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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Napoleón"
Ramón Vidal
Napoleón

Inequívoca denominación de origen

Por José Luis Vázquez

Me he criado desde chaval con las filmografías íntegras de Ridley Scott, Clint Eastwood y Steven Spielberg, mis tres cineastas favoritos en la actualidad y desde hace la tira. Mi deuda de gratitud contraída con ellos es eterna. De Scott en concreto destaco obras maestras incuestionables -qué decir a estas alturas- como “Los duelistas”, “Blade runner”, “Alien, el octavo pasajero”, “La sombra del testigo”, “Thelma y Louise”, “Gladiator”, “El reino de los cielos” (mi favorita suya después de haberla disfrutado más de una veintena de veces… poco más de una por año), “Black Hawk derribado”, “Robin Hood”, “El último duelo” y decenas más. Por supuesto, alguna ha habido que no me han arrebatado tanto: las dos últimas secuelas de “Alien” (“Prometheus” y “Covenant”), “La teniente O´Neill”, “Hannibal” y “Tormenta blanca”. Pero creo que todo es cuestión de volver a revisarlas para, probablemente, mejorar la opinión.

Nadie como “el pintor del Séptimo Arte” (doy mi palabra que no sé si alguien más ha acuñado este término, pero empeño mí palabra que es de cosecha propia) para crear atmósferas, ambientes, mundos propios, sin por ello descuidar jamás la narrativa. De esto ya he hablado en numerosas ocasiones, así que no me voy a extender más en la cuestión.

Lo que sí me resulta curioso contemplando su trabajo con perspectiva es que posiblemente sea el director más ninguneado y, a la vez, el más aclamado o reivindicado al poco tiempo por lo mismo que fuera denostado. Seguramente en algunos cambios bruscos de opinión tenga que ver el hecho de esos remontajes que se han ido convirtiendo en una de sus señas de identidad. Desde el de las cuestionadas “Blade runner” (mucho consagrado la recibió de uñas, me acuerdo perfectamente) hasta la reciente y formidable “El último duelo” es algo que se ha venido repitiendo con asiduidad.

El caso es que, en esta versión personalísima del emperador o caudillo francés, ha vuelto a dar en la diana, con todas sus benditas imperfecciones a cuestas, o precisamente por ellas.

Las resumiría principalmente en dos, la primera perfectamente desmontable para quien esto escribe. Me refiero al hecho de hreprochado airadamente el haber falseado los hechos de manera mendaz y contumaz. Pues bien, aparte de que tal acusación podría ser discutible (se han escrito diez mil libros sobre este sujeto y ni los propios historiadores se ponen de acuerdo, no se le pida precisión), he de confesar que la mayor parte de las películas históricas que he visto a lo largo de mi ya considerable existencia la han falseado de manera descarada, y eso no ha impedido que fueran majestuosas, excepcionales. Desde “Murieron con las botas puestas” hasta “El Cid”, pasando por “La carga de la brigada ligera”, “El Álamo”, “Zulu” y un millón de ejemplos más, así que en esto no voy a gastar ni una salva más. Por supuesto, si se pueden compatibilizar entretenimiento y rigor, mejor que mejor, pero no es algo que exija porque siempre antepondré lo bien hecho o la leyenda a la realidad siempre que la resulte excitante o fascinante, como es el caso.

Respecto a la segunda, a mostrarse deshilvanada, inconexa y no sé cuántas zarandajas más, me parece algo lógico por lo que paso a señalarles. Por una parte, pretender condensar una vida tan pródiga y apasionante es tarea prácticamente inútil. Pero es que, además -de nuevo- no tengo la menor duda de que se enriquecerá mucho más con su pase por plataforma dada la hora y media que se añadirá al que a algunos pudiera suponer abrupto -o precipitado- montaje, pues el maestro la concibió como una producción de 4 horas (2 horas y media es lo que dura la estrenada) e incluso con el tiempo es posible que se extienda todavía más.

De ahí que personajes tan relevantes como Fouché, Robespierre y tantos otros, o en otra dimensión el hijo de Josefína, queden tan solo meramente esbozados o desaparezcan repentinamente. Tampoco a alguno de ellos, posiblemente le haya interesado desarrollarlos mucho más porque pudieran estorbarle y dado lo que pretende contar. En cualquier caso, la mayoría de sus lógicas licencias lo son en beneficio -así lo creo rotundo- de la síntesis y la fastuosa representación. Es su elección, compartida o no.

Pero en cuanto a este apartado, procedo a otra matización. Al fin y al cabo, de una manera u otra, téngase en cuenta que lo que se aborda preferentemente es lo que constituyen los tres pivotes de su recorrido existencial no precisamente de “santo” (no hay nada más que contabilizar los los millones de muertos que sus acciones provocaran en el campo de batalla). Y eso se expone perfectamente en su final, con esas tres postreras palabras que exclamara el protagonista poco antes de fallecer y que lógicamente no les voy a chafar. Son un perfecto resumen de su biografía.

Hechas esas salvedades, “Napoleón” es subyugante espectáculo puro y duro en todos los sentidos, que volveré a visitar en varias ocasiones (ya voy por el tercer visionado).

Algunos de los principales puntales que hacen de esta una obra mayúscula son en primer lugar, esa imaginería visual deslumbrante tan propia, tan marca de la casa Scott (que no sólo Gucci tiene su sello… por hacer un guiño de vasos comunicantes), con una recreación de batallas (Austerlitz, Waterloo, etc.) verdaderamente virtuosa. Soberbia especialmente es la secuencia alusiva al deshielo, a la altura de la del mismísimo Spielberg de “Salvar al soldado Ryan, solo que esta vez de metraje mucho más breve.

Por supuesto, Vanessa Kirby encarnando a su gran amor, es otro puntal del excelente resultado final. Una antagonista de primera, a la altura del gran Joaquin Phoenix, que aquí no sé si por propia elección o por indicaciones lleva a cabo una interpretación que bien se podría denominar la “inconcreción de la identidad”, como certeramente señalara Stendhal (coetáneo suyo y mejor conocedor que la aplastante mayoría de los que han escrito sobre el bonapartista) y lo ha recordado Mario de las Heras. Prosiguiendo con la reflexión de ambos, “no se acaba de aprehender al héroe, al raro o al tirano, que es todo lo que era. A propósito de esto, recomiendo encarecidamente la lectura del extraordinario escritor francés (“La cartuja de Parma”, “El rojo y el negro”), esa formidable “Napoleón. Vida y memorias”.

“Un hombre de mirada fija y sombría”, así fue por él descrito. Un tipo taimado, añadiría de mi cosecha, en la estela o antecesor del mismísimo Franco. Pero, continúo con sus descripciones, oportunísimamente recuperadas por De las Heras. “El cariño por Napoleón es la única pasión que le ha quedado”, lo cual no le impide “ver los defectos de su espíritu y las miserables debilidades que se le pueden reprochar, como la “ignorancia” (de la que sabía salir con listeza), de su “educación incompleta”: “Aparte de matemáticas, artillería, arte militar y Plutarco, no sabía nada”, dice Stendhal, una realidad aquí plasmada.

Eso sí, tal vez la película, una vez efectuado ese considerable recorte de minutaje estrenarla en las salas, debería haberse titulado “Napoleón y Josefina”, algo que habría hecho más justicia, concretado y acotado que el finalmente registrado, que al englobar tanto puede generar decepción por determinados episodios obviados o sentenciados en treinta segundos (la invasión española).

Queda una benditamente imperfecta y distintiva obra de uno de los grandes genios de los últimos cincuenta años. Por cierto, la aparente o no tanto arrogancia de la que viene haciendo gala, que bien podría ser emparentada con la del mismísimo John Ford, en otro estilo claro, me genera gran regocijo. Por ejemplo, eso que ha espetado de “soy el primero en admitir cuando cometo un error, simplemente nunca lo hago”. Pues eso. Abajo las falsas humildades (otra cuestión sería el trato inclemente hacia los demás, en defensa propia la entiendo), que no deja de ser en ocasiones un exponente de la mayor de las soberbias.

Desde luego, lo que también me parece admirable es que la haya rodado con casi 86 años, que le haya dado tiempo después a finalizar la secuela de la sensacional “Gladiator” (flipante que le birlara Steven Soderberg el Oscar, pese a ese gran trabajo que es “Traffic”), con numerosos proyectos todavía en el horizonte y haciendo gala de un vigor inusitado. Ave, Ridley, alguno de los que vamos a largarnos de este mundo te saludamos. Qué digo saludamos, te ofrendamos.

Ah… Y no te mueras nunca, bueno rectifico para no resultar rijoso… larga vida Mr. Scott. A ti, a Mr. Eastwood, a Mr. Spielberg, Scorsese, Allen, Copola, De Palma, Schrader y un largo etcétera de veteranos luchadores que todavía continúan dando el callo y dándonos innumerables alegrías. Todos ellos inmejorables representantes de ese gran cine norteamericano, el de siempre, el que continúa siendo imbatible. Y que amaré, gozaré una y mil veces hasta el final de mis días o hasta que la memoria pudiera abandonarme.

PD: Si no la conocen (creo que está en Filmin) y les interesa el personaje, intenten recuperar la versión muda que rodara Abel Gance en 1927. Es sencillamente descomunal, grandiosa. Otro estilo y verdaderamente sorprendente por la fecha en la que se gestó. Son mis dos favoritas sobre/o con “Le petit caporal”. Y la de “Desirée” con Marlon Brando y la siempre adorable Jean Simmons siempre la he considerado encantadora (aprovecho para reivindicar la figura de su firmante, Henry Koster, el de “La túnica sagrada”).

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