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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Los tigres"
Ramón Vidal
Los tigres

Buzos fraternales

Por José Luis Vázquez

En este momento, a fecha de 10 de noviembre de 2025, el director de cine sevillano Alberto Rodríguez, junto con el madrileño Rodrigo Sorogoyen, son mis dos directores favoritos del actual cine español (Alauda Ruiz de Azúa con “Los domingos” y su breve obra anterior se está agigantando) del actual cine español. Y conste que hay una considerable nómina de otros colegas que podrían figurar a continuación.

De ambos siempre espero, y jamás me han defraudado hasta la fecha desde hace dos décadas, oficio de primera clase, solvencia, solidez y, en varias ocasiones, verdadero magisterio de narradores curtidos, de primerísima fila.

En el caso de Rodríguez podría citar sin extenderme, tres o cuatro producciones suyas que merecen figurar en cualquier antología que se precie de nuestro cine, comenzando por esa “La isla mínima” que, en compañía de la mítica “El cebo” de Ladislao Vajda y de la citada “Que Dios nos perdone” conforman mi podio de thrillers favoritos carpetovetónicos de todos los tiempos. Y miren que es este un apartado, gracias en parte al arreón de los últimos años (y sin tener que acudir al período clásico que nos legaría joyas como “Los ojos dejan huellas” o “Los peces rojos” entre otras muchas), que cuenta con seria y abundante competencia, como lo atestiguan numerosas perlas como “Tarde para la ira”, “No habrá paz para los malvados”, “Celda 211”, “El Niño”, etc.

No puedo olvidarme tampoco de “Modelo 77”, “Grupo 7” o “El hombre de las mil caras”, aunque absolutamente nada de su ya respetable y consistente filmografía tiene desperdicio. Y qué decir de esa modélica serie que es “La peste” y de su aportación para la más que apreciable “Apagón” (su valiosa aportación es la del cuarto episodio, el titulado “Supervivencia”).

Por tanto, me enfrentaba de lo más expectante a este último trabajo. Y en buena medida ha respondido a la misma, pero matizo que no lo considero su mejor trabajo, ni el más redondo, pese a los buenos mimbres con los que partía y al saldo final de su plausible acabado. Esto traducido al español paladino supone un notable de lo más respetable, así que no está nada mal.

Tal vez lo que me resulte más rutinario es precisamente lo que tiene más de “thriller”, de intriga, de mera mecánica de suspense, algo que se le suele dar a las mil maravillas a su autor. Y ello pese a conllevar otro de los puntos fuertes con los que se pueden encontrar aquí, las estupendas secuencias subacuáticas, rodadas con pericia y profesionalidad de la buena que no dejan de resultar y conferirle una textura especial.

A propósito de esto, y por lo que pudiera interesar a los lectores manchegos, ciudadrealeños para más señas, me remito a algunos extractos de una de esas habitualmente elaboradas e intachables crónicas de Belén Rodríguez para Lanza Digital, en este caso acerca del rodaje de algunas escenas “marinas” (la mayoría se produjeron en Huelva) que tuvieron lugar durante tres días en nuestra provincia: “Han participado buzos de Ruidera Activa en las escenas subacuáticas filmadas en los fondos de aguas cristalinas y de alta visibilidad de las Lagunas de Ruidera… Se rodaron en la Colgada en tres gélidos días de diciembre de 2024… Algunos buzos de Ruidera Activa salen de dobles de los actores…”

Pero, sin duda, lo mejor, su mayor acicate para este comentarista, es lo que apela al subtítulo o título que lleva esta reseña, la relación forjada, entretejida, de una ternura en absoluto empalagosa, sin necesidad a veces de palabras -ella no es muy locuaz- entre esos dos hermanos buzos y un reloj que los une a un pasado repleto de inmersiones y afecto paternal. En eso considero que estriba su mayor virtud, lo cual no es poca cosa. 

En cómo se nos muestra a un tipo que es un excelente profesional, pero que no ha madurado afectivamente (un formidable como siempre, Antonio de la Torre, de los grandes actores con los que contamos… y la nómina no es parca) y una mujer que ha vivido demasiado pendiente de los demás, de su padre y de su hermano, en perjuicio propio. Aquí me vuelvo a encontrar con una espléndida Bárbara Lennie, señora que me resulta de lo más atractiva y actriz talentosa, como pueden comprobar si aún no las conocieran en “María (y los demás)”, “Magical Girl” (su único y merecidísimo Goya hasta la fecha -como actriz de reparto- de las cinco nominaciones que acumula), “Los renglones torcidos de Dios” (su interpretación de esa imponente canción que es “Summer Wind” en la versión de Nancy Sinatra, ya utilizada magníficamente en la no menos magnífica y sensual “Stoker”, no tiene desperdicio alguno).

Otro de los atractivos son los pintorescos personajes que rodean a los protagonistas, otra de las numerosas marcas de fábrica destacables con las que Rodríguez suele despachar su obra.

Eso sí, como venía a sugerir anteriormente, no puedo evitar sentir que tal vez se podría haber sacado más partido a todo esto y haber rematado una obra rotunda, de las que dejan huella, pero de la misma manera he de reconocer que lo resultante merece, sin duda, la pena. Su sequedad expositiva no deja de constituir virtud, y está contada al ágil estilo del mejor Hollywood dorado. Y se entiende, que últimamente eso parece más complicado en varios de los estrenos recientes.

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