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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "No hay dos sin tres"
Ramón Vidal
No hay dos sin tres

Inane y “representativa” comedia de este milenio

Por José Luis Vázquez

La comedia norteamericana no atraviesa precisamente su mejor momento, aunque en ningún momento ha dejado de seguir incorporando alguna que otra muestra apreciable o incluso sobresaliente. Paulatinamente, se ha ido fosilizando, parcialmente liofilizando y vulgarizando, sobre todo en los últimos años. Y menos mal que gracias sobre todo a cineastas indies he podido disfrutar de producciones tan elogiables como “Happythankyoumoreplease” de Josh Radnor, “Pequeña Miss Sunshine” de Jonathan Dayton y Valerie Faris, “Crazy, stupid, love” de Glenn Ficarra y John Requa, “Moonrise Kingdom” del mejor Wes Anderson (pues últimamente se me está atravesando de lo lindo, incluyendo la actual “La trama fenicia”) o “El lado bueno de las cosas” de David O. Russell (de hace ya un tiempo es la estupenda “Resacón en Las Vegas”), entre otros varios ejemplos sobresalientes de la que en una cinematografía tan poderosa como la estadounidense siempre se pueden extraer hasta en sus horas más bajas.

 

No es menos cierto que la decepción se ve aumentada por la enorme devoción que este comentarista siente por el período de esplendor del género en los USA, desde la década de los30 a la de los 70 del pasado siglo. Con nombrar tan solo algunos cineastas impresionantes que la otorgaron una calidad insuperable, sería ya suficiente para no tener que dar explicaciones. Me refiero a los Billy Wilder, Frank Capra, Ernst Lubitsch, Leo McCarey, Preston Sturges, George Cukor, Gregory La Cava, Howard Hawks, Mitchell Leisen, George Marshall, Stanley Donen, Vincente Minnelli, Blake Edwards, Frank Tashlin, Norman Z. McLeod, Sam Wood, Melvin Frank, Norman Panama, Mel Brooks o Woody Allen, entre decenas más.

 

Tras este, creo, obligado preámbulo me centraré en el objeto de mi crítica, el octavo del buen director Nick Cassavetes (capaz de algunos títulos excelentes en su filmografía, como “El diario de Noa” o “La decisión de Anne”), hijo de una gloria del cine independiente de la década de los 60, John Cassavetes… y de la grandísima actriz Gena Rowlands.

 

Pero parece que debía estar atravesando un bache creativo, o sencillamente, que tenía que pagar las letras cuando dirigió “No hay dos sin tres·. Y conste que con lo de pagar las letras no me refiero en el sentido literal, pero sí en el de subsistencia profesional, con mucho mayor motivo en una industria tan competitiva, atosigante y a veces feroz como es la hollywoodiense.

 

“No hay dos sin tres” parte de un libreto simplón y una idea más o menos clásica y ocurrente: el hecho de que la esposa y las dos amantes de todo un ligón sin escrúpulos y vividor se pongan de acuerdo para darle una lección. Lo que pasa es que la construcción dramática de la historia reside más en unas imágenes, decorados, estilismo, escenarios naturales y atractivas mujeres vestidas al estilo Vogue o similares que, en una verdadera y sólida construcción de unos personajes, más bien rayanos en la caricatura desmañada.

 

Algún ligerísimo esbozo de sonrisa no palia la manera tan estereotipada con que son abordadas las situaciones de enredo o confusión. Tan solo una secuencia de “El bazar de las sorpresas” o “La fiera de mi niña” esconde más resoluciones visuales y gramaticales que esta película entera.

 

No deja de ser decepcionante, pues a la en principio probada solvencia de su director, habría que añadir el protagonismo de la muy guapetona y resolutiva comediante Cameron Diaz, tal como espléndidamente lo demostrara en “La boda de mi mejor amigo” o “Algo pasa con Mary”, estas sí destacables exponentes relativamente contemporáneos. Pero ni ella, pese a sus tablas y desparpajo es capaz esta vez de reflotar la nave. Ni tampoco una igualmente desenvuelta Leslie Mann, porque lo de Kate Upton era en ese momento todavía un proyecto que se dedicaba a mostrar palmito, considerable, pero palmito sin más.

 

Queda eso sí, una serie de imágenes agradables, tres actrices físicamente llamativas y la presencia para sus numerosas fans del cotizado e igualmente atractivo actor danés Nikolaj Coster-Waldau, famoso sobre todo a raíz de su participación en “Juego de Tronos” (posteriormente director de esa inclasificable y sensacional “Driver”, aquí en un papel un tanto caricaturesco y desmayado.

 

Poco más da de sí una producción charcutera, perfectamente confundible e intercambiable con otras tantas del Hollywood coetáneo. Y conste en acta, que el cine de las barras y estrellas me sigue pareciendo el número uno a gran distancia, mi favorito sin posible discusión incluso en este tiempo y pese a que en este terreno comediante esté perdiendo gas.

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