Un Agatha Christie con aroma clásico de Hollywood
Por José Luis Vázquez
En 1978 se llevaría a cabo una francamente meritoria y muy apreciable
versión cinematográfica de la novela de Agatha Christie “Muerte en el
Nilo”. Casi 45 años después, en pleno revival de la escritora -incluso con la
reedición en tapa dura vía kiosco de algunos de sus obras y personajes
más populares-, tras el considerable éxito de la célebre e igualmente
recuperada (en 2017) para esta bendita causa de la gran pantalla
“Asesinato en el Orient Express”, el mismo director de aquella, el más que
merecidamente calificado como grande Kenneth Branagh, vuelve a
conducir el timón del barco y a salir no solo de lo más airoso, sino que
aplicando idéntica receta da incluso un paso adelante.
De nuevo fía una buena parte de su éxito en la espectacularidad tanto de
imágenes como de escenarios supuestamente naturales, pues por muy
digitales que estos sean en varios de sus tramos y pese a que pudiera
notarse algún costurón de este signo, no dejan de resultar fascinantes y en
este caso evocadores de otro tiempo.
Otro aspecto a tener en cuenta es que sus escenas de acción o intriga
vuelven a resultar de lo más resultonas. Y otro punto importante es que el
Branagh que también se sitúa delante de las cámaras resulta de lo más
molón. Además, en esta ocasión en un prólogo de lo más atractivo se nos
pone al tanto del pasado sentimental del protagonista que encarna con
absoluta convicción, el célebre detective belga Hercules Poirot. También al
igual que su antecesora, se ve acompañado de un reparto suficientemente
glamuroso y con mucho oficio (es inevitable que destaque a dos mujeres,
la “wonder woman” Gal Gadot, pues es mucha la clase y belleza que
derrocha, y la veterana con talento a espuertas para regalar Annette
Bening), pese a que varios de sus componentes no sean conocidos del
gran público, lo supone un condimento que acaba por redondear el
conjunto.
Branagh se vuelve a aplicar no solo ofreciendo un relato amenísimo de
suspense detectivesco, sino que sigue con máxima diligencia y pericia las
reglas de esa variante de la novela policíaca que es el “whodunit”, o sea,
¿Quién lo ha hecho? ¿quién ha cometido el asesinato?). Logra mantener la
curiosidad por saber quién está detrás de los asesinatos. No desmaya en el
empeño y consigue transmitirnos la incertidumbre con la tenacidad del
mejor sabueso. Otro reciente y ejemplar caso de esto sería la espléndida
PUÑALES POR LA ESPALDA.
Curiosamente en su reciente, admirable, conmovedora, magistral y
autobiográfica “Belfast” ya nos revelaba que una de las señas de identidad
cultural de su infancia había sido la literatura de Agatha Christie o el súper
héroe mitológico Thor, aficiones que finalmente con los años ha
conseguido traducir en imágenes y supongo que sentirse muy dichoso -
logros aparte- por ver hecha realidad aquellas primeras ensoñaciones.
Cierto que no basta solo con desearlo y conseguir realizarlo, sino que hay
que tirar de capacidad para ello y a fe que le sobra por quintales como
aquí se puede constatar.
Llegado a este punto debo destacar una cuestión que me parece
importante, fundamental diría. Está claro, o yo al menos así lo tengo, que
ha decidido, como en “Orient Express”, por desplegar un tono a veces un
tanto teatral en el mejor sentido del término, incluso artificioso como en
aquel cine clásico que él y algunos de nosotros veneramos. Creo
sinceramente que es todo un acierto, pues “Muerte en el Nilo” consigue
traer aromas del pasado, unos primeros planos preciosos, una puesta en
escena en la que hace del arte de narrar virtud, que no repara en
floripondios innecesarios y que todo fluye con la levedad, suntuosidad y a
la vez belleza de las aguas del propio río egipcio. Su voluntad de estilo es
patente recreando maneras y formas de contar del pasado y eso es un
acierto para los que, como el que esto escribe, añoramos el viejo
Hollywood, pero siendo consciente de que a la vez hay que y sabe
adaptarse a los nuevos tiempos. Más que conseguido este maridaje. Pero
como prueba de que por momentos estamos asistiendo a alguna de
aquellas películas del Hollywood de los 40 o 50, la secuencia casi inicial del
café se erige en toda una declaración de principios, todo un momento de
distinción y de encanto irresistible, como por otra parte lo es igualmente
el resto de su metraje.
Recurrir al calificativo de vistosa es lo mínimo que se puede decir e incluso
asumir seguramente por quienes no comulguen con esta propuesta. A mí
desde luego me ha ganado para su causa, me ha encantado. Y no solo lo
he pasado estupendamente esa primera vez vista, sino que estoy
deseando repetirla de nuevo. Y tiene mérito, pues esta segunda vez ya
estaré al tanto -lo estaba antes por su lectura previa en mí mocedad- de
quién es el asesino… pero hay otros muchos ornamentos que dan sentido,
empaque y elevados vuelos a una gran producción de estas
características, que merecen ser paladeados y deleitados una vez más
como mínimo. Y que hace del entretenimiento en todo momento su
mayor virtud.