Alma, corazón y vida

Por José Luis Vázquez

Adoro esta dura, bellísima, desoladora, por momentos devastadora y romántica película. Me parece una de las más grandes paridas en los últimos treinta y cinco años. Y con un mérito añadido, ser un proyecto sin alharacas, concebido desde presupuestos nada ostentosos ni pretenciosos, sí en cambio tremendamente talentosos.

Trata de los encuentros y desencuentros afectivos y profesionales de dos veteranos hermanos pianistas y de una tercera en discordia, una sensual cantante, Susie Diamond, a la que la vida también ha hecho mella y con la cual esperan reiniciar esplendores pasados, pues hace tiempo que han iniciado una trayectoria descendente.

Los protagonistas masculinos están encarnados, a su vez, por dos hermanos en la vida real, los verdaderamente fabulosos –sobre todo el segundo- y brillantes Bridges, Beau y Jeff (de casta les viene a los galgos, hijos del excelente característico Lloyd Bridges). Llevan a cabo un trabajo excepcional, pero lo de Jeff viene siendo un escándalo de buenísimo desde sus mismos inicios (“The last picture show”, “Fat city”), hasta el punto me lo parece que se ha acabado convirtiendo en mí actor favorito actual y uno de mis cinco de siempre.

Y luego está ese tercer vértice indispensable. Qué contar a estas alturas de una mujer tan hermosa, adictiva, profesional, deseable como Michelle Pfeiffer, aquí probablemente, saliendo más guapa y luminosa que nunca, en todo su esplendor físico y profesional. El año anterior a este rodaje acababa de obtener su primera nominación al Oscar como mejor actriz de reparto por su fascinante y delicada Madame de Tourvel en “Las amistades peligrosas”.

Por su aparición aquí cosecharía en 1989 casi todos los premios habidos y por haber (el Globo de Oro, el de la Crítica de Nueva York, etc.), salvo precisamente la estatuilla dorada, aunque sería nominada por segunda vez consecutiva. En esa edición fue a parar a la ya muy veterana Jessica Tandy, algo que no diré que no fuera justo, pero creo que el factor sentimental, como en otras comprensibles ocasiones, tal vez pudiera más que los incuestionables méritos de la resplandeciente y rubia actriz de magnéticos ojos. Y es que Pfeiffer está insuperable.

Precisamente protagoniza una imagen/secuencia de esas que los modernos denominan icónicas, de las que se ha quedado grabada fija, permanente en mi retina, seguro que hasta el final de mis días si no pierdo la chaveta. Aquella impagable en la que canta el número “Makin´whope”, embutida en un ajustado y sexy vestido rojo de terciopelo mientras se desliza por encima de un piano. Uno de los momentos más sensuales de la historia del cine.

Otro factor determinante del carácter excepcional de esta maravilla es su director, Steve Kloves, lamentablemente no demasiado reincidente en esto de ponerse tras las cámaras. Con solo dos trabajos en su haber, éste de 1989 y el igualmente soberbio “Como uña y carne” de 1993, demostraría una personalidad singular y apasionante. Como guionista, faceta en la que vuelve a dar una clase magistral, ha demostrado ser uno de los mejores de las dos últimas décadas del pasado siglo. Suyos son los libretos de la deliciosa “Adiós a la inocencia”, “Jóvenes prodigiosos” e, inclusive, de la muy atractiva saga de Harry Potter.

Esta vez nos regaló su criatura más querida, o así me lo parece. Un agridulce, irónico, tierno, retrato de perdedores de dureza frágil, existencias fracasadas, tipos alérgicos al compromiso y aferrados a su independencia, individuos pragmáticos, niñas necesitadas de refugios afectivos, naufragios emocionales, descolocados de la vida, mujeres determinadas… sugerentemente carnales, pasionales y entregadas a las mejores causas… Inolvidable.