Al elevado nivel de ´Mi hija Hildegart”
Por José Luis Vázquez
El 9 de junio de 1933 acontecería uno de esos episodios brutales que, de vez en cuando vienen salpicando o convulsionando a la opinión pública española y que, aunque sabido por algunos, no desvelaré por razones obvias. Como sucede a propósito del Titanic, hacer spoiler de su final no resultaría tan disparatado como en otros casos, pero doy por descontado de que no es una historia tan conocida y de que muchos no tienen por qué estar al corriente. El caso es que fue un suceso trágico a propósito de un detonante materno-filial.
Las protagonistas fueron Hildegart Rodríguez, una joven que con tan solo dieciocho años era una de las más reputadas y destacadas intelectuales de la época (había publicado varios libros sobre educación sexual y sobre el papel femenino en la sociedad moderna, incluso se había carteado con el mismísimo Sigmund Freud), y su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, la cual desde el momento de su concepción y aún antes pretendería hacer de su hija una “super woman” (disculpen el adecuado anglicismo), una abanderada de la mujer del futuro. Todo ello dentro de un contexto turbulento tal como fue la Segunda República, un momento de agitación política y cambios sociales.
Sobre este asunto el genial Fernando Fernán-Gómez en calidad de director -nada que envidiar a Berlanga o a cualquier otro maestro de nuestro cine, es más, incluso superior en ocasiones-, llevaría a cabo hace casi cincuenta años una primera aproximación a esta singular historia titulada precisamente “Mi hija Hildegart”, inspirada en la novela “Aurora de sangre” de Eduardo de Guzmán, el cual en esa versión relata lo que sucede a través de “flash backs”, pero que en esta ocasión, encarnado por Pepe Viyuela, acaba erigiéndose en alguien fundamental en la educación de la cría.
Debo matizar que, aunque traten idénticas cuestiones, ambas se complementan, pues la de 1977 se centra preferentemente en el juicio al que dieran lugar los hechos, y esta nueva versión establece meticulosamente los previos, lo que llevaría a todo ello.
Hasta aquí el ponerles en situación. Ahora toca ir a lo ofrecido por esta nueva propuesta primorosamente dirigida por esa estupenda cineasta y fascinante y culta mujer que es la zaragozana Paula Ortiz, quien en trece años y con tan solo cinco largometrajes en sus alforjas, ha demostrado ser una de las profesionales punteras de la industria de aquí.
Su debut en 2011 con “De tu ventana a la mía” mostraba ya algunas de las que serían posteriores cualidades, como por ejemplo, ese mimo y cuidado de la imagen, corroborada y amplificada en trabajos como “La novia” y la que es mi preferida hasta la fecha, “Al otro lado del río y entre los árboles”, producción de pabellón estadounidense bajo tutelaje literario y protagonismo del mismísimo Ernest Hemingway, personaje en las antípodas de ella, pero al que se acercó con enorme respeto y rigor bajo el escenario de una Venecia espectral y fatalista post Segunda Guerra Mundial.
Ortiz vuelve a llevar a cabo un trabajo meticuloso, fundamentado en la atención que presta a todos los elementos -siento si suena muy gafapasta- estéticos.
Y centra su cámara en las dos protagonistas, una eximia Nawja Nimri como la inductora de todo el proyecto respecto a su “descendiente”, hasta tal punto que bien podría pasar como un personaje de una película gótica de lo más cualificada. Viene a sumarse a los recientes James McAvoy de “No hables con extraños” y al Urko Olazábal de “Soy Nevenka”, alguien que mete mucho miedo, que atemoriza y que acapara brillantísimamente el plano.
En otro nivel, Alba Planas, aporta como ha señalado algún colega (Jorge Loser sin ir más lejos) cierta pureza e idealización a su composición, algo perfectamente identificables y entendible con su juventud por mucha precocidad y madurez intelectual que se pueda exhibir. Cosas feliz e inevitablemente de la edad.
Por supuesto, esta es la excusa perfecta para desarrollar nada encubiertamente, un muy bien elaborado manifiesto feminista que, pese a mostrar una visión un tanto indulgente del momento, no está exenta de más de una pulla crítica, como es el hecho de que el propio Partido Socialista de la época no era precisamente un dechado de ello, de feminismo, y una nada velada frase en la que se espeta “los socialistas ganan con un programa y ejecutan otro”. Y conste en acta que Ortiz es una mujer progresista donde las haya, pero tal como debe ser, tal como debería ser siempre… se posicione cada cual donde se posicione
Por cuestiones como estas que acabo de apuntar, no tengo la menor duda de que da para posteriores debates de todo signo una vez finalizada la proyección. Y esta es también una de las misiones del Séptimo Arte, mostrar la historia y agitarnos.
Es una gran película, con una secuencia final verdaderamente emocionante. No lo necesitaba, pero pese a su escasa filmografía y juventud supone la consolidación de una de las grandes profesionales con las que cuenta actualmente nuestra bien nutrida de talentos cinematografía.
PD: Si fuera de su interés, les recomiendo que intenten descubrir un documental de idéntico título de 2021 dirigido por Marcos Nines. Se titula exactamente igual -o “A virxe roxa” si también lo prefieren así- y pueden encontrarlo en la plataforma Filmin.