La familia, esa gran y fundamental desconocida
Por José Luis Vázquez
“Las cosas si no se cuidan…” (la hermana)
Cada vez están apareciendo en el cine español más meteoritos de intensa luz y fugacidad extendida. Y aunque a veces sus destellos no sean vistos por muchos, aterrizan para quedarse y salpicarnos con sus valiosas partículas solidificantes. Me refiero principalmente a intérpretes y directores.
En el caso de estos últimos, una de los más recientes surgidos ha sido el del avezado, premiadísimo y talentoso cortometrajista valenciano Álex Montoya. El que me ocupa es su tercer fruto en el campo del largometraje. Curiosamente, hace un par de semanas descubrí en Filmin el segundo, anterior a éste. De título “Lucas”, supone una prolongación de un anterior trabajo suyo, en el que ya se pueden advertir algunas de las cualidades y constantes que confirma y ratifica con “La casa”, tal como es un considerable talento para narrar historias con escaso presupuesto. Otra nueva demostración de que cuando se tiene lo que hay que tener se pueden suplir con creces carencias monetarias.
El primero, “Asamblea”, también lo estrenó la misma plataforma, pero todavía no he podido revisarlo. Me pondré a ello inmediatamente porque, además, tengo muy buenas referencias de amigos de los que me fío.
No voy a establecer paralelismos dada su todavía exigua obra, pero sí he de señalar que los dos títulos vistos muestran estilo, desenvoltura y emoción sin necesidad de exhibicionismos o hipérboles desmesuradas.
En concreto, en “Lucas” agradezco el tacto con el que aborda cuestiones tan delicadas, espinosas y terribles como la pedofilia, lo que le sirve para radiografiar con hondura la psicología de un adolescente un tanto perdido emocionalmente.
Para la ocasión se inspira en una obra del gran novelista gráfico Paco Roca, del que me resulta imposible olvidar su “Arrugas”, maravillosamente trasladada vía animación a la gran pantalla por Ignacio Ferreras. Y no estaba nada mal tampoco, sin llegar ni mucho menos a su maestría, esa otra adaptación titulada “Memorias de un hombre en pijama” de Carlos FerFer. Sin establecer comparativas literatura-película, algo que figura como uno de mis mandamientos de mi libro de estilo desde tiempo inmemorial, he de decir que dicha fuente de inspiración le ha venido como anillo al dedo a Montoya, tanto temática como formalmente. La ternura original vuelve a estar presente, tan solo diré esto.
Por cierto, a nivel anecdótico considero curioso informar que ha sido rodada en su mayor totalidad en el chalet de Orocau, propiedad del padre del propio Roca, pues no olvidemos que esta es una creación de fuerte contenido autobiográfico. Supongo que eso habrá contribuido a dotar al rodaje de un carácter más especial.
Pero lo que cuenta es lo obtenido, y la verdad es que se salda con elevadísima nota.
Trata sobre eso que Javier Ocaña ha descrito con agudeza como “esa enfermedad incurable que es la familia”. Y lo hace elaboradamente, tomándose su tiempo, no precisamente previsiblemente y sí ofreciendo giros que en modo alguno resultan artificiales, y aunque casi imperceptibles, se acaban revelando esenciales. Para ser más preciso sin chafar nada, diré que inicialmente -desconocía la obra de Roca- pensaba que me encontraba ante la enésima crítica sobre la cuestión, y sin que deje de serlo en buena medida, acaba derrapando en otra cosa… hermosa, en cualquier caso.
Eso sí, aprovecha este asunto mayor para hablar de otros igualmente importante, desde la incomunicación, al duelo o la vejez.
Lo lleva a cabo siendo divertida sin necesaria vocación de ello, conmoviendo de manera queda y generando reflexión mediante un ritmo fluido, mostrándose inteligentemente encogida, a la vez, que va exteriorizando los diferentes sentimientos de sus personajes, incluyendo una adolescente real, creíble, encantadora, nada cargante, mérito que corresponde en buena parte a la veinteañera María Romanillos.
En este apartado actoral, sobresalen nuevamente David Verdaguer y Óscar de la Fuente, recientes todavía sus impresionantes composiciones en “Saben aquel” y “Camilo Superstar” (aquí en un cometido más “secundario”) respectivamente. Me ganan para su causa en sus contradicciones, reproches, escabulles.
Al final, es como el chirimiri, me va calando gratamente sin que apenas me dé cuenta. Su caladura acaba resultándome reconfortante, diré más, conmovedora. Pero les advierto que considero imprescindible que no abandonen la sala una vez iniciados los títulos de créditos, es necesario que vean una escena más, un epílogo que cierra definitivamente el círculo.
No la dejen pasar, respira mucha calidez evitando cualquier atisbo de ñoñería. Una gran pequeña y sencilla película.