Una Ariel luminosa, una producción no cuajada
Por José Luis Vázquez
Cuando la mítica compañía estadounidense Walt Disney decidió abordar en 2010 versiones en acción real de un buen muestrario de sus clásicos animados, y aunque el éxito fue tremendo con aquella primera y espléndida “Alicia en el país de las maravillas” burtoniana, yo no tenía claro que dicha iniciativa fuera a resultar provechosa, al menos artísticamente. He de reconocer que el saldo a fecha de hoy no está nada mal. Y he de confesar que a título personal he disfrutado con propuestas como “La bella y la bestia” (Condon), “El libro de la selva” (Favreau) o la última -directamente estrenada en plataforma- y una de las más gratificantes de la serie Fairy Tale, “Peter Pan y Wendy”.
Esta que aquí me ocupa, dirigida por el especialista en cuentos y musicales Rob Marshall (“Into the woods”, “El regreso de Mary Poppins”, “Chicago”, “Nine”, la sitúo en una zona intermedia, ni de frío ni de calor, vistosilla, kitsch, irregular, solvente a ratos, colorida y con algunas cosas destacables y otras no tanto.
Entre las primeras, algo en lo que hemos coincidido una considerable parte del gremio de críticos y espectadores, en la formidable actuación de una radiante y esplendorosa Halle Bailey (no confundir con Halle Berry) como una Ariel candorosa, encantadora, tierna, inocente, fuerte y enérgica, una mujer que no sólo se deja envolver por un amor, sino principalmente por la curiosidad, en este caso por la que representa el mundo humano (ese conocer la felicidad más allá del mero amor habitual en las princesas de otro tiempo, de otro pasado). Una actualización empoderada sin excesos. Por supuesto, no voy a entrar en lo de la tez de su piel porque ni siquiera la adaptación de 1989 respetaba la original del cuento de Hans Christian Andersen que era rubia y carecía de nombre propio. Me parece una pérdida de tiempo. Que los personajes tengan la piel, confesión o adscripción que les dé la real gana, tan solo les pido que sus personalidades me enganchen, me entretengan.
Otros de sus aspectos meritorios es la banda sonora compuesta por temas ya legendarios (ese calipsero “Bajo el mar” por siempre inolvidable) y algunos otros novedosos introducidos por su excelente compositor -que se lo digan al Spielberg de “West side story”- de Lin-Manuel Miranda. Del global siento debilidad por “Parte de tu mundo” o ese “For the first time” que plasma el cambio de sirena a humana cual si fuera monólogo interior.
Agradezco, además, que al príncipe Eric le hayan dotado de algo más de carácter y personalidad, aunque quien lo interprete no le saque demasiado partido por su sosa actuación. Y me gustan algunas bellas escenas protagonizadas por la pareja, como ese retro y romántico momento de la barca sobre la laguna azul.
En su déficit, ciertas secuencias de acción atropelladas, la falta de humor y verdadera emoción, el desaprovechamiento de algunos secundarios (aunque Melissa McCarthy como Ursula se marque un buen “Pobres almas en desgracia”, pero ese Rey Tritón bardemiano hubiera merecido más presencia), una puesta en escena ciertamente impostada y un empacho de efectos digitales, dando como resultado un fondo marino horterilla por momentos, saturado de luz de neón y con unas lentejuelas y purpurina que me echan un tanto para atrás.
El resultado no está mal, pero ni mucho menos es la gran revisión que podría haber sido. Insisto, vean si pueden “Peter Pan y Wendy”, que esa sí me parece una obra mucho más lograda. Y, al igual que “La sirenita”, introduciendo variaciones, pero sin dejar de ser fiel al original… al menos el animado. Algo muy difícil de conseguir, pero que algunos logran.
La cuestión es que nunca hay que dejar de soñar… y, ya saben, si no quieres arriesgar, bajo el mar te quedarás.