Amenazadora
Por José Luis Vázquez
No confundir con una discreta producción británica de terror de 2007 dirigida por Julian Richards. Ni con aquel otro thriller noventero, también endeble por ser generoso, titulado “Nunca hables con extraños”, protagonizado por Antonio Banderas y la otrora niñera maligna (“La mano que mece la cuna”) Rebecca De Mornay.
Esta en la que aquí me centro es otra mucho más reciente, de este 2024, que de partida se presentaba con buenas credenciales y que sobre la pantalla las ratifica con creces.
Y aunque no sea mi intención hablar o especular en nombre de nadie que no sea el que firma esto (como, por otra parte, hago siempre, pues es la mejor manera de al menos no defraudar a una persona, a uno mismo), me da en la nariz que puede satisfacer a bastantes seguidores del suspense, al más tradicional, rayano en el terror, tal como lo es esa obra suprema en ambos registros que responde al enunciado de “Psicosis” del maestro de maestros en este terreno, Alfred Hitchcock.
Debo reconocer que me produce alegría poder proclamar lo que acaban de leer. Porque en un tiempo en el que se impone la parafernalia, el efecto por el efecto o el más barato, los arabescos gratuitos, la sobresaturación o la astracanada, que se apele a recursos tradicionales de toda la vida como la acertada descripción de unos personajes, la progresiva intriga, no tirar de charcutería y otra serie de detalles nada insignificantes, al menos en mi caso supone una bocanada de aire fresco y reencontrarme con un género que adoro y con el que he ido forjando desde la niñez mi adicción al Séptimo. Desde la para mí iniciática “M, el vampiro de Düsseldorf” (del fundamental Fritz Lang) hasta gloriosos exponentes, algunos de los cuales precisamente he estado revisando la semana anterior a escribir esto: “Falso testigo” (Curtis Hanson), “Plan siniestro” (Bryan Forbes), “El estrangulador de Boston” (Richard Fleischer), “Extraño suceso” (Terence Fisher y Anthony Darnborough) o las contemporáneas “Llaman a la puerta” y “Misántropo” (Damián Szifrón). Cada una de ellas con su sello y estilo propio.
Pero quiero aprovechar el hecho de que el Pisuerga pase por Valladolid, para reivindicar el talentazo de un actor enorme, tremendo, descomunal. Y es que si hace unos días destacaba la figura del autóctono, catalán para más señas, Eduard Fernández, justo es hacerlo ahora con la del escocés James McAvoy, perfectamente integrado -como tantísimos otros- desde hace años en la industria estadounidense, aunque siga trabajando bastante en Inglaterra.
Y pese a no se le suela glosar habitualmente o estar en la palestra, a cualquier buen conocedor de su filmografía, seguramente no le extrañe ni le parezcan desmesurados los calificativos que acabo de adjudicarle. Y eso que de un tipo capaz de poner magistralmente más de veintitrés registros de voces diferentes -se impone que lo escuchen con su voz original, pese a haber sido bien doblado por estos pagos- en “Multiple” del genial M. Night Shyamalan, poco más habría que subrayar.
Una vez más, lo vuelve a bordar. El subtítulo que le he puesto a esta crítica, “amenazadora”, vale perfectamente para describir a su personaje y a su actuación, lo que transmite. En perfecta sintonía el director James Watkins y él consiguen en todo momento, incluso cuando más amigable se muestra en los primeros compases, que acabe crispando en todo instante, tensionando y, lo que es todavía más degustable, ejecutándolo de manera paulatina, gestado todo ello a cocción pausada sin que decaiga jamás el ritmo de la función.
Llegado a este punto, conviene informarles, aunque los hago a la mayoría al tanto, que supone un “remake” de una película danesa, “Speak no evil”, rodada tan solo hace dos años e igualmente de notable factura. A nivel anecdótico indicarles que los chascarrillos particulares entre las dos familias surgían allí a raíz de la nacionalidad de ambas protagonistas, danesa y holandesa. Aquí, en cambio, al variar el origen de eestas, lo son entre inglesa y (norte)americana. Y es posible que como destacara en su momento la colega Susannah Gruder la primera fuera más social, sádica y tortuosa, a lo cual añadiría que un tanto más en la línea -sin tener exactamente que ver- de la asfixiante “Funny games”, que igualmente contó con una adaptación hollywoodiense un poquito más maquillada en lo referido a su “horror”, como pasa con esta que me ocupa.
Al igual que sucediera con la versión USA de “Déjame entrar” esta otra se encuentra a la altura del original, o incluso llega a superarlo, sin por ello resultar un mero ejercicio mimético. Lo cual supone un indudable mérito dado especialmente el considerable nivel de su antecesora.
No me meto en mayores honduras a propósito de su desarrollo ni de su trama porque no suele ser conveniente ante este tipo de propuestas. Tras haberla visto, ahí si se tercia se imponen todas las que se quieran. Aparte, mi intención con mis críticas no suele ser la sesudez, sino la cuestión divulgativa y que, al citar otros referentes o títulos cinematográficos, sirva para que si los desconocen hagan lo posible por descubrirlos… si ese fuera su interés.
Eso sí, me sumo a lo comentado por algunos colegas respecto a que hay instantes en que ya les aviso generan pavor (por la innata capacidad que tiene el ser humano para generarlo), espeluzne o eso tan feo de morderse las uñas. No creo que sea conveniente demandarle doctas reflexiones, sencillamente déjense llevar por la adrenalina, y es probable que la “disfruten” mucho más, tal como se planteaba principalmente el cine antiguamente, en tiempo de nuestros padres y abuelos, cuando no se intelectualizaba todo en exceso, aunque ambos aspectos no tengan ni mucho menos porque estar reñidos.