. Aquí, que con la historia tan tremenda abordada no me tope con ningún momento que me conmueva (aceptando que no fueran esas sus intenciones u objetivos) o sacuda, me causa frustración. Está dilatada, es cansinamente minuciosa y exhaustiva. Y me invade el tedio en alguno de sus tramos. No es precisamente amena.
Y para no seguir yendo de aguafiestas, punto final, aquí corto la reseña. Permítanme tan solo una apostilla. En los ocho meses que llevamos de 2023, he visto 26 estrenos en Ciudad Real que valoro bastante o simplemente más que esta propuesta. Sí, ya sé, posiblemente haya quien lo considere una flagrante herejía o mera provocación teniendo en cuenta la mención de algunos de ellos, pero doy mi palabra de honor que estos preferidos son así de preferidamente sentidos, en modo alguno es mi intención la de epatar o ir porque sí a contracorriente (fíjense, “Barbie” en cambio, sin volverme del loco me ha convencido… y a ambas, al fenómeno “Barbenheimer” mi eterno agradecimiento por volver a atraer masivamente a los espectadores a las salas). Aquí va la relación: “Los Fabelman” (número uno sin posible discusión), “El maestro jardinero”, “AIR”, “Babylon” (sí, sí, completamente convencido además de que ganará con los años), “Misión imposible: Sentencia mortal – Parte 1”, “Llaman a la puerta”, “Barbie”, “Elemental”, “Indiana Jones y el dial del destino”, “Decision to leave”, “Rebel”, “20.000 especies de abejas” (único título español en el listado), “Holy spider”, “Living”, “Flash”, “Spider-Man: Cruzando el multiverso” (y eso que estoy ya de los multiversos hasta los mismísimos), “La ballena”, “El extraño”, “Ninja Turtles: Caos mutante”, “Una bonita mañana”, “Háblame”, “M3GAN”, “The offering”, “Los tres mosqueteros: D´Artagnan”, “Guardianes de la galaxia. Vol. 3” y “Campeonex”.