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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "El conde de Montecristo"
Ramón Vidal
El Conde de Montecristo

Impecable, el mejor estreno de este verano

Por José Luis Vázquez

Edmundo Dantés, la isla de Montecristo, el Abate Faria, Mercedes Herrera, Fernando Mondego, el barón Danglars, Gérard de Villefort, el castillo de If… son nombres y lugares novelescamente evocadores que me remiten a mi más dichosa infancia, aquella poblada de incontables libros y películas; por otra parte, pertenecen igualmente a la educación sentimental de tanta gente, bien de mi generación o de anteriores, e incluso de alguna posterior. Ya de las muy recientes no me atrevo a poner la mano en el fuego dada la bajada considerable de índices de lectura entre los más jóvenes. Por tanto, esta sería una buena ocasión para intentar rebajar esos indicadores negativos y, sobre todo, disfrutar de algo que es intemporal. Sin forzar nada, claro, pues este debe ser siempre un acercamiento lúdico y gozoso. Los primeros años de formación son indispensables para ello.

Pero no solo la extraordinaria obra del no menos extraordinario Alejandro Dumas hizo mella en mi niñez, sino una versión televisiva en diecisiete episodios de entre quince minutos y media hora vista en blanco y negro en aquella televisión patria de finales de la década de los 60, la de Carlitos Alcántara, la mía. Protagonizada por un popularísimo Pepe Martín (y una jovencísima Emma Cohen).

Recuerdo también, en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas, dos adaptaciones para la gran pantalla francamente notables, ambas estadounidenses. La de 1937 de Rowland V. Lee con el inolvidable “Mr. Chips” Robert Donat, el único que hurtó uno de los grandes premios a “Lo que el viento se llevó” por su célebre composición del profesor británico. La otra es más relativamente reciente, “La venganza del conde de Montecristo” con un siempre apuesto, recio y convincente Jim Caviezel.

Se han llevado a cabo muchas más a lo largo de este último siglo y medio, lo cual habla a las claras de su alcance y carácter universal. Alguna autóctona del lugar donde surgió todo. Me refiero a la de 1961 de Claude Autant-Lara con un siempre atractivo Louis Jourdan, el de “Gigi” o “Carta de una desconocida”, todo un antecedente del recientemente desaparecido y mítico Alain Delon. Añadiré una producción española de 1959 con Jorge Mistral y una mejicana con Arturo de Córdova. No me quisiera olvidar tampoco de una para la pequeña pantalla que en España se estrenaría en salas a mediados de la década de los 70, encabezada por Tony Curtis y un pre pájaro espino Richard Chamberlain.

Tras este considero que obligado recorrido filmográfico y nostálgico, voy al grano. Los más avezados seguidores de mis reseñas ya saben que en mi libro de estilo no figura establecer comparativas entre la obra original y la cinematográfica, pues sencillamente me parece una pérdida de tiempo. Tan solo diré que esta nueva traslación evoca en todo su esplendor emociones pasadas de lo más disfrutables.

Resplandece en toda su magnificencia. Y de nuevo vuelve a ser loable el proyecto firmado en su escritura y puesta en escena por Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière (hijo de Denys, el firmante de la recordable, entre otras, aventura bélica “Un taxi para Tobruk”, pueden recuperarla en la plataforma FlixOlé).

A través de la consistente, sólida y justamente prestigiosa productora Pathé, llevan un tiempo rescatando célebres referentes de la literatura gala y llevando a cabo oportunas puestas al día sin traicionar el espíritu original. Tal es el caso del estupendo díptico de “Los tres mosqueteros”, vistos hace muy poquito, tanto la entrega perteneciente a D´Artagnan como la de Milady. Tantos estas como la que aquí me ocupa, comparten una serie de características comunes francamente apreciables. Comenzando por su espectacularidad y continuando por una caligrafía impoluta, en la que se mezclan con enorme habilidad diversos registros: acción, drama, aventuras e incluso romance.

Todas ellas tiran de unas localizaciones naturales y unos interiores verdaderamente de lujo. Agradezco sobremanera ese aroma a clasicismo que desprenden, sin -insisto- dejar por ello de ser modernas

En la escritura de su guion advierto una intensidad exquisitamente sobria, perfectamente graduada y de lo más saludable. Salpicada por una serie de giros argumentales que, aunque ya proceden de origen, se encuentran en esta ocasión convenientemente potenciados. Resaltadores, entre otros aspectos, de cómo ese sentimiento tristemente tan humano de la venganza puede laminar al ser más puro y noble.

Por supuesto, a esto añadan un cuadro de actores propios de la mejor Comédie-Française, encabezados por un Pierre Niney en verdadero estado de gracia, perfecto de tono y gesticulación en todo momento.

Un verdadero placer, o por ser galante con nuestros vecinos… toda una delicatessen forjada en las mejores cocinas de palacio. Absorbe desde el primero hasta el último de sus fugaces -por remitirme a parte de su trama- 180 minutos.

Y punto final, no hace falta añadir mucho más. Bueno, sí, acudan inmediatamente a verla, dilaten lo menos posible la espera… sobre todo si participan de algunas de las características expuestas que la adornan.

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