Una monja con desbordante humanidad
Por José Luis Vázquez
Los del gremio, y espectadores en general, solemos utilizar los calificativos de amable y simpático para definir un cine sencillo, elogiosamente elemental y sin excesivas complicaciones, que basa su encanto en provocarnos sonrisas sin excesivos dispendios y buen sabor de boca sin empacho y sin tampoco echar las campanas al vuelo.
A estas premisas obedece o se puede adscribir “Llenos de gracia”, el segundo trabajo tras las cámaras de Roberto Bueso, tras su agradable -también sin estridencias- debut el año anterior a la pandemia del covid con “La banda”, una inmersión en la vida de un joven músico valenciano que vive en Londres y que decide regresar al terruño para volver a reencontrarse y recuperar amigos, familia y chica estupenda tiempo ha comprometida con uno de sus colegas.
La inmersión que ahora nos propone es en un colegio internado al borde del cierre -El Parral- y en una época, mediados de los 90, en la que los móviles todavía no asomaban por la geografía de los lugares. La aparición de una esforzada y animosa monja, conseguirá animar un tanto el cotarro, tirando de paciencia e imaginación, montando un equipo de fútbol con el que centrar a los rebeldes y desnortados chavales que pueblan el lugar.
Supongo que serán muchos los que lo sepan, pero la historia está basada estrictamente en hechos reales, hasta el punto de que uno de los chavales (por cierto, bastante creíbles, alejados de gazmoñerías y registros repipis molestos), Valdo, acabaría convertido en un destacado futbolista de la Primera División de la Liga Española, llegando a jugar cinco temporadas en el Osasuna.
En cualquier caso, aunque esto no hubiera sucedido, el tono imprimido hace que todo resulte realista, veraz, pese al corte de comedia que se trata de mantener en todo momento, sin descuidar por ello los aspectos dramáticos.
En que el resultado final sea grato y pueda provocar una moderada satisfacción, como es mi acaso, aparte de en una ágil dirección y un guion apañadito (del propio cineasta junto a César Díaz), conviene ponerlo en el debe de una estupenda actriz que insufla una gran humanidad a su personaje, a esa nada achantada hermana Marina. Y ese toquecillo noventero -ese juego ley de la botella- igualmente acompaña lo suyo.
La acompañan muy bien Paula Usera como la “antagonista” hermana Angelines, Nuria González (como esa rígida madre superiora) y Pablo Chiapella como el bedel. Y la panda de críos, claro, no desentona ninguno.
Todos unidos con la finalidad de tocar un poco el corazoncito y hacer pasar 109 minutos distraídos y sin molestos sobresaltos. Cine de buenos sentimientos con los que se pasa justificadamente el rato y que se deja ver. Pero no es la magistral “Campeones”, vamos.