Chico conoce chico y a comer perdices
Por José Luis Vázquez
Imaginen una comedia romántica con Tom Hanks y Meg Ryan, pongamos por ejemplo “Tienes un email”, sobre la que aquí pueden encontrar algún guiño. O la referencial de la prolongadísima era moderna “Cuando Harry encontró a Sally”. Pues bien, sin llegar a la maestría de esta última, cambiando el punto de partida de chico conoce a chica por chico conoce a chico, y respetando su/esa estructura clásica, esto es en esencia “Bros: Más que amigos”. Una historia con todos los ingredientes del género. Por contener cuenta hasta con un protagonista un tanto neurótico. Y con sello Judd Apatow (un “renovador” de la actual comedia norteamericana), algo en lo que su director, Nicholas Stoller, se esfuerza en dejar constancia con saldo apreciablemente positivo.
Y aunque parezca mentira, no se crean que hay tantos títulos (ello por ser los enamorados de la misma cuerda… hace falta bemoles), especialmente de majors, de grandes compañías, que hayan abordado esta variante con la naturalidad y el realismo de los que se hace gala, y con el encanto propio de este tipo de asuntos calienta corazones.
Y bueno, va relativamente un tanto más allá dentro de unos márgenes convencionales (cada vez le tengo más manía a este término, pero algunas veces es socorrido y puede ser oportuno emplearlo) y muestra con desparpajo y elogiable explicitud (hasta cierto punto, claro, esto no es cine porno, ni tan siquiera “La vida de Adèle”) las relaciones en la comunidad gay, que son como las de cualquier otra cuando de mantener relaciones del tipo que sean se trata, pero que tiene también sus peculiaridades. Así se abordan pasajes como encuentros sexuales sin casi previo alguno, ciertas promiscuidades comunes por otra parte a los de cualquier otro colectivo y citas sin zarandajas ni gazmoñerías, yendo al grano vamos. Y manías, muchas manías, como las de cualquier quisque.
Felizmente es desacomplejada, graciosamente auto irónica y en modo alguno se justifica de nada, como debe ser.
La dupla protagonista, además, destila química e indudable simpatía. El contraste de caracteres viene bien para imprimirle gracejo, chispa y cierta diversión a su romance, el de Bobby (Billy Eichner) y Aaron (Luke McFarlane), presa a veces de esas neurosis anteriormente comentadas y en ocasiones paralizantes o molestas, de lo más sanote y anabolizante el segundo.
Resulta francamente distraída, amena, agradable y suena a creíble, sincera, no advierto impostación alguna. Se agradece que trate con naturalidad y normalidad algo que siempre debería haber sido así considerado, pero este mundo es el que es.
Se muestra también suficientemente inteligente y cuenta con buenos diálogos, una de las cosas que más echo en falta en el cine actual. Y es que me resulta de lo más placentero cuando una película los utiliza con ingenio y acierto, como es el caso. Y sin necesidad por ello de tener que ser “Eva al desnudo”, ni falta que hace. Pero me conformo y ya me daría con un canto en los dientes si fueran tan habituales como los propuestos, los cuales encima destilan autenticidad.
Se ve perfectamente de un tirón. Y, de acuerdo, tal vez podría haber sido más redonda, pero lo resultante me gratifica más que de sobra.
Por supuesto (esto es Hollywood) todo para que al final lleguemos a lo de casi siempre, y aunque algunos nos hagamos los esquivos. Y es que el amor es el amor y eso es lo que siempre prevalece por encima de otras consideraciones en el cine de La Meca y en la propia vida… por muy gris que ésta sea. Ya se sabe, los sueños nunca nos los pueden quitar y no tienen por qué costar dinero, sea el objeto de nuestros arrebatos Paquito o Paquita… pues, allá cada cual con sus opciones, pues al final sea cual fuere en esencia es lo mismo y el personal se acaba moviendo por parejos e universales impulsos.