Memorable
Por José Luis Vázquez
No existen muchas películas que se centren en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), pero si tuviera que elegir una sola que reflejara ejemplarmente esas luchas intestinas, supuestamente religiosas, pero en realidad de poder (lo de siempre), que asolaron a la Centroeuropa del siglo XVII, esa sería sin dudarlo, este grandioso y brutal fresco que es EL ÚLTIMO VALLE (THE LAST VALLEY), dirigida por el escritor y singular cineasta James Clavell. Y pocas veces se ha reflejado mejor fratricida lucha entre Reforma y Contrarreforma.
Producida por la Columbia Pictures en bellísimos e idílicos escenarios naturales del Tirol, su recreación de ese período histórico, de la miseria moral y física que asolaron al Viejo Continente en aquella devastadora época, del clima opresivo e intolerante que se respiraba, la hacen verdaderamente única, singular. La evocadora y lírica música de John Barry (MEMORIAS DE ÁFRICA) contribuye en algunos de sus pasajes (el descubrimiento del valle por parte de Omar Sharif) a elevarla a máximas cotas artísticas.
El personaje encarnado por Sharif, Vogel, ese profesor que huye del horror y de un pasado doloroso, es uno de mis personajes cinematográficos favoritos, junto al Atticus Finch de MATAR A UN RUISEÑOR, el Peter Pan disneyano, el Cyrano de Bergerac de la película francesa de idéntico título o el George Bailey de ¡QUÉ BELLO ES VIVIR! La demostración de que a veces huir es un signo de valentía ante la barbarie del ser humano.
Su enfrentamiento interpretativo con el cínico capitán de mercenarios, Michael Caine, resulta apasionante. Actores carismáticos acompañados de un nutrido grupo de brillantes característicos (Davenport, O´Connell, la atractiva Florinda Bolkan del mismo año que ANÓNIMO VENECIANO) que, sin perder su propia entidad, pueden ser contemplados como arquetipos del pragmatismo, la razón, la sinrazón, el fanatismo, la astucia política o la mera supervivencia…
La película rebosa notables influencias pictóricas, El Bosco, por ejemplo, aspecto que se advierte en la episódica batalla final. Y en secuencias difícilmente olvidables, trufadas muchas de ellas de una violencia sin concesiones, expeditiva… Como ejemplo, ese seco y contundente asesinato por parte de Caine con el pincho de un casco militar. También se puede disfrutar como una lección de política en su esencia más pura. Y sus títulos de crédito ya ponen en situación de otra de sus fundamentales intenciones, con esas cruces que se acaban trocando en espadas.
Desde que la descubrí siendo un púber, en un pase de TVE en 1977, no ha dejado de ser una de mis 10 películas favoritas. Pocas, o ninguna, han reflejado mejor el fanatismo, la barbarie, también la inevitable y despreciable negociación y esa extraña manía del ser humano de someter a los demás.