Trágicos amores fraternales
Por José Luis Vázquez
No hace falta ser aficionado a la lucha libre para poder apreciar o admirar este ejemplar y áspero, muy áspero drama deportivo con aroma y ecos en lo referido a su espíritu sombrío de la insuperable “Million dollar baby”. Sin llegar, por supuesto, a la excelsa calidad de la obra maestra de Clint Eastwood.
Supone una nueva demostración de que la ficción supera a la realidad y también de esa inabarcable relación de grandes tragedias americanas, cuyos enveses tras las ensoñaciones se encuentran rociados de espinas y aridez, por ser suave.
Lo presenciado es otra de esas crónicas basadas en hechos reales tan frecuentes últimamente, aunque la verdad es que siempre lo han sido, han venido goteando caudalosamente desde que el invento de los Lumière sacudiera el mundo.
En esta ocasión se centra en ambientes deportivos mencionados en el primer párrafo, lo que para los norteamericanos es conocido como “wrestling” (recuérdese ese notable trabajo de Aronofsky con Mickey Rourke titulado “The wrestler/El luchador”), por utilizar adecuadamente el argot anglosajón.
Cuenta la historia de los inseparables y legendarios hermanos Von Erich, que supusieron todo un hito en este ámbito, a cambio de dejarse jirones de sus propias existencias.
Otra vez por medio uno de esos patriarcas “made in USA” inductores de dolor y falto de la menor de las empatías acaba erigiéndose en el detonante de la trama. Uno de los más cercanos en el tiempo era el padre de “El francotirador” de nuevo de Eastwood, pero aquel al menos sí mostraba atisbos de sentimientos y verdadera protección.
Sin embargo, en derredor, cuatro hermanos (más otro previamente fallecido que tan sólo llegamos a conocer fugazmente… y nada chafo diciendo esto), todo ternura y fraternidad pese a los ambientes -familiar, deportivo- en los que se desenvuelven.
Es en este apartado donde se acaba imponiendo la figura de un insólito, renovado e imponente Zac Efron, otrora ídolo de masas por un registro completamente opuesto, me refiero a de “High school” y similares claro.
Su sufrida y afligida composición resulta admirable. Es un personaje triste, como lo es el tono de la película, apenas deja hueco para la esperanza (tan sólo la mismísima muerte acaba a(pareciendo) en el horizonte como liberadora), no muy inteligente, pero protector y de gran nobleza, precisamente uno de esos tejanos nobles que tantas veces hemos visto en la gran pantalla.
Valoro que su dibujo y el del resto de los personajes esté trazado sin dar árnica ni vaselina. El director Sean Durkin lleva a cabo un plausible trabajo, evita el escollo de los efectos melodramáticos y combina con justeza oscuridad y puntuales rasgos tiernos en una rara y francamente atractiva alquimia. Alterna con indudable habilidad las escenas familiares y las que tienen lugar en el cuadrilátero.
A modo de frivolidad, reconozco que Inicialmente me llaman la atención los pelucones de los protagonistas, pero doy por supuesto que se ajustan a que realmente eran tal cual y su influjo se disipa a los pocos minutos.
Y, pese a un fugaz momento lírico/onírico al final, me resulta inevitable salir conmocionado, devastado tras su proyección. Pero en eso consiste también el gran cine.