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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "El maestro que prometió el mar"
Ramón Vidal
El maestro que prometió el mar

Realidad, clichés y un actorazo

Por José Luis Vázquez

Las intenciones de “El maestro que prometió el mar”, su meollo principal, resulta de lo más loable, pero el cómo está servido no siempre logra su objetivo. O, dicho de otra manera, a veces peca de demasiado obvia, manida y arquetípica. Lo indico en el subtítulo de esta reseña, la fácil caída en los clichés, que incluso por muy ciertos que hubieran sido en tantas ocasiones -me refiero a los personajes de los “malos”: el cura, el alcalde, los militares-, al igual que otras veces también podrían así ser vistos sus contrarios, tal vez convendrían haber sido empaquetados de otra manera. Sin ir más lejos, lo que sí se hizo recientemente en las excelentes “Mientras dure la guerra”, “La trinchera infinita” o “Intemperie”, entre otros varios ejemplos.

Por otra parte, y aunque siempre las comparativas sean injustas, la sombra de “La lengua de las mariposas” resulta demasiado alargada, opacando lo aquí propuesto.

El tercer y último gran punto cuestionable, para ir luego a lo destacable de una producción que apruebo, pero que no me entusiasma, es esa arritmia que gasta, esa irregularidad o desequilibrio entre los dos tiempos que aborda, el actual de 2010 y las fosas comunes, mostrado sin garra, soso, dado el juego dramático que podía haber proporcionado (la propia Laia Costa, Arianna, me transmite poco) y el evocador del pasado, el de los días previos a la Guerra Civil Española, que se eleva mucho más por tres cuestiones, por sus detalles costumbristas, la descripción de esas clases con esos inquietos críos y por la estupenda y vitalista interpretación del actor catalán Enrique Aquer, dotado de una amplísima gama de registros, expresión que solemos utilizar comúnmente muchos de los que nos dedicamos a esto de la crítica.

Éste encarna a un personaje real recuperado desde no hace mucho, Antonio Benaiges, un docente tarraconense que recaló en aquel tiempo en un pequeño pueblo burgalés, Bañuelos de Bureba, y que sería impune y vilmente ejecutado en los inicios de nuestra contienda.

Esa parte de la película, la central, la evocadora es la que me gana más para la causa, la que se me aloja en el recuerdo al menos provisionalmente, ofreciendo algún momento sobresaliente como esa defensa que hace el protagonista del laicismo en la enseñanza contra la cerrazón de un cura demasiado de una pieza, lo cual no quita en absoluto a que se ajustara y ajuste a la realidad. Pero en cine o en cualquier otra manifestación artística, eso a veces tiene que ser expuesto con algunos otros matices salvo que se busque conscientemente el esquematismo. O bueno, tal vez todo se reduzca a que ese planteamiento unas veces funciona y otras no, pues cuántas veces en las películas de vaqueros e indios funciona ha sido efectivo.

Para que se me entienda todavía mejor, quien la conozca que repare si quiere en el dibujo y la composición que del párroco encarnado por Juan Diego hace Garci en mi título favorito suyo, “You´re the one/Una historia de entonces”. Ambos individuos son rechazables en su intolerancia, pero el madrileño impregna de una capa de humanidad e incluso de humor a su criatura. Cierto que esta otra propuesta posea una mayor carga trágica. Contrasten y juzguen ustedes mismos. Es la misma actitud llevada a cabo por el “humanista” David Trueba en la actual y notabilísima “Saben aquel”.

Desde luego, lo que siempre resulta loable en la gran pantalla, y esta no es ninguna excepción, son esos retratos de tantos educadores contemplados como defensores de la libertad y transmisores de la enseñanza como un ejercicio libre e independiente, algo que no siempre es fácil, pues también en este colectivo hay de todo como en botica, e inevitablemente es posible que a otros les pueda, sobre todo, la ideología o el sectarismo -de cualquier tipo- de cada cual. A propósito de esto siempre recuerdo esa frase de Iñaki Miramón en la citada “You´re the one/Una historia de entonces”: “La educación tiene más fuerza que la bomba H”.

En fin, triste pero bonita en lo alusivo a su inmersión en el pasado, que seguramente será del agrado de un buen número de espectadores y que vuelve a traer esa necesaria memoria histórica aplicable a cualquiera que haya padecido el oprobio, la represión y la persecución… y en esto me da igual el signo político o el color.

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