Cine de brocha gorda y con ínfulas
Por José Luis Vázquez
Corría final de febrero de 2015 y en mis queridas pantallas ciudadrealeñas del Parque de Ocio Las Vías descubrí una película nórdica que reconozco me impactó considerablemente (sobre todo esa escena inicial de avalancha de nieve), “Fuerza mayor”. Una película casi propia de Michael Haneke, un tipo de cine que no me suele enganchar, pero que en ese caso sí fue capaz de hacerlo.
Sólo 3 tres años después veía el siguiente trabajo de su director, la aclamadísima “The square”, que llegó a obtener la Palma de Oro de Cannes y numerosos reconocimientos. No la pude soportar, me pareció un bluff de mucho cuidado, del que tan sólo rescataría una “perfomance” que lleva a cabo el protagonista, pero incluso ésta no dejaba de estar inflada y estirada.
Llegamos a 2022 y el cineasta en cuestión, el sueco Ruben Östlund, vuelve a obtener el máximo galardón en Cannes con su nueva producción de sugerente título, pero nada más, “El triángulo de la tristeza”. Llegado a este punto he de apostillar que tiemblo en los últimos años con las ganadoras del certamen de la Costa Azul (a excepción de “Parásitos” y “Un asunto de familia”): a las citadas súmense la del pasado curso, “Titane” o incluso la para mí sobrevalorada “La vida de Adéle”, etc. Todas ellas con un denominador común para el que esto escribe: plastas, aburridísimas, insufribles.
El caso es que la que aquí me ocupa ha sido también incluida entre las 10 mejores películas nominadas a los Oscar. Algo que me parece francamente inexplicable.
Como no suelo disfrutar comentando aquello que no me gusta, pues aparte de no disfrutar doy por hecho las mejores intenciones de quienes la hacen y su profesionalidad (y es que esto no deja de ser una cuestión de gustos, ni más ni menos), trataré de ser lo más conciso posible.
Dividida en tres capítulos, ya su comienzo, la presentación de dos influencers/modelos, me echa para atrás. Me refiero a esa pelmaza discusión de un cuarto de hora entre ellos acerca de quien tiene que pagar en un restaurante.
No deja de ser un mero aperitivo de lo que viene a continuación. Señalaré entre otras muchas perlas un par de secuencias. Las alargadas de los vómitos, que desconozco si responden a algún tipo de intencionalidad o calado simbólico, algo que admito se me escapa pero que me parecen ridículas. O esa del plomizo discurso político -fácilmente rebatible- de un Woody Harrelson en plena melopea, de hecho, su personaje se encuentra en dicha situación en todas sus apariciones.
Me quedo ahí, no sigo con la enumeración y eso que da juego abundante para ello. Es la única conclusión que extraigo, negativa conclusión, pues su crítica social (eso de los ricos todos terribles -con la excepción del susodicho capitán, claro, se argumentará que es una sátira- y el lumpen inmaculado, no puede ser más burda ni tosca, falta de cualquier tipo de matiz o sugerencia (pero, de verdad, esto es lo más premiado en el festival francés… menudo nivel Maribel). Nada más ridículo que esto, pues en una y otra capa social de todo hay, como en la viña del señor.
No voy a entrar en mayores disquisiciones. Espero que no vuelva a cruzarse en mi vida, aunque la programaré en una de las actividades del Cine Club Mancha… por aquello de que sus fans, que supongo los tendrá, puedan disfrutarla y ofrecer de todo a los socios. Y para que el personal juzgue lo que supone hoy en día el summum artístico. En fin… a quien corresponda.