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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la Película "Longless"
Ramón Vidal
Longless

Escalofríos del pasado

Por José Luis Vázquez

Tal vez “Longless” compita con la magistral “La primera profecía” por ser la mejor película de terror de este más que fructífero 2024. Ello, claro, teniendo en cuenta que quedan todavía cinco meses para la finalización de este curso. Si me ponen contra la espada y la pared, probablemente elegiría a la segunda como mi favorita, pero reconozco que me costaría mucho decidirme, ya que me encantan ambas. Y no se olvide tampoco que la cosecha de este año ha proporcionado otras producciones tan destacables como “El último late night”, “Los visitantes”, “Inmaculada, “Abigail”, “Un lugar tranquilo: Día 1”, “Nefarious”, “Los extraños: Capítulo 1” o “Vermin: La playa”. Más otro buen puñado de valoración media que merecen respeto y que no cito para no aturdirles.

El caso es que ya llevamos unos cuantos años en el que el género ha florecido, vuelve a atravesar una edad de oro, y ha dado lugar a que surjan bajo sus sombras grandísimos cineastas, tal como lo son mis cuatro favoritos -los voy mencionando según preferencia- M. Night Shyamalan, Mike Flanagan, James Wan y Ari Aster (eso sí, “Beau no tiene miedo” no se la perdono). Hay otro considerable número de colegas de gran valía que están en una fila inmediatamente posterior, y entre ellos había reparado desde no hace mucho, en alguien que ahora acabo de ratificar definitivamente, el firmante de estas “Piernas largas” (esa es la traducción de “Longlegs”), Osgood (u Oz) Perkins, hijo del ilustre y versado en la materia Anthony Perkins (su composición de Norman Bates en “Psicosis” se encuentra ya en cualquier antología imprescindible que se precie).

Había demostrado en sus tres trabajos previos (“La enviada del mal”, “Soy la bonita criatura que vive en esta casa”, “Gretel y Hansel: Un oscuro cuento de hadas”) y aquí lo vuelve a corroborar elevado a la enésima potencia, lo sumamente bien que maneja el espacio, el encuadre y la creación de atmósferas, me atrevería a afirmar que especialmente esta última característica la lleva a cabo como lo hacen muy pocos en la actualidad. Y este en concreto, pese a ser deudor de referentes tan ilustres y obvios como “El silencio de los corderos” o “Seven”, o no tan obvios aparentemente como “Prisioneros”, muestra una singular impronta personal, no se olvide que los excelentes ejemplos citados bebían a su vez de precedentes.

Lo que cuenta es que Perkins no se arruga y crea como pocos un marco ambiental angustioso, opresivo, en el que probablemente haya tenido en cuenta el estilo “davidlynchiano” en su mejor versión, pues de la última etapa del de Montana prefiero no decir nada.

Sus hallazgos visuales son constantes y de gran nivel, desde el hiperrealismo con el que resuelve algunos asesinatos hasta ese formato alargado para mostrar el presente y el cuadrado del pasado con recortes en los bordes (este contraste resulta enriquecedor y creativo). Incluso se permite que en el segundo elegido no veamos los ojos de la criatura maléfica que gobierna el relato como signo de la malignidad que es mejor no advertir.

Llegado a este punto, comprenderán que, si habitualmente me caracterizo por mis divagaciones en tantas de mis reseñas, en esta ocasión está más justificado que nunca que apenas les cuente algo sustancial para no chafarles nada. Tan solo me permitiré ser un poquito enigmático y decirles aquello de que el pasado siempre vuelve y que el mal no tiene por qué tener una explicación racional… es mal y punto.

Eso sí, señalar, ya que sería de suma injusticia dejarlo pasar por alto, que la protagonista femenina está espléndida. Se trata de Maika Monroe (les recomiendo de su currículum si no las conocen “La bala de Dios”, “El extraño”, “It follows”, “The guest”), la actual reina del terror, que viene a recoger el testigo de Jamie Lee Curtis y coetáneas, pero al contrario que ésta que se caracterizaba por sus gritos, la marca de presentación de ella son más bien sus desasosegantes silencios. Su Lee Harper se suma al brillante catálogo de célebres investigadoras del FBI bien cinematográficas como la Clarice Starling de “El silencio de los corderos” o televisivas como la Dana Scully de “Expediente X”.

Respecto a Nicolas Cage qué decir a estas alturas que no se haya dicho de esta verdadera leyenda de Hollywood. Desde siempre me he considerado un devoto de su estilo histriónico, y tiene mérito, porque este tipo de registros no suelen ser precisamente los que más me gusten, salvo en casos muy concretos o justificados (estoy pensando en los divinos Charles Laughton o Peter Ustinov). Pero nunca lo he podido ni querido evitar, siento verdadera debilidad por sus modos, maneras y su icónica figura, su para mí indudable talento y perseverancia. No se olvide que obtuvo un más que merecidísimo Oscar por su estremecedora actuación en “Leaving Las Vegas”. Y pese a una ingente filmografía en muchas ocasiones un tanto casposa (eso sí, revisen cuando puedan la reciente “Dream scenario”, una pasada), es un tipo por el que siempre he sentido una enorme simpatía. Lejanos ya los tiempos de sus inicios en las memorables “Cotton Club”, “La ley de la calle”, “Peggy Sue se casó”, “Adiós a la inocencia”, “Birdy” o “Arizona baby”.

Aquí no podría tener mejor descendiente el mismísimo Belcebú para dar sentido a esta pesadilla satánica. Hiela la sangre, como en su momento me sucediera con el payaso de “It” o con el mismísimo Joker. Algo de este último flota en el ambiente.

No quisiera olvidarme tampoco de una igualmente imponente Alicia Witt en el personaje de la madre.

Todos ellos contribuyen poderosamente a que “Longlegs” consiga crearme una sensación permanente de amenaza, peligro y desazón. Y esto ya no viene solo definido solo por su estupenda puesta en escena, sino por un turbio guion con personajes a la misma altura, de idéntico calado. Los amantes de este tipo de asuntos, o voy más allá, del suspense, del thriller en general, entiendo que deberían tener una cita obligada, aunque luego los gustos de cada cual sean otra cuestión.

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