Juguetón misterio criminal con retranca
Por José Luis Vázquez
“En la casa”, “La piscina”, “Frantz”, “Gracias a Dios”, “Bajo la arena”, “Joven y bonita”, “Gotas de agua sobre piedras calientes”, “Verano del 85”, “Ricky”, “Peter Von Kant”, “Todo ha ido bien” u “8 mujeres”. Todas estas excelentes o notables producciones francesas tienen un denominador común, idéntico director, François Ozon, uno de los creadores en activos más efervescentes y singulares del cine de lo que llevamos de siglo XXI. También de los más versátiles y sorprendentes.
Casi todas podrían ser calificadas de dramas de diferentes tonalidades: retorcidas, reivindicativas, denunciadoras, románticas, salvo la última de las citadas que bien podría ser enclavada dentro del ámbito de la alta comedia criminal y luminosa, a lo que añadiría juguetona, liviana, teatral, y sí, si se quiere también “intrascendente”. Y con encanto intencionadamente vetusto.
Soy consciente de que al haberla descrito como comedia serán muchos los que asocien este término a carcajadas. No necesariamente tiene porqué ser así, sino que igualmente puede ser considerada con el mismo valor -de tenerlo, ésta lo tiene- la que no necesariamente tira de las mismas, de descoyuntamientos, sino de ironía. Y es que, tal como es el caso, cuenta con personajes que no tienen desperdicio como el asistente judicial Trapu, leves sonrisillas y muchos dobles y terceros sentidos que me temo se puedan echar a perder por el doblaje y por lo que (no) se estila en la actualidad. De esas cualidades, aparte de la apreciable puesta en escena tiene buena parte de culpa un molón guion con varias sorpresillas que tira de saludable sorna.
Desde luego quien conozca “8 mujeres” tendrán una idea bastante aproximada de que es lo que aquí se ofrece. Un crimen de inicio, una investigación desarrollada con cierta rechufla, una acertada evocación de época (aquí los años 30 parisinos del pasado siglo), una estructura ciertamente teatral y unas actuaciones un tanto vodevilescas (en el fondo y en el origen estamos ante un vodevil), tal como es el caso de la hace años consagrada Isabelle Huppert, que aparece en el último tramo de la historia y cuyo “look” extravagante bien pudiera proceder de la Katharine Hepburn de “La loca de Chaillot”. Por supuesto, agradezco esta vertiente un tanto bufonesca después de tanto drama acumulado en su filmografía. Las dos jóvenes protagonistas son igualmente delicatessen y encaje fino, me refiero a Nadia Tereszkiewicz (Madeleine Verdier) y Rebecca Marder (Pauline Mauléon).
Todos estos elementos pues ya han sido anteriormente aderezados con oficio y destreza por Ozon, por lo cual no le resulta nada complicado volver a reeditarlos. Agradezco, además, que haya un discurso feminista resuelto con sutileza, elegancia, cierta complejidad y sin machaconerías. Evidentemente lo contado pasa de manera leve sin más, sin calado o fuste, siendo casi consciente en el acto que lo contemplado pasa un caramelo de frutas cuyo sabor se acaba rápidamente disipando.
No deja ninguna huella especial, pero su colorido, su gracejo actoral, cierta gracia o ese tonillo casi festivo que gasta lo doy por bien empleado y más en un tiempo en el que el género se encuentra un tanto adormecido o aletargado, lo que prefieran. Probablemente en otro momento hubiera pasado más desapercibida, pero dado lo visto semana tras semana en la cartelera (en muchas ocasiones bastante deprimente) es por lo que le concedo un cierto y moderado plus, por otra parte, tampoco gratuito.