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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Nosferatu"
Ramón Vidal
Nosferatu

Putrefacción y belleza

Por José Luis Vázquez

Dos son hasta la fecha las versiones oficiales de “Nosferatu” como tal, la silente de comienzos de la década de los veinte del pasado siglo y la de 1979 de Werner Herzog, y subrayo lo de oficiales porque su historia no deja de ser un derivado, reinterpretación o copia más o menos permitida de la celebérrima novela “Drácula” de Bram Stoker, publicada veinticinco años antes de aquella primera y mítica puesta de largo que se llevase a cabo en 1922, dirigida por el genial Friedrich Wilhelm Murnau. Y que vuelta a revisar por quien esto firma la pasada Navidad en la impagable plataforma Filmin, puedo ratificar que no ha perdido un ápice de su genialidad primitiva. 

A su vez conviene matizar que, si nos ponemos puristas, la cuestión proviene de la Grecia antigua, trasladada después a los Cárpatos, a Rusia (léase al Tolstoi de “La familia del Vurdalak”, magníficamente adaptada a la gran pantalla por el imaginativo Mario Bava) e incluso a la mismísima y vecina Irlanda con esa inefable “Camilla” de Joseph Sheridan La Farnu (alguna escena levísimamente lésbica asoma por aquí). O sea, para rematar este preámbulo, creo que es justo admitir que Murnau reconfiguró el mito. Todo esto lo explica mucho mejor Adrián Herrera en su estupenda reseña “Vampiro” a propósito de esta plausible versión con estilo propio sin apartarse en ningún momento del relato que la cobija.

Por tanto, su protagonista no deja de ser una variante o primo hermano tanto de estos antecedentes como del señor de las tinieblas anglosajón (mucho más elegante que este otro sujeto purulento), de ese Drácula que en rumano es sinónimo de vampiro o insufrible, y en griego de portador de enfermedades, características que le cuadran tan perfectamente a ese conde Orlok como los guantes negros a Audrey en “Desayuno con diamantes”.

Con un listón tan elevado, eran perfectamente entendibles las reservas pese a estar dirigida por uno de los mayores talentazos del género de ese actualmente -de nuevo- pujante cine de terror (aquí en su vertiente gótica), o mejor tal vez tendría que precisar que… de horror. Me refiero al estadounidense Robert Eggers, que me deslumbrara con su debut en la espeluznante y folk “La bruja”, que inmediatamente me decepcionó y me resultó petulante (igual tengo que volver a verla) con la aclamada “El faro” y que volvería inmediatamente a recuperar bríos con una brutal aproximación al mundo vikingo titulada “El hombre del Norte” coprotagonizada por una Nicole Kidman de armas tomar.

Pues bien, Eggers vuelve a ser fiel a su estilo en una cuestión fundamental, dotar de una ambientación sensacional, climática, a su criatura, utilizando en cuanto a este término el doble sentido de la expresión, como creación cinematográfica y dado el carácter del personaje en torno al que gira todo.

Lo que consigue es un apabullante ejercicio de estilo -y contenido- que se erige más en tributo a su(s) antecesora(s) que en cualquier otra calificación que se le pudiera asignar y del que sale magníficamente bien parado, hasta el punto de que una producción de este perfil, atípicamente estrenada justo antes de Navidad, acaba de pulverizar los 100 millones de dólares de recaudación en el momento que escribo esta reseña, 12 de enero de 2025, algo verdaderamente inaudito. Lo cual habla a las claras de que en esta ocasión el público ha percibido, recibido y aceptado con los brazos abiertos buena parte de sus numerosas virtudes, incluyendo en el mismo a espectadores a los que el género les suele resultar esquivo.

Entrando en harina, supone una fascinante vuelta de tuerca a este mito o leyenda (lo que prefieran) del, vuelvo a subrayarlo, horror más que del terror, por aquello de que lo que me provoca fundamentalmente es un enorme repelús. Y ahí lo dejo para no meterme en vericuetos más intelectualoides por los que se me pueda tildar-algo que francamente me importa un comino- de gafapasta y cultureta, manifestaciones en las que seguramente habré caído en numerosas ocasiones… y a mucha honra, pues mis desvelos y miles y requeté miles de horas consumidas ante diversos pantallones me ha costado.

El caso es que la sensación que me provoca, a la que acompañan y contribuyen poderosamente -entre otras- las interpretaciones de una delicada y bellísima Lily-Rose Depp (no puede ocultar, ni tiene porqué, el parecido con su padre en la vida real Johnny) o un irreconocible Bill Skarsgârd como el monstruo, es hipnótica, placentera, casi inmersiva. Y aclaro que su tono parcial o puntualmente teatral en cuanto a actuaciones y declamaciones me parece oportuno (por siempre Hammer), casa perfectamente con el espíritu de origen.

“Nosferatu” versión 2025 es bella y putrefacta, hedionda y refinada, pesadillesca y realista, sombría y -por qué no- luminosa… desde luego lo es artísticamente. Trata sobre el deseo contemplado como más poderoso que cualquier otro sentimiento y el dolor, sobre el espanto y el sacrificio. Y posee un final, sin desvelarles nada para que no me lapiden como intentaron hacer con el bueno de Brian, adecuada y admirablemente horripilante, e incluso apacible en su definitivo espanto con referencias fotográficas prestigiosas e impregnadas de estas emulsiones (Joel-Peter Witkin). La religión, vía personaje de Willem Dafoe, da paso aquí a un espíritu más científico, o si me apuran más atrayente aún, pagano.

Resulta también obligado de hablar de virtudes que saltan a la vista, desde su carácter obviamente oscuro hasta su mórbida atmósfera, pasando por una iluminación subyugante, una fotografía tenebrista que acaban por potenciarla más.

Y chimpún. Bueno no, queda la apostilla… gran película.

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