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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Downton Abbey: una nueva era"
Ramón Vidal
Donwton Abbey: Una nueva era

Más de lo mismo y mejor

Por José Luis Vázquez

Revisé tarde esta espléndida serie británica cuyo antecedente doy por descontado que fue la setentera e igualmente espléndida ARRIBA Y ABAJO (ya saben, las idas y venidas en una gran mansión y los contrastes -o similitudes- entre señores y sirvientes). Pero pese a esa tardanza la disfruté a lo grande igual que la mayoría de sus seguidores/as.

Su primera aparición en la gran pantalla, DOWNTON ABBEY (2019), me gustó bastante, pero la secuela que se acaba de estrenar este viernes, DOWNTON ABBEY: UNA NUEVA ERA me ha calado todavía más. Posee las recetas que llevaron a su predecesora televisiva al reconocimiento por parte de tantísimos espectadores, pero se le ha añadido un tono sentimental, especialmente en su tramo final, digno de todo entusiasmo. Y, por supuesto, tiene frases que no tienen desperdicio alguno. Les cito tan sólo una hacia el final de lo más delicada y empática. Es deslizada con afecto por Lady Mary Talbot (Michelle Dockery): “Sé todo lo feliz que nuestro mundo cruel te permita” (no doy más pistas para que descubran ustedes a quién va dirigido estos buenos sentimientos).

De hecho, aunque la película toda ella es estupenda, desde el primer minuto hasta el final, especialmente sus últimos diez minutos son de los más extraordinarios y emotivos que haya visto en una sala en los últimos tiempos. Y parte de “culpa” de ello la tiene nuevamente la portentosa interpretación de una siempre eximia Maggie Smith (Oscar en papel principal por LOS MEJORES AÑOS DE MISS BRODIE y de reparto por CALIFORNIA SUITE, presente no hace mucho en el reparto de la encantadora y exitosa EL EXÓTICO HOTEL MARIGOLD). Incluso cuando no aparece en escena -su cometido no es precisamente extenso- se hace notar. Y es que el desencadenante de buena parte de su meollo argumental es un hecho que tuviera lugar en su misteriosillo pasado.

Pero sería por mi parte injusto citar a una sola actriz, por mucho que sea de la categoría y la impresionante trayectoria de la citada, o actor, pues todo su elenco está impecable. La destaco a ella por lo que supone de justificada leyenda y por suponer ese detonante de pañuelos y lágrimas a flor de piel. Y también a otra colega que ya explicaré si siguen leyendo la razón de ello.

Aparte, es de justicia resaltar que las dos subtramas insertadas, tanto la de la herencia de otra mansión en el sur de Francia, y otra que supone un guiño al propio Séptimo Arte (resulta entrañable esa referencia a British Lion) se entrelazan admirablemente, algo que a priori podría no estar tan claro por mucho justificado prestigio que arrastre. En concreto, esa segunda relacionada con el propio medio, con el Séptimo Arte, le aporta, le confiere una sustancia, un jugo especial, una frescura, con guiños incluidos a CANTANDO BAJO LA LLUVIA... y no me refiero precisamente porque contenga bailes, que no es el caso. Y al igual que ésta, tal como sucedía con el personaje de Jean Hagen (inolvidable Lina Lamont), su émula en esta ocasión, Laura Haddock (la insoportable y “cantosa” Myrna Dalgleish), está francamente divertida y espléndida, y aporta unas gotillas de humor que le sientan bien a la historia.

De nuevo, aunque eminentemente british, esta es una producción que surge del maridaje de este cine con el estadounidense, pues por medio está la Universal que ha hecho su buena contribución al presupuesto de la empresa, amén de algún otro toque de otro cariz. Aparte alguna actriz de aquellos lares vuelve a asomar, como una madura y siempre bellísima Elizabeth McGovern (inolvidable al ritmo de amapola y toda su intervención en la espléndida ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA, o en las excelentes ADIÓS A LA INOCENCIA, FALSO TESTIGO o RAGTIME, incluso hacía una sustanciosa aparición en la rutilante opera prima de Robert Redford GENTE CORRIENTE) como la ejemplar, admirable Cora Crawley, de una resistencia impensable en sus inicios por parte de la socarrona matriarca Violet.

Es un deleite para la vista. Simon Curtis maneja la cámara con fluidez. Y, por supuesto, si muchos espectadores han mantenido una complicidad previa con sus criaturas, seguramente la disfrutarán todavía más. Pero no es necesario del todo, podría ser que desconocieran todos esos antecedentes previos y disfrutarla igualmente, porque es lo que tiene este cine de cuellos blancos e impolutos, es fácil caer rendido ante sus obvios encantos y recrearse con sus elegantísimas y reconfortantes imágenes.

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