Por José Luis Vázquez
Viendo “La maternal”, la segunda película de Pilar Palomero, ratifico que no fue casualidad o flor de un día su espléndido debut hace casi tres años, todavía en plena pandemia, con su excelente “Las niñas”, merecidísimo Goya a la mejor película y dirección novel entre otros cabezones.
Tanto aquella como esta destilan una voz personal (ya sé que el término resulta un tanto ampulosa y pedante, pero no por ello deja de hacerle justicia), una sensibilidad especial, veracidad, una utilización de la elipsis con enorme talento, oficio como la más avezada y elegancia.
Ambas películas comparten estas virtudes. Por cierto, aprovecha para volver a ponderar la sugerencia en general y en esto del cine en particular. Siempre que esté -como todo, al fin y al cabo- bien utilizada claro, como es aquí el caso… y sin por ello obviar momentos de considerable explicitud, ásperos, crudos si quieren. Pero me parece acertado también que no se ahorren esas situaciones -por ejemplo, quedarse embarazada siendo todavía niña- con que la vida “obsequia” en muchas ocasiones, sobre todo a quienes están al margen, quienes traspasan las fronteras de lo políticamente correcto, excluidas socialmente.
Y de aquella primera aparición en la gran pantalla, Palomero vuelve a extraer una virtud verdaderamente elogiable, admirable incluso. Me refiero a la magnífica batuta con la que mueve a crías, a adolescentes. Aquí es la sorprendente Carla Quilez, permanente foco de atención pese a encontrarnos ante una propuesta coral, la que consigue que no despegue ni un momento la vista de ella. Parece mentira cómo se echa el considerable peso dramático a la espalda y a su diminuto cuerpo y no deja de cautivarme en momento alguno.
Además, su directora, aunque toca temas recurrentes vuelve a alejarse de caminos trillados o sobados hasta la extenuación. Consigue que su historia parezca diferente en el mejor sentido del término y tira de discreción para conmover. Observa, escruta con finura y profundidad. Vuelve a constituir la demostración de que gestos y pequeños detalles otorgan enorme robustez a lo narrado.
Suenan a muy auténticas las jóvenes madres que salpican esta historia, pero insisto, lo de esa chavala es verdaderamente asombroso. Ojalá en su paso a la madurez no pierda jamás esa frescura, esa desenvoltura, ese desparpajo, esa manera de mirar desafiante y vulnerable a la vez.
De los mejores títulos de un año glorioso para el cine español. Cuánto me alegro.