Verdades al margen de la razón
Por José Luis Vázquez
En la sensible, preciosa y emotiva “Belfast” el gran Kenneth Branagh hacía repaso a sus primeros amores cinematográficos y literarios a los que ha seguido permaneciendo fiel con el paso de los años… y he de confesar, con los que me identifico prácticamente a un cien por cien. Entre ellos figuran las novelas de la gran dama del misterio, Agatha Christie. Otra gran escritora a la que se ninguneó -como a Stephen King- por especializarse en temáticas parece que consideradas “menores”.
De hecho, y disculpen la obligada redundancia, “Misterio en Venecia” supone la tercera adaptación -su origen estriba en la novela “Las manzanas”, en inglés “Hallowe´en party”- a la gran pantalla de una obra suya tras haberse estrenado exitosamente en 2017 con la popular y exitosa “Asesinato en el Orient Express” (la segunda fue la igualmente encomiable, pero menos taquillera “Muerte en el Nilo” en 2022), y la tercera también que cuenta como protagonista con el perspicaz y atildado detective belga Hércules Poirot.
Precisamente el retrato que lleva a cabo de éste es una de las principales bazas a jugar, gracias a una impecable y saludablemente irónica composición del propio Branagh.
El aquí propuesto es un personaje retirado de la circulación en su exilio veneciano. En un incipiente ocaso, pero todavía rutilante y en plenas facultades. Conviviendo con sus fantasmas, al igual que sus compañeros de función, tal como aludo en el subtítulo de esta reseña. Enfrentándose, por tanto, la razón con lo sobrenatural. Y nada más digo.
Y aunque sus pesquisas discurren en un fastuoso y claustrofóbico marco ambiental (uno de esos fascinantes y decadentes palacios), no creo que haga falta subrayar que la ciudad de las canales retratada de lo más sombría constituye otro de sus reclamos en sus compases iniciales y en ese extenso y maravilloso plano con dron de los créditos finales.
En lo que sí conviene llamar la atención es que por momentos parece que estamos más ante una propuesta de terror gótico que de suspense marca de la casa, sin por ello renunciar jamás a su vocación y origen de juguetona intriga clásica. Desde luego su atmósfera, de pura pesadilla, acaba erigiéndose en uno de sus máximos atractivos. Esas escenas iniciales prácticamente de sombras chinescas suponen toda una delicatessen. Ello le confiere un toque especial.
Y sí, claro que es cine de fórmula, pero resuelto con indudable destreza y habilidad. Pero, además, qué coñe, por mucho que se posea la receta es indispensable saber hacerla y combinarla.
Por otra parte, cierto que reconociendo que el elenco es destacable (como esa Tina Fay que hace de amiga desencadenante de la investigación), suele serlo en este tipo concreto de producciones en el que todos acaban teniendo su momento, en esta ocasión no me resulta tan redondo y estelar como en sus precedentes.
Lo que sí le agradezco sobremanera a Branagh es su suntuosa puesta en escena, relegando los efectos digitales en favor de recursos tradicionales, de los de toda la vida. Sin renunciar a su propio sello, en esta ocasión la utilización de objetos (desde puertas a estatuas y una amplia panoplia más) y diversos y brillantes movimientos de cámara en modo alguno postizos. Vamos, lo que se entiende en el mundillo como un ejercicio de estilo en toda regla, pero sin renunciar jamás a la que debe ser la máxima principal… entretener.
De lo más reconfortante, especialmente si son seguidores de esa mezcla de géneros anteriormente mencionada y que se revela afortunada.