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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Memory"
Ramón Vidal
Memory

Con su blanca palidez

José Luis Vázquez

Me encantan las películas románticas, las grandes (o pequeñas) historias de amor. “Memory” lo es, pero por su hueso y su tratamiento formal se muestra como lo contrario al tipo de las que me suelen gustar, azucaradísimas hasta provocar diabetes muchas de ellas. Extrañamente me acaba (sin apasionamientos) ganando para su causa. Venía con el calificativo y aval de turbadora, y a fe que lo es.

Es el primer trabajo que apruebo de su director, Dave Franco, uno de tantos cineastas actuales que hacen gala de cierta modernidad que se me suele atragantar, un tanto palizas. Es el caso también del griego Yorgos Lanthimos, aunque este fue irse a Hollywood y obtener mi plena confianza con las espléndidas “La favorita” y “Pobres criaturas”, aunque que sobre lo último que acaba de aterrizar en los cines, “Kind of kindness”, prefiero correr un piadoso y tupido velo.

Volviendo a la que aquí me ocupa (ya saben que las divagaciones forman parte de mi estilo), he de confesar que pese a la crudeza de algunos de sus pasajes y del fondo de la cuestión, a esa relativa frialdad expositiva en su puesta en escena, a esos asuntos de bastante enjundia que aborda (desde la salud mental hasta la familia o el poder “redentor” del sexo) y a que me pueda costar inicialmente creerme el romance, me acaba llevando al terreno impuesto por su creador a base de fe, empeño y, claro, talento. Su tono calmo no es más que una añagaza para mostrar el verdadero estado de los estados psicológicos de los sujetos en cuestión y adyacentes. Su calma chicha cobija tremendas detonaciones internas.

Los lectores habituales saben que no soy muy dado a contar o despanzurrar los argumentos, pero sí diré esta vez que trata sobre una pareja arquetípica, fuera de horma, a los que une el vínculo de la memoria del título en un doble sentido o, si prefieren, de una manera un tanto particular. En el caso de él porque comienza a mostrar los primeros síntomas de una demencia; en el de ella, trabajadora social a cuestas con algunos traumas, porque los recuerdos constituyen precisamente un lugar del que huir. En cualquiera de los casos, no deja de suponer un signo identitario.

Con este mimbre argumental se construye un melodrama desaforado, excesivo si quieren, con remansos de una ternura extraña, posiblemente no conmovedora al estilo clásico, pero que hiere. Cuyas criaturas no son precisamente perfectas, con razón el propio Franco ha manifestado “detesto a la gente que quiere mostrar en pantalla que es perfecta”. A fe que es coherente con dicho principio

Presenta algunos pasajes grotescos, algún colega, Manu Yáñez, ha aludido a un espectáculo de la crueldad, se ha referido lúcidamente a un “humanismo siniestro”, pero todo ello acaba derivando en una obra singular en el buen sentido del término.

Impregnada de una blanca palidez en el también doble sentido, el fabulador, el metafórico si así les parece, y el estrictamente musical, con ese divino y popularísimo tema de inspiración clásica (Johann Sebastian Bach ni más ni menos) “Con su blanca palidez/A whiter shade of pale” de Procol Haruma, utilizado de manera lacerantemente recurrente como hilo conductor entre dos personas quebradas. Jamás me canso de escucharlo las veces que sean necesarias, no en vano forma parte importante de la banda sonora de mí existencia, y la película es a propósito de ello francamente generosa en insertarlo con sentido.

Igualmente pone acordes y arpegios a estos dos seres humanos de peculiar pureza que se desenvuelven en inhóspitos entornos familiares, especialmente esa bruja actualizada que encarna la gran y veterana Jessica Harper como madre de Chastain.

Y ya que menciono a esta formidable actriz norteamericana, subrayar que tanto ella (en cartelera todavía con “Vidas perfectas”) como Peter Sasgaard bordan a sus criaturas al filo del abismo, gente desamparada, herida, devastada.

Rara en el mejor sentido, en algunos momentos hipnótica, desde luego diferente. Tremenda y positiva a la vez, una aparente paradoja de la que sale bien parada, aunque deje posos amargos. Triste y jubilosa en su atipicidad. Y la emotividad de la que hace gala no es de las que suelen ser al uso.

Estupenda secuencia final.

 

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