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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "La primera Profecía"
Ramón Vidal
La primera profecía

Imponente precuela diabólica

Por José Luis Vázquez

Con el cine pasa exactamente lo mismo que con la vida. En ocasiones uno se crea expectativas que se acaban frustrando y, al contrario, a veces uno no espera nada de las películas y se encuentra con sorpresas morrocotudas, de lo más gratas. Es justo lo que me ha sucedido con la extraordinaria “La primera profecía”, precuela, magnífica precuela de la original “La profecía”, merecidísimo éxito terrorífico a mediados de la década de los 70, tal vez mi época favorita de este tipo de historias por una sencilla razón, porque este no se vehiculaba sólo como un encadenado de sustos sin más, sino que suponían verdaderos ejercicios psicológicos, de intriga o suspense. Y proclamo esto sin que ello tenga que ir necesariamente asociado a pedantería de cualquier tipo.

Volviendo a su carácter de historia “antes de” me resulta obligado remarcar que no solamente se muestra como tremendamente respetuosa con el original, lo cual ya de por sí supone un indudable mérito o virtud, sino que es capaz de crear, de montar un argumento previo repleto de talento e imaginación. Y que, encima, está rodada con una precisión y elegancia que le hace emparentar con su referente y con tantos otros títulos de aquel tan floreciente momento artístico dentro de estos parámetros, “El exorcista” sin ir más lejos, la primera producción de este carácter en ser nominada al Oscar como mejor película, algo verdaderamente insólito a lo largo de la historia.

Es verdaderamente un gustazo disfrutar de lo estupendamente rodada o filmada que está. De su impecable concepción visual, de esa maravillosa ambientación tanto en una Italia, una Roma de los 70 envuelta en permanente manifestaciones estudiantiles, como en un internado de monjas para niñas huérfanas. Toda su primera hora es puro deleite narrativo. Disfruto como un bendito porque me retrotrae a ese cine anteriormente mencionado con el que tanto disfruté y sigo disfrutando. Es puro gozo cinematográfico, ya ni los cuento para quienes nos consideramos afectos a este tipo de territorios e imágenes. Además, sin necesidad de excesos salvo los propios de este tipo de propuestas, sin gore, sin empacho de sangre. Con sobresaltos, sí, pero magníficamente medidos y dosificados.

A propósito de algunas de las virtudes apuntadas, leo un extracto de la colega Desirée de Fez en Fotogramas (es lo que tiene ser crítico en provincias, que uno va a rebufo, pero leo todo lo que caer en mis manos con verdadera fruición y, como es el caso, deleite) que viene a incidir con lucidez en lo comentado: “La precuela que nos merecemos… es una película extraordinaria… un debut apabullante… La dirección artística, la fotografía y la planificación son exquisitas. Como lo es el diseño de las escenas de terror”.

Respecto a lo último remarco que siguen con verdadero esmero la estela de las de la excelente obra de Richard Donner. También que agradezco sobremanera que sea una propuesta nada pretenciosa como sucede tantas veces con algunos exponentes en los últimos tiempos (véase por ejemplo con las verdaderamente insufribles “Lo que esconde Silver Lake” y “Beau tiene miedo”, y conste que llevamos atravesando unos años atravesando magníficas cosechas). No busca coartadas intelectualoides, es una pura y genuina muestra de género.

Al citar lo de debut apabullante, ambas cuestiones son innegables. La primera no es una opinión, es un hecho constatable que su directora, la por mí desconocida hasta ahora Arkasha Stevenson, de hecho este es su debut en la gran pantalla, pero es que encima, sorprende su innata capacidad para contar en imágenes un proyecto tan -nunca mejor dicho- “endiablado” y complicado (por aquello de que no cae en lugares comunes o clichés, siendo a la vez fiel a los mismos o a los códigos que se suelen gastar en estos casos), por tanto, comparto ese calificativo de apabullante.

El día de su estreno salí encantado de su proyección. Y se produjo en mí algo que resulta de lo más esclarecedor. Y es que pese a saberme ya todos sus giros, me entraron unas ganas irrefrenables de volver a verla inmediatamente. Eso habla a las claras de que no fía su estructura sólo a sus inesperados volantazos, lo ancla sobre todo en un andamiaje de tremenda solidez. Habrá que seguir la pista de su principal hacedora.

Los devotos de este tipo de asuntos… creo que no deberían perdérsela

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