Qué cosas tiene el azar
Por José Luis Vázquez
“-¿Eres feliz con tu pareja? -Eso creía hasta ahora” (Niels Schneider/Alain Aubert y Fanny Fournier/Lou de Laâge)
“De mi primer matrimonio aprendí que la felicidad en el matrimonio no es un trabajo, no debería ser así, sino algo que esperas con impaciencia” (Fanny Fournier/Lou de Laâge)
Solamente una vez he visto en mi vida y pude preguntarle en una rueda de prensa a Woody Allen. Les aseguro que disfruté como un niño con su inagotable ingenio, talento y rapidez mental. Fue con motivo de la presentación en la edición de 2004 -un año tristemente inolvidable para mí- en el Festival de San Sebastián de la deliciosa “Melinda y Melinda”, uno de esos tantos trabajos suyos, especialmente referidos a los últimos tiempos (ante los que parecen posicionarse bastantes gustos aparte, con gratuitos juicios personales inquisitoriales, algo que curiosamente nunca ha sido su cine… inquisitorial) desdeñados por colegas y público y que, no tengo la menor, duda ganarán con el paso del tiempo.
Tengo la impresión de que sucederá lo mismo con esta producción, que constituye la quincuagésima de su filmografía tras las cámaras, siempre que tengamos como referencia que su ópera prima es la divertidísima “Toma el dinero y corre” y no aquel extraño experimento con imágenes niponas ajenas titulado “Lily, la tigresa”. Y con las maravillosas “Magia a la luz de la luna”, “Wonder Wheel”, “Día de lluvia en Nueva York” o “Café Society”. Obviaré la algo más endeble o irrelevante, pero en ningún caso desdeñable “Rifkin´s Festival”, rodada en la capital donostiarra durante la celebración de su gran evento cinematográfico.
Y cito todos ellos porque son varios los que dicen que no ha hecho nada destacable desde “Blue Jasmine”, fechada hace una década, en 2013, la mejor película para el que esto escribe sobre las consecuencias de la crisis provocada por Lehman Brothers, junto a la italiana “El capital humano” de Paolo Virzi. Protagonizada por una como siempre imponente Cate Blanchett. Y con una secuencia para las antologías, aquella en la que ella pasa de compradora de posibles al otro lado del mostrador, como dependienta.
No quisiera olvidarme de la formidable “Midnight in Paris”, un deslumbrante homenaje a la Ciudad de la Luz, a su cultural y esplendoroso pasado de los años veinte del siglo pasado, el poblado por Hemingway, Scott Fitzgerald, Cole Porter, Buñuel o Dalí entre otros justamente ilustres. Reconozco también que ese extenso periplo europeo que está viviendo en las dos últimas dos o tres décadas (hay que incluir por supuesto a Londres), la española “Vicky Cristina y Barcelona” y la italiana “A Roma, con amor” son las propuestas que menos me interesan, no me llegaron precisamente a tocar la fibra. Tendré que volver a revisarlas, pero me temo que no prendieron en mí y creo será difícil que lo puedan hacer, pero no me cierro en banda (a veces surge la sorpresa).
La que sí constituye opinión de algunos es la de proclamar como su última obra maestra -coincido en lo de obra maestra, he dejado aclarado anteriormente que ni mucho menos la considero la última- a “Match point”, ésta rodada en la ciudad del Big Ben en 2006. Pareciéndome ésta superior, “Golpe de suerte”, rodada en Francia, en francés y con intérpretes autóctonos (eso que, de ser cierta la anécdota trascendida, algo que pongo en cuestión, estos se aprovecharon del desconocimiento del idioma de Allen y cambiaron por su cuenta el guion, los diálogos, para no parecer en su cuestionable criterio una peli de sobremesa, lo consideraría reprobable) no tiene motivo alguno para sentirse acomplejada.
El caso es que esta nueva demostración de “joie de vivre” (alegría de vivir… pese a algún asesinato que otro), y no me negarán que está más justificado que nunca el galicismo, es una nueva demostración de la quintaesencia de una parte o corriente del ideario del genio de Brooklyn. Esto es, maridaje de géneros: thriller romántico con infidelidades (en este aspecto también entronca con el universo de la magistral “Delitos y faltas”), triángulos amorosos, descripción de clases altas con sus usos y costumbres (la afición a la carne de venado resulta aquí patente), sentadas o paseos por el parque, fina ironía y… azar, suerte, destino. En esto último emparenta de lleno con la citada “Match point”. Y si hay una escena icónica con la que la recordar a ésta es esa pelotita que no sabemos a qué lado de la red va a caer… como la propia vida. Pues eso, aplíquenlo aquí a un igualmente memorable y negruzcamente divertido giro final
Todo ello rodado con ese inconfundible estilo ligero cual un sorbo de mariposa que parece fácil, pero que es muy complicado de aplicar. Y con ese ritmo fluido y esa brevedad en su exposición que provocan su deglución sin prácticamente ser consciente del tiempo transcurrido.
Y, claro son perfectamente reconocibles las huellas, esa marca casi ineludible de su creador: su inventiva, su destreza para los diálogos, su elegancia formal (qué maravilla esa fotografía de Vittorio Storaro de una envolvente calidez, en este ocasión para mostrar el otoño parisino), la música seleccionada para acompañar en sus pausados desplazamientos o quietudes a sus criaturas (aquí por una vez se aleja de sus temas clásicos y apuesta por un jazz moderno, muy del gusto galo, con Herbie Hancock y su “Cantaloupe island” a la cabeza), esos típicos créditos iniciales, su nada moralinoso punto de vista, su liviana y, a la vez, agudos personajes…
Tengan en cuenta dos cuestiones más. Es difícil que defraude a los adictos o simplemente adeptos de su obra (claro que no deja de ser una suposición), pues ya saben que una propuesta no genial -el aquí presente no es su mejor trabajo, pero sí notabilísimo- del maestro es superior a las mejores del setenta u ochenta por ciento de los cineastas actuales. La segunda alude a su título, que no resulta baladí, vuelvan a reparar en el mismo una vez finalizada su proyección, tras su memorable e imprevisto desenlace.
A punto de cumplir 88 años (el 30 de noviembre se producirá tan feliz onomástica) Allen se encuentra en muy buena forma creativa.