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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Indiana Jones y el dial del destino"
Ramón Vidal
Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny)

Brillante ¿colofón? Indy

Por José Luis Vázquez

A lo largo de la historia son muchos los franquiciados cinematográficos que me han encantado o me siguen encantando, bastantes más que los que no. Desde el para mí fundacional de “Star Trek” (la primera vez que me resultó reconocible eso del globalismo con la tripulación Enterprise), hasta “Star wars”, pasando por el inevitable de “James Bond”, “El señor de los anillos”, “Harry Potter” y… no, no voy a decir “John Wick”, que se me atraganta un poquito, sino el del “Planeta de los simios”, “Toy story” y “Misión imposible” (éste me parece formidable), etc. Pero uno de los que más me ha arrebatado es el creado por el rey Midas Steven Spielberg. El de Indiana Jones, claro, pero para quienes lo llevamos especialmente inyectado en vena… el de Indy.

Y puesto que su creador decidió no continuar con su confección tras la cuarta y anterior entrega, “El reino de la calavera de cristal”, incomprensiblemente mal recibida y que a mí me gusta un montón (son cada vez más los que la revalorizan, tampoco en su momento fue ensalzada todo lo que merecía la estupenda “La última cruzada”), creo que había pocas mejores opciones para tomar sus riendas que la finalmente elegida, la de James Mangold.

Tiro de memoria, o de inventario, y recuerdo que este morrocotudo profesional al menos a mí me ha regalado ya alguna secuela notable de franquiciados, marvelitas en su  caso: “Lobezno inmortal” y especialmente “Logan”, algún -y no era nada fácil- excelente remake westerniano –“El tren de las 3:10”- y títulos tan sobresalientes como “En la cuerda floja” (ejemplar biopic sobre el sensacional cantante country Johnny Cash), “Le Mans 66”, “Copland”, “Identidad”, “Inocencia interrumpida” y dos o tres más. Tan sólo “Noche y día” no me resulta a la altura de su inmaculada trayectoria.

Mangold se impregna y nos impregna del espíritu del arqueólogo finamente vacilón y para abrir boca se despacha, y al menos a mí me regala, una secuencia inicial en la mejor línea de la saga, en la que un meritorio y digitalizadamente rejuvenecido -está muy bien hecho… digan lo que digan los puretas- Harrison Ford continúa la mejor tradición del intrépido aventurero… en su lucha contra los nazis.

Pero esta entretenidísima y meritoria continuación, blockbuster o como la quieran denominar presenta bastantes alicientes más, de lo más estimulantes: un segmento final a propósito de Arquímedes -y nada más diré- de lo más sorpresivo y gratificante; una partenaire femenina de muchos quilates, fuste y desenvoltura –la sorprendente Phoebe Waller-Bridge, la de “Fleabag”, la pícara ahijada del héroe en la ficción del que bien podría suponer su cara B-, la breve y entrañable aparición de un personaje femenino fundacional; alguna aislada escena sobre el “deterioro” del protagonista; unas cuantas persecuciones frenéticas marca de la casa y esa bendita previsibilidad -que no adocenamiento- que muchos arrastramos felizmente desde aquel maravilloso cine norteamericano ochentero.

Agradezco igualmente que la utilización de efectos digitales, aunque sea constante, no empache y mantenga la mejor línea y tradición clásica.

Por supuesto, podrán disfrutar de abundantes guiños a anteriores entregas de la serie, como esa secuencia submarina que hace alusión a esos ofidios que ponen tan de los nervios al héroe. Por cierto, con un Antonio Banderas que sale demasiado poco y que, aunque vuelve a tirar del exceso, de intensidad en su interpretación, siento que no figure más en pantalla. Es que es un tipo que me cae francamente bien al que le excuso que no me suela arrebatar con sus interpretaciones… reconociendo siempre que en “Dolor y gloria” y en cinco o seis trabajos más (“La máscara del Zorro”, por ejemplo) está magistral.

Es una despedida a lo grande, pese a no estar tan seguro de que sea tal dado su plano final. Y, aparte de resultar un trabajo profesional irreprochable, constituye un homenaje en toda regla al mismísimo Spielberg y, particularmente, a un Harrison Ford que demuestra saber envejecer como los mejores vinos de la más satisfactoria de las añadas.

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