Felizmente apabullante
Por José Luis Vázquez
Corría mediados del invierno de 1980, concretamente el 8 de febrero, cuando las plateas de cine españolas se sacudían con una producción monetariamente modesta, pero repleta de energía e imaginación, titulada “Mad Max. Salvajes de autopista”. La protagonizaba un joven actor neoyorquino, emigrado temporalmente al continente de los canguros llamado Mel Gibson, el mismo que con el tiempo demostraría ser un actor de lo más competente y un director fuera de serie.
Su firmante, George Miller, era un -relativamente- joven cineasta proveniente igualmente de las antípodas que con el tiempo se convertiría en un profesional inclasificable, atípico y excelente. Así lo acabarían confirmando piezas maestras como “Babe, el cerdito valiente”, “El aceite de la vida”, “Las brujas de Eastwick”, “Happy feet” y secuela o la más reciente “Tres mil años esperándote.
Y no solamente se limitaría a firmar aquella primera entrega, sino que también lo haría con las cuatro las que la han seguido, la última precisamente la que aquí me ocupa.
Ese primer desembarco a mí me dejó fascinado y ganado para su causa por muchos motivos. Por esa maestría para recrear de manera austera y enérgica a la vez una distopía nada disparatada (los disparates a lo grande, benditos disparates por otra parte, han venido con las dos últimas aportaciones), por desplegar una ejemplar sequedad narrativa y mostrar una iconografía que crearía escuela, sin ir más lejos esa “chupa” inequívoca de su protagonista.
Inmediatamente la siguieron dos continuaciones, “El guerrero de la carretera” y “Más allá de la cúpula del trueno” con una inolvidable y cañera Tina Turner. Todas ellas generaron buenos dividendos, pero durante bastante tiempo se produjo un parón por diversos motivos; tampoco era plan estrujar una buena gallina de huevos de oro.
Pero hace nueve años quienes nos consideramos devotos de la saga, tal como es mi caso, nos encontramos con la gratísima sorpresa del resurgir de ese mundo con una aportación verdaderamente imponente, “Furia en la carretera”, que llegaría a obtener 6 merecidísimos Oscar.
Y ahora, a punto de echársenos encima el verano, nos encontramos con una precuela de aquella que, sin llegar a su maestría, no desmerece en absoluto de la enorme calidad allí desplegada y vuelve a hacer apología empoderada de su personaje estrella, de la tal Furiosa y de la que aquí conoceremos numerosos datos sobre su origen: la pérdida de su brazo, el rapado de testa o quién le proporcionó su distintiva arma. De nuevo con Miller a los mandos del timón a puntito de cumplir ochenta años.
Impresionante es lo primero que se me ocurre decir, impresionante por el inusitado vigor mostrado por el ya mítico cineasta y porque en sí misma es una producción ejemplar, trepidante, de ritmo endiablado y con al menos un par de secuencias de acción que pasan desde ya mismo a figurar en cualquier antología del género que se precie. No las describiré para no quitarles el gustazo de descubrirlas por ustedes mismos en toda su esencia, pero las reconocerán fácilmente. Por supuesto, toda la película son continuas escenas sorprendentes y vibrantes, comenzando por ese comienzo en el desierto digno del mismísimo David Lean de “Lawrence de Arabia”.
Y es que el concienzudo Miller, al igual que su compatriota y excepcional director Peter Weir, vuelve a tirar de meticulosidad, esmero, rigor, capacitación técnica y una buena cantidad más de virtudes. Por supuesto, no quisiera olvidarme del formidable y arriesgadísimo trabajo de los especialistas. Y de los equipos de dirección artística, vestuario, fotografía y tantos colectivos profesionales que hacen del cine una bendita industria artística.
Gracias a esta aportación florecen nombres de personajes y lugares que no tengo la menor duda pasaran a la mitología del género y de los aficionados: el señor de la guerra Dementius, Immortan Joe, el pretoriano Jack, Rictus Erectus, el Paraje Verde de las Muchas Madres, la Ciudadela y sus jardines hidropónicos, la Guardería de las Balas, los Vuvalini, la refinería de petróleo Gastown, etc.
Quienes se declaren adeptos a esta imaginería, a este universo, a estas historias de fantasía apocalíptica, creo que cometerían un error si se la perdieran. El resto de espectadores que no se consideren tan o nada entusiastas, bien podrían concederle una oportunidad si así lo tiene a bien… por aquello de si sonara la flauta
Yo, desde luego, la he disfrutado a lo grande, aunque prefiero “Furia en la carretera”. Ah, y Anya Taylor-Joy lo borda, está fantástica. Menuda presencia y poderío. Son muchas sumas para esta historia dividida en episodios y con un narrador que contribuye a otorgarle ese carácter épico que tan sumamente bien le sienta.
De lo más disfrutable.