Y, mientras, pasa la vida
Por José Luis Vázquez
Posee el aroma del mejor cine independiente norteamericano de los 90, incluso del de los 70 (ahí emerge la figura de John Cassavetes y una de sus obras señeras de título casi idéntico, “Maridos”), del de siempre. Está por tanto atravesada por registros diversos, pero sin tono altisonante, más bien el que se mueve entre el drama atenuado y la comedia suave, cálida, sin aspavientos, melancólica.
Pone en liza a tres familiares (abuelo octogenario, padre sexagenario e hijo treintañero) unidos por un nexo común, la separación matrimonial o simplemente la de pareja… sin papeles todavía por medio.
Entre este terceto derivado en cuarteto por la aportación de otro familiar en discordia, el otro hijo que va relativamente por libre y con otra orientación, se establece un vínculo emocional trufado de pequeños pero reveladores momentos.
Y es que ya se sabe, nacemos, nos casamos (o se casan), procreamos (no siempre o no necesariamente tiene que ir ligado con lo anterior), morimos y… nos divorciamos (o se divorcian). De eso va en esencia la vida y eso recoge condensada y atinadamente este segundo largometraje del -por lo aquí mostrado- talentoso cineasta estadounidense Noah Pritzker. He de confesar que el primero, “Quitters” de 2015 lo desconozco, creo que nunca llegó a estrenarse en España en salas comerciales.
Dentro de este panorama con estos personajes (a los que hay que añadir ex exposa, posibilidades de ligues, amiguetes y algún espontáneo en marcha hacia el altar) me gana para la causa la tristeza entendible, la humanidad, la honestidad especialmente consigo mismo del protagonista principal, un renacido (nunca del todo ido) Griffin Dunne, el otrora superviviente de una noche enloquecida en el Soho allá por 1985 en “Jo… ¡qué noche!”.
Haciendo memoria con motivo de los cuarenta años transcurridos desde aquella delirante y divertidísima comedia de Martin Scorsese, reparo en que “Ex maridos” trata precisamente del paso del tiempo, o hace recuento del mismo sin sermonear, de manera felizmente ligera. También de la parca (que aparezca un fragmento de “La muerte de Luis XIV” no es gratuito), de las ilusiones no del todo perdidas, del envejecimiento y, claro, de las relaciones en pareja, de las legalizadas y las que no. Y de eso tan habitual en este tiempo, y en cualquiera, pero este parece que lo ha acelerado, de que “el matrimonio no da para más”.
Agradezco sobremanera que todo esto se expenda sin elevar la voz, no diré que, a base de susurros, pero sin que el histrionismo se abra paso en ningún momento. Todo un alivio.
Encima es francamente grata de escuchar tanto sus diálogos como su constante música que no aturulla, más bien relaja y muestra influencias tanto anglo como hispanas. En cualquier caso, acompaña, acaricia, incluso arrullan en todo instante y (re)confortan, sonando de fondo o más en primer término.
También me complace su ligereza profunda, su humor desenfadado, sus reflexiones existenciales como quien no quiere la cosa. Viéndola tengo esa sensación que me invade en tantas ocasiones de mi existencia en los últimos años de que aquello que no disfrutemos real, sentidamente, eso que nos perdemos mientras esa vida a la que antes aludía pasa inexorable.
Me ha gustado bastante dentro de su asumida “modestia” y su cotidianidad agridulcemente vital. Y sin alzar excesivamente la voz.