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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "La chica con la maleta"
Ramón Vidal
La chica con la maleta

Imponente, refulgente Cardinale

 

Por José Luis Vázquez

 

La recientemente desaparecida (23 de septiembre de 2025) actriz italiana Claudia Cardinale tenía tan solo 22 años cuando protagonizó en 1960 esta obra maestra sin discusión posible. Tan jovencita ya había descollado en el cine italiano con su espléndido debut en “Rufufú” del grandísimo Mario Monicelli, con el extraordinario policiaco con tintes de comedia “Un maldito embrollo” de Pietro Germi y con el poderoso e intenso drama viscontiniano, amén de estertor neorrealista, “Rocco y sus hermanos”. En los dos años siguientes protagonizaría otras maravillas como “Cartouche”, “El bello Antonio” y “El gatopardo” (acompañada por Lancaster y Delon, que contiene ese inolvidable y revelador Vals del Adiós con Burt Lancaster… fin de toda una clase social para que todo continúe igual… Lampedusa dixit). Un comienzo de carrera muy difícil de superar. Pero si tuviera que asociar a la tunecina de nacimiento e italiana en esencia con un solo papel, sería sin duda con este de la chica abandonada con la “valiglia” perfectamente escenificado.

 

Su principal “partenaire” masculino, el parisino Jacques Perrin tenía 19 primaveras cuando encarnó con tacto y delicadeza al adolescente de 16, Lorenzo, prendado completamente de ella, algo perfectamente entendible sobre quién fuera definida en el magistral western “Los profesionales” como “una mujer capaz de convertir a los niños en hombres y a los hombres en niños”.

 

Por otra parte, el enorme director y guionista italiano Valerio Zurlini ya se había estrenado con dos trabajos de lo más interesantes, (“Le regazze di San Frediano” y “Verano violento/Estate violenta”, en especial este que se encuentra disponible en FlixOlé -no dejen de descubrirlo-, con un preámbulo bastante conectado con el del que aquí también pueden disfrutar), aunque hoy en día desconocidos para las nuevas generaciones, incluso las más ilustradas cinéfilas.

 

Al año siguiente de  “La chica con la maleta”, firmaría su otra obra maestra tan indiscutible como la presente, la impresionante y desesperada “Crónica familiar”. No filmaría muchas más, pues su filmografía es más bien exigua (8 o 9 títulos), destacando las dos últimas que pondrían broche de oro a su trayectoria tras las cámaras, “La primera noche de la quietud” y “El desierto de los tártaros”.

 

Ellos tres –hay otros más, claro, pero en diferentes cometidos-, junto a un indispensable y preciso guion del propio cineasta en colaboración con varios amigos profesionales, son los principales mimbres en los que se sustenta este caudal inagotable de emociones, tan vigente hoy como en los hace casi sesenta años en los que fue estrenada. En España padecería serias amputaciones por parte de la censura franquista, principalmente en lo referido a la relación entre la chica y Lorenzo, que resultaba bastante más explícita, o en el hecho de que ella fuera madre soltera.

 

Zurlini, no se olvide, pertenecía a la generación de cineastas transalpinos todavía marcados por códigos del fundamental movimiento neorrealista en su resplandeciente decadencia. En esta corriente llegaron a figurar también Pier Paolo Pasolini, Luchino Visconti o Michelagelo Antonioni.

 

La enorme sensibilidad vuelta a plasmar aquí, esa melancolía que era tan marca de fábrica suya, la tristeza también, el descubrimiento del amor, la desolación y el desgarro que éste provoca, esa manera tan exquisita de mostrar el aprendizaje en la vida, son virtudes aquí desplegadas elevadas a la máxima potencial muy a tener aquí en cuenta.

 

Lo es igualmente esa particular forma de reflejar en una playa una luz que muestra la aspereza o incomodidad del asunto principal expuesto. Ese ocaso y luminosidad resultan igualmente reveladores de su intención y estilo. Cierto, que, para esta secuencia concreta, y para la película completa, contaría con la inestimable ayuda y talento del gran fotógrafo Tino Santoni, que recrearía un blanco y negro verdaderamente espléndido, definitorio del momento.

 

Pero “La chica con la maleta” no es tan solo esto tan obvio, no solo supone preferentemente -con ser ello todo un impagable reclamo- una exquisita historia de amores y desamores, de primeros deslumbramientos o despechos, de seducción o amor sincero, sino una emotiva y dramática crónica que no descuida el realismo crítico, o la crítica social si prefieren mejor dicha denominación. Esto último resulta patente en ese contraste de la protagonista con la alta burguesía que contemplamos de fondo. O en esa radiografía de un ambiente rural arcaico, en contraposición a esa otra generación emergente más abierta de miras, lo cual no necesariamente supone que menos “mezquina” y egoísta. En cualquier caso, una nueva clase social o vital que emerge junto a la costa, verdadero “boom” de la sociedad transalpina en aquel instante.

 

Para las antologías ahí queda esa bajada de escaleras de Cardinale/Aida al inmejorable ritmo de precisamente la “Celeste Aida” de Giuseppe Verdi. Otro momento sensacional es aquel en que ella se deja seducir por un chico borracho y la mirada reveladora, de lo más definitoria, de su joven amado. Pero ni un solo instante tiene desperdicio en esta obra de intachables, elaborados, mimados encuadres.

 

Y, lo más importante, ofrece ternura a espuertas, comprensión por las debilidades de los seres humana. En definitiva, rezuma vida de la creíble.

 

Su último plano es maravilloso. Salvando distancias y diferente tonalidad/intencionalidad, bien podría ser comparable al de Alida Valli y Joseph Cotten en la justamente mítica “El tercer hombre”.

 

Si la hubiera firmado Bergman bien se podría haber titulado “Un verano con Aida”…, pero con la divina, a la vez muy terrenal y sensual CC.

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