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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "La trampa"
Ramón Vidal
La trampa

Disfrutona

Por José Luis Vázquez

Lo ha vuelto a hacer, me ha encandilado de nuevo, continúa manteniéndome incondicional para su causa, su arte y su magisterio en contar películas… de suspense, habitualmente sobrenatural, pero no es el caso.

Me refiero a la última criatura de M. Night Shyamalan, uno de mis cineastas favoritos de las tres últimas décadas, dentro de las que son sus especialidades, el terror y el thriller, pues en género infantil patinaría un tanto con sus dos únicas aportaciones. Un profesional elegante y clásico donde los haya, con oportunos y nada chirriantes toques de modernidad.

Con este su último trabajo vuelve a ofrecer una de sus magistrales lecciones. Es él en estado puro, con esos imprevistos giros de guion marca de la casa, aquí casi más locos que nunca. Por supuesto, vuelve a rehuir un realismo al uso, no es ese precisamente su territorio… felizmente, aunque sí se recubre con cierta dosis del mismo, pero tan solo como soporte. Por cierto, llegado a este punto me resulta inevitable que les alerte sobre su tráiler que, una vez más, vuelve a destripar cuestiones sustanciales de su argumento. Es esta una práctica habitual desde hace tiempo que ha provocado que apenas vea estos avances otrora de los más golosos y respetuosos.

Me deslumbra con un prólogo que se prolonga durante una hora. Un cariñoso padre y su animosa hija, unos espléndidos Josh Harnett y Ariel Donoghue, Cooper y Riley, asisten a uno de esos mastodónticos conciertos a lo Taylor Swift. Aquí la estrella es una imaginada Lady Raven, encarnada por una de las tres cinematográficamente activistas hijas del propio director. En este caso Saleka, que la encarna de manera aguerrida y convincente. No quisiera olvidarme tampoco, ahora que vuelven a estar de moda las agentes del FBI gracias a la excelente Maika Monroe de la no menos excelente “Longlegs”, de una veterana y “entrañable” Hayley Mills, inolvidable Pollyana sesentera.

Inevitable que cuando contemplo este extenso pasaje, no pueda evitar pensar en otra maravilla “despreciada” en su momento por buena parte de la crítica, “Ojos de serpiente” de Brian Palma (en esta el centro de reunión era un combate de boxeo por el Campeonato del Mundo). Curiosamente, es este otro colega que fuera cuestionado por su vocación popular (acaso no es lo que pretende todo dios que se dedica a este invento de los hermanos Lumière). O en el mismísimo Hitchcock, al que durante años tan solo el público reverenciaba. El tiempo acaba haciendo justicia -no siempre, claro- y poniendo la valía de cada cual en su sitio. Pero bueno, me da igual que la haga o no, egoístamente me basta con que les esté a todos ellos eternamente agradecido y que haya disfrutado y siga disfrutando a lo grande de sus exquisitos manjares.

Volviendo a lo mollar… Electrizante por momentos, disparatada en otros, especialmente en un tramo final que incluso a los más afectos, como es mi caso, no deja de descolocarnos en alguna situación, descarada en general, debo proclamar bien alto que agradezco el riesgo aquí mostrado en este tiempo tan acomodaticio y a veces excesivamente mercantilista. Y puede que este trabajo no llegue a la altura de otras obras maestras suyas como “El sexto sentido”, “Señales”, “El bosque”, “La joven del agua” o La visita”, pero debo proclamar rotundo el placer que me proporciona. Además, resulta de lo más coherente con la obra del que considero -sin la menor duda- heredero en la actualidad de esos dos fuera de serie anteriormente citados, Alfred Hitchcock (su puesta en escena está trufada de guiños que no voy a desvelar esta vez) y Brian De Palma.

A propósito de tales influencias, señalar que el “mcguffin” o señuelo del evento encubre el retrato de un psicópata, lo cual no es necesario tomárselo demasiado en serio -o sí- dado el que considero es su principal objetivo, dar espectáculo y mantener en vilo. Quien quiera sesudos y rigurosos análisis científicos queda advertido de que este no es su sitio, debería acudir a quien corresponda o a las páginas de sucesos.

Y otra cosita más respecto a esa etiqueta tan cansina y recurrente que cacarean frecuentemente acerca de la inverosimilitud de su cine. El maestro de maestros, Hitch, era también un campeón en esa cuestión y no por ello eso laminaba un ápice la grandiosidad de sus películas. Recuérdese el estrangulamiento de “Vértigo”, el asesinato de “Cortina rasgada”, el estallido final de “El hombre que sabía demasiado o -el no va más- varias escenas de “Con la muerte en los talones”, desde la del Monte Rushmore a la de la persecución en fumigadora en campo abierto (cabe forma más absurda de intentar asesinar a alguien).

Conviene que asistan a verla sin complejos, probablemente la saborearán más, sobre todo si les gusta este tipo de asuntos.

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